II

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Les recuerdo que está apegado a la celebración mexicana (no del todo, ya que entre regiones hay mucha variabilidad), y un poco a la religión católica por su simbolismo. Habrá muerte de personajes y, especialmente en este capítulo, O.o.C., y notas de autor extensas pero no kilométricas.

Disclaymer: los personajes de Saint Seiya, así como el Día de Muertos, no me pertenecen. Los primeros son propiedad de sus creadores, y el segundo es Obra Maestra del Patrimonio de la Humanidad, declarada por la UNESCO en 2003.

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II.-

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Nuevo día. Se encontraba con sus padres en el camposanto. A sus tiernos diez años le hacía un poco raro que éste no luciera los monocromáticos y sombríos colores de la naturaleza muerta como en las películas de terror. De hecho ni siquiera el tiempo estaba nublado, pues un resplandeciente sol daba calor a la Tierra desde lo alto de un cielo azul con unas pocas nubes. Asimismo las flores de tonalidades púrpuras, fucsias, rojas, anaranjadas, amarillo-rojizas y blancas daban colorido a las tumbas de los seres queridos.

-¿Para qué es ese caminito que hacen con las flores? -le preguntó a su madre, quien desbarataba algunas flores anaranjadas.

-Es para indicarles a los difuntos el camino a sus casas -respondió ella con parsimonia.

-¿Y por qué huelen tan raro? -inquirió, luego de oler una de ellas y hacer un mohín.

-¡Ay, hijito! Qué cosas dices -soltó su padre con tono risueño.

Unos minutos más tarde su madre terminaba de decorar dos tumbas en especial: las de sus bisabuelos. No los había conocido realmente, salvo por una que otra llamada que le hacían a su madre. Tampoco había estado presente en el funeral, pues era demasiado pequeño para eso. Por otro lado, a sus abuelos maternos nunca los conoció, pues su progenitora tampoco lo hizo. Por ende no había ningún sepulcro para ellos.

-Bienvenidos sean, abuelitos -con esta frase fueron concluidas las plegarias que la mujer dedicó.

Estaban a punto de irse cuando notó algo raro.

-¿Por qué a esa tumba no le ponen flores ni velas?

En efecto, a unos pasos de los dos sepulcros, había un montículo rectangular de tierra, sobre el que crecían abundantes hierbas. La pequeña cerca de madera a su alrededor estaba destartalada, probablemente por los estragos de la lluvia, el sol y el paso del tiempo. De hecho, sólo la habían reconocido como una tumba por la cruz de madera que trataba de mantenerse erguida, y cuyas letras ya estaban extintas.

-Probablemente no tenga familia o se han olvidado de él o ella -espetó su padre.

-Pobrecita.

Por compasión, su madre aseó un poco aquella tumba. Si bien no contaban con lo necesario para levantar una cerca nueva o pintar siquiera las letras de la cruz, al menos el sepulcro ya no lucía abandonado. Asimismo ella había puesto unas cuantas flores y dedicado una oración.

-Quien quiera que sea, bienvenido.

Con esto se daba por concluido el pequeño recibimiento. Estaban por retirarse cuando se le ocurrió algo. Tomó la florecilla que había olfateado -y que todavía no soltaba-, y la desbarató para formar el mismo caminito que su progenitora. Aunque no fue lo suficientemente largo o nítido, al menos había hecho su buena acción del día. Más tarde, ya en casa, ayudaba a sus padres a colocar la ofrendas que año con año ofrecían a sus muertos. Esta consistía en un altar de unos dos peldaños, cubiertos de telas blancas y coloridas hojas de papel de China picado, sobre el que se disponían guisados como mole con pollo y arroz, frutas de temporada, flores de los mismos colores y tipos que en el camposanto, velas encendidas, agua, un plato con sal y una copita de barro negro con algunas ascuas, entre otras cosas. Su madre, quien mejor conocía la tradición, le había explicado a grandes rasgos para qué era cada cosa, y aunque no logró asimilarlo del todo, al menos entendía su importancia.

Una flor de oro para recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora