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Hola, hola!

Heme aquí con un trabajo que publiqué el año pasado. Sí, sí, ya lo sé, tengo fics por actualizar, pero ya se acercan las fiestas de Día de Muertos, razón por la que este fanfic fue concebido y pretendo terminarlo en estas fechas. Por ello (y también por el tiempo que me tardaré) lo estaré subiendo en el transcurso de este mes y parte del que viene.

Notas preliminares y advertencias: La historia no ocurre en el universo original del anime ni el manga. Imaginen que ocurre en un pueblito cualquiera. Contendrá shounen-ai (o yaoi bastante suave), habrá muerte de más de un personaje y O.o.C.

Por otra parte se apegará a la celebración mexicana (no completamente, algunas cosas son de mi autoría) y un poco a la religión católica por su simbolismo, así que si tienen la mente abierta para este tipo de contenidos, pues bienvenidos. De lo contrario todavía están a tiempo de darse la vuelta y buscar otra historia porque no aceptaré comentarios ofensivos ni quejas.

Terminada toda esta perorata, me queda por decir que los personajes de Saint Seiya son de su creador Masami Kurumada, y la celebración de Día de Muertos es "Obra maestra del patrimonio cultural de la humanidad " declarada por la UNESCO en 2003.

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I.-

Uno, dos, tres... el doblar de las campanas anunciaba la llegada de las ánimas del Mundo de los Muertos. Según la creencia, el muro que lo separaba del Mundo de los Vivos se volvía tan delgado en esa época del año, que podía ser atravesado. Por ello las familias de ese pequeño pueblito de callecitas empedradas y pintorescas casitas, se esmeraban en darle a sus muertos una bienvenida digna de los dioses.

Asimismo, y como cada año, algunas personas venían de fuera para visitar a sus familiares, o bien las tumbas de sus muertos. El primero era su caso, pues sus padres tenían algunos parientes, además que este lugar había visto nacer y crecer a su madre. Como esta era la primera vez que sus padres le traían, no pudo evitar mostrar cierta curiosidad al contemplar, desde la ventana del auto, a una pequeña procesión. Algunas personas cargaban con coloridas flores de tonalidades fucsias, blancas y amarillo-rojizas; otras llevaban un tipo de recipiente del que brotaba un humo; unas más portaban estandartes con imágenes religiosas que alguna vez vio en un libro; y el resto entonaba cantos un tanto solemnes, de los que apenas podía entender algo.

—¿A dónde van? —le preguntó a su madre.

—Al camposanto, cariño —respondió ella con dulzura—. Le dan gracias a Dios por permitirles a sus difuntos venir a visitarlos.

—¿Qué? —inquirió temblorosamente, al tiempo que su curiosidad se convertía en temor— ¿Van a salir de sus tumbas como...?

—No, no, hijo... —le corregía su padre, esbozando una sonrisa— Sólo vienen en espíritu...

—¿De esos que mueven y tiran las cosas...? —a decir verdad ver tanta TV lo había influenciado.

—No, cariño. Ni son zombis ni espíritus chocarreros. Simplemente son su esencia, su alma...

—¿O sea que son ellos mismos, pero no los podemos ver ni tocar? —su madre hizo un asentimiento con la cabeza— Pero... los podemos sentir ¿verdad?

—Así es, hijo. Veo que ya lo entendiste.

Algunos minutos más tarde llegaban frente a un complejo de dos plantas, de fachada color azul rey, dos ventanas con su respectivo balcón decorado con enredaderas, y techo de rojas tejas.

—Aquí es donde creció tu madre —su padre habló con tono de añoranza—. Éste será nuestro hogar los próximos días.

Un rato más tarde se instalaron en su nueva casa, cuyo interior, contraste con el exterior, era de paredes de cálidos colores, piso de losetas rojas y pintorescos muebles rústicos. Si bien era cierto que la modernidad tenía alcance tal que llegaba a lugares tan recónditos como ese, al menos no era tan evidente. Muestra de ello eran el pequeño refrigerador y un radio en la cocina, un teléfono de la época de los 80's sobre una mesita, y el televisor analógico en la sala.

—¿Te gustaría ir a ver tu cuarto? —le preguntó su padre con una sonrisa. Él sólo asintió con el mismo gesto— Vamos arriba, te gustará.

En cuanto llegaron a la habitación, sus ojos azules se abrieron de sobremanera ante la hermosa vista que ofrecía aquél ventanal: primero el patio trasero, donde un gran roble se erguía orgullosamente sobre el césped aún verde, y un columpio pendía de una de sus ramas más fuertes; más adelante se divisaban los tejados rojos de las pintorescas casitas que vio hace rato; y todavía más allá un campo de flores blancas, púrpuras y amarillo-rojizas, que intuyó serían las mismas que las que llevaba aquella gente; por último, y no menos importante, las imponentes montañas que seguramente estarían ahí desde mucho antes que este mismo poblado.

—¿Te parece que vayamos a dar una vuelta mañana?

—¡Claro que sí! —respondió efusivamente.

Las horas transcurrieron amenamente entre los quehaceres de la casa. Cuando llegó la hora de dormir no dudó en ir y asomarse a la ventana, quedando maravillado al ver las mismas casitas con las luces encendidas, el patio y el roble iluminado por algunas luciérnagas, de igual forma que el campo de flores, bajo el astro nocturno y el celestial firmamento negro repleto de estrellas. Aunque la luz de su cuarto ya estuviera apagada, se quedó despierto viendo las luces de las casas apagarse una a una, y oyendo el canto de las cigarras y los grillos. Sin embargo, cuando se apagaba la última luz, vio algo que no estaba en la escena hace un rato: una luz blanca en medio del campo de flores, que parpadeaba y se movía de un lado a otro. Su curiosidad le decía que siguiera observando, pero su cuerpo le rogaba por unas horas de descanso, por lo que nada pudo hacer para evitar que sus ojos se cerraran y se perdieran de lo que sucedía afuera.


CONTINUARÁ...


Una flor de oro para recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora