«No digas nada» Escucha Cervantes de un lugar lejano, como un susurro. No sabe de dónde viene, pero igual no le parece oportuno hacer algo ahora. Mira su botella de plástico. Contiene tan solo un tercio de agua. Escucha un par de tecleos de la secretaria que se encuentra del otro lado de la oficina. «15:16» Se siente cansado, le duelen los huesos, los números de sus cuentas se revuelven en una burla confusa y molesta. No está capacitado para trabajar hoy, a esta hora, y sin haber desayunado. Solo tiene en el estómago los dos tercios de agua que se acaba de beber.
―¿Ya terminaste el balance, Cervantes? ―le pregunta su jefe.
―Estoy en ello ―le contesta sin siquiera apartar la mirada de su escritorio. No quiere tener contacto visual con el barro que le vio en la barbilla esa misma mañana. Es asqueroso.
Su jefe le tira una mirada desdeñosa sin decir nada, y se va. Aunque en realidad lo que quiere decirle es: Lo quiero para hoy, maldita sea. Pero prefiere no hacerlo. Tal vez porque piensa que es una pérdida de tiempo discutir con un hombre tan inútil como Cervantes. Y por supuesto, su empleado se percata de todos esos pensamientos tan solo con fijarse en su lenguaje corporal.
Más tecleos resuenan. «15:19» Solo han pasado 3 minutos y Cervantes ya no aguanta. Ahora hasta le duele la cabeza y empieza a sudar. Más y más tecleos resuenan y se esparcen como un montón de aves asustadas volando directo hacia su cabeza.
Pero no son aves, ahora se escuchan como insectos que se acercan, que van llegando y le caminan por la piel, introduciéndose con precisión quirúrgica en los orificios de su cuerpo. Paseándose por todos lados. Se le ven los bultos caminando y comiendo. Comiendo su carne para adentrarse más. Ya han avanzado y ahora se dirigen hacia sus órganos. Suenan crujidos dentro y siente la necesidad de arrancarse los pedazos de sí mismo, para librarse de ese cosquilleo infernal. Pero no puede moverse, le es inútil intentar cualquier cosa. Quiere vomitar, siente que tiene que hacerlo. Vomitar esos bichos que se han posado en su estómago. Desea librarse de ese aturdimiento, y de esa sensación tan horrenda.
Y lo hace.
Vomita encima de su escritorio y su teclado. Mancha un poco la pantalla y tumba la botella de un tercio de agua al piso. Suena la caída vibrante de dicha botella y suena el líquido marrón saliendo de su boca hacia sus instrumentos de trabajo. La secretaria, su jefe y sus otros dos compañeros que están en el mismo cuarto se percatan de este suceso y quedan atónitos.
No son bichos, es simple vómito de la comida de anoche. Pero Cervantes no lo ve así. A través de sus ojos acaba de vomitar un montón de cucarachas vivas. Algunas se pasean por la pantalla de su ordenador. Otras se van huyendo hacia la puerta. Y otras, más atrevidas vuelan hacia cualquier parte. Hacia la cara de las demás personas. Porque eso hacen las cucarachas que se atreven a volar. ¿De qué otra cosa les sirve si no es para caerte encima de la cara y meterse a tu boca? Para devorarte por dentro y repetir el mismo proceso que con Cervantes.
Él piensa en eso mientras mira el vuelo de uno de esos insectos que se posa encima del barro de su jefe. No sabe cuál de las dos cosas es más repugnante.
―¡CERVANTES! ―le grita furioso― ¡CERVANTES! ¡MALDICIÓN QUÉ CARAJO TE PASA!
El grito ronco del jefe se puede escuchar hasta el otro lado de la calle. Pero no para su empleado. Él no escucha ni ve nada más que lo que hay en su cabeza. Está en shock. Podría desmayarse en cualquier momento y su jefe tendría que contratar a alguien más competente para el puesto. Contadores, hay muchos. Y a él ya no le importa lo más mínimo su trabajo.
―ESTÁS DESPEDIDO CERVANTES ―grita una vez más el jefe. Pero esta vez su voz si llega a los oídos de todos los presentes.
«15:29» Las cucarachas dejan de volar.
Todos se quedan callados y Cervantes vuelve en sí. Mira el desastre que hay hecho en su escritorio y le llega el mal olor que ha quedado. Traga un poco de saliva y mira a su interlocutor. Está sudando y el barro le ha reventado dejando una mancha de pus con sangre escurriendo por su piel.
―Claro... Jefe ―contesta Cervantes―. Pero primero, me gustaría decirle, que es un tremendo idiota.
El ex empleado Cervantes toma su portafolios, el cual tiene una pequeña mancha verde de vómito. La limpia con una toalla húmeda que saca de su bolsillo izquierdo. Lo hace con suma paciencia pese a que el ambiente es incómodo. Le da un último vistazo al barro viviente de su ex jefe y se va por la puerta principal.
Dentro de la oficina, todos se quedan en silencio. La secretaria llama a intendencia para limpiar el desastre, y el resto, sigue con su trabajo.
Afuera, Cervantes mira el cielo azul despejado. Unos cuantos jóvenes pasan en bicicleta haciendo un poco de ruido. Pero no es molesto, por el contrario, es hasta agradable porque se siente la alegría juvenil en ellos. Entonces, él recuerda lo que quería ser a esa edad. «Tener un restaurante» se contesta a él mismo. Mira el reloj. «15:36» Se pregunta si es necesario tomar un taxi para llegar a tiempo a su casa y ver si su esposa tiene el almuerzo hecho. Se muere de hambre. Pero decide que no lo hará, que es mejor caminar, perder un poco el tiempo. Y pensar en cómo puede convertirse en el dueño de su propio restaurante.
Mientras camina hacia su casa mira una cucaracha que revolotea como si se creyera un pájaro. Le salta sobre su hombro y ambos cruzan miradas. Aquello parece increíble.
―Diles a tus amigos que les agradezco. Si no hubieran causado todo eso... Habría continuado con mi plan ―le dice a la cucaracha.
Esta asiente y se va. Él jura y quiere creer que de verdad le ha asentido como signo de entendimiento.
Antes de continuar su camino abre su portafolio, empieza a rebuscar entre los montones de papeles que tiene y encuentra su cajetilla de cigarros, justo al lado de su pistola 9 mm. La mira unos segundos mientras sostiene la cajetilla. Esta brilla un poco debido a la luz intensa del sol. Se lleva a la boca un cigarrillo blanco. Lo enciende y cierra su portafolios.
Continúa caminando mientras fuma y reanuda sus pensamientos del nuevo proyecto.
―Casi cometo el mismo error por quinta vez ―dice y tira el humo blanco―. Menos mal, porque pienso quedarme con este apellido.
El humo se esparce en el aire y más cucarachas llegan, para hacerle compañía a Cervantes.
ESTÁS LEYENDO
"El vuelo de las cucarachas" y otros
Horror4 relatos de terror, que te sumergirán en lo extraño y oscuro de esas realidades.