1. A simple vista

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Llegó a mi vida a mediados de Septiembre. Su tez achocolatada, por aquel entonces, carecía de mi atención. Era simplemente otro desconocido más al que, por un instante, no di importancia alguna. Otro par de ojos marrones que se perdían vagando entre pizarras y pasillos eternos.

El sueño me invadió ese día, típico de mi, que tengo por mala costumbre soñar despierta. Él seguramente también tenía sueño, incluso me atrevería a afirmar que toda la universidad de Barcelona andaba risueña.

Pero no hablemos de él todavía, haré como si olvidara por un instante mi ligera (Y a veces no tan ligera) obsesión por él. Hablemos de mi.

Me llamo Abigail pero todos me llaman Abi, a mis 20 años mis amigas ya me llaman vieja a pesar de que sigo aparentando 15. Soy cáncer (Gracioso símbolo parecido a un 69) a la vez que soy crítica, muy perfeccionista e hipersensible. Soy, como suelen decir algunos, un globo lleno de sentimientos rodeado de alfileres. Siempre tengo los sentimientos a flor de piel, tanto los míos como los de los demás. La empatía algún día me matará, os lo prometo.

Actualmente estoy cursando tercero de economía en la Universidad de Barcelona, pero la fuente de mi dolor empezó hace justo un año (O quizás no, quién sabe). Antes de que mi tormento más indeseado apareciera por arte de magia, mi vida era perfecta. Tenía un novio guapísimo que sabía como tratarme en cualquier situación, aguantaba todos y cada uno de mis ataques de bipolaridad y además, me miraba con aquellos ojos azules que podían derretirme en cuestión de segundos. Jack sabía que yo era un chica un tanto compleja y aún así luchó por mi, tuve mucha suerte de poder estar dos años y pico a su lado. Maravilloso, en serio, no podía pedir más.

Empezaba segundo de carrera, volvía a mi rutina de siempre. Aún y así estaba contenta de volver, todavía no me había dado tiempo de aborrecer el ambiente universitario por milésima vez. Ya desde el primer día tuve la valentía de conocer gente nueva, personas curiosas en los ojos de las cuales pude ver el ansia por compartir sonrisas y pequeñas huellas que el veranó dejó en sus corazones. El repertorio de anécdotas abarcó desde el típico "no he hecho nada de nada" (Como yo) hasta los viajes más soñados y las noches de fiesta más salvajes que uno pueda llegar a imaginar.

Un peculiar olor a café invadía mi sensible olfato, imaginaros si me sentí atraída por él que tuve que saltarme alguna que otra clase para poder degustar su amargura y recuperar el sabio conocimiento de que es el peor café del mundo.

Después de clase iba a ver a Jack, eso también era parte de la rutina. Siempre salía de las primeras, abriéndome paso como podía entre la multitud. Corría para no perder el tranvía (Localmente llamado TRAM) de Zona universitaria. En quince minutos ya me hallaba en su casa, con pelos de loca pero a gusto, con una sonrisa de oreja a oreja.

Así de simple y calmada era mi vida. El problema surgió cuando tuve a Fernando como profesor de Macroeconomía I, un ser un tanto peculiar, ligeramente tarado y obsesionado por las cervezas Moritz. Qué podía esperar yo de una persona que afirmó darles "Colocao" a sus hijos, obviamente ¡problemas!. A nuestro querido Fernando solo se le ocurrió hacernos un gran favor (O al menos ese era su punto de vista) ampliando nuestra "network". Nos pidió que, por favor, hiciéramos grupos de cuatro personas, prohibiéndonos además que todos los miembros fueran de un único sexo, tenía que ser mixto sí o sí. Esto último no fue gran obstáculo para mi, tenía a los que posiblemente eran dos de los compañeros más listos e inteligentes de clase, Ana y Alex. Éramos tres, faltaba uno, y ahí apareció él, en busca de grupo en el que ser aceptado, al igual que otras decenas de compañeros más.

Sentado justo enfrente de mi, girándose con toda la naturalidad del mundo, me sorprendió preguntándome si tenía grupo. "¡Perfecto! nos falta solo una persona" le dije yo. Ante lo ocurrido, nos presentamos y creamos nuestro respectivo grupo de WhatsApp para poder trabajar con mejor coordinación a distancia. Cabe decir que las conversaciones acabaron tratando todo tipo de temas juveniles, a los que se les dio más importancia que a los deberes de clase. Suele pasar, supongo.

Pol se llamaba, quién iba a decir que se acabaría llevando tan bien con nosotros, sobretodo conmigo. Yo no soy muy fan de hablar en grupo vía mensajes, así que yo solo respondía de vez en cuando para ver si me podía escaquear de la parte que me tocaba hacer a mi. Os juro que no sabía hacerlo, nos jugábamos la nota y no quería perjudicar a los demás haciendo cualquier chapuza.

Una jornada tras otra hicieron que descubriera la facilidad que tenía Pol para hacer los ejercicios de los cuales yo no llegaba a entender ni el enunciado. Casi siempre acababa haciendo él mi parte, ya solo por eso empecé a sentir admiración por él. Demostraba ser alguien inteligente, simpático y dispuesto a ayudar a los demás. En clase apenas hablábamos, es más, no se sentaba con nosotros ya que él tenía sus propios amigos.

Ninguno se fijó en el otro, ni yo en él, ni él en mi. Y así transcurrió el primer semestre, con nada más que indiferencia y sentimiento de compañerismo entre yo y el chico que, al cabo de unos pocos meses, iba a hacer que mi corazón diera algunos de los pálpitos más temibles de su vida.

Podía vivir sin él, podía pasar los días sin pensarlo segundo a segundo. Cuánto daría por volver a esa situación, a ese principio... Nadie me ha hecho subirme en semejante montaña rusa de emociones, nadie más que Pol. Y por como hablo quizás penséis que me arrepiento de lo ocurrido entre nosotros pero, la verdad, estoy agradecida por haber tenido la oportunidad de vivir algo diferente.

Con esta historia, quiero que os deis cuenta de porqué lo quiero matar y besar al mismo tiempo. Es todo muy complejo, muy contradictorio. Él es, para mi, una especie de postre salado.

No te esperaba en mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora