Paralizado

703 105 46
                                    

Hay un número de personas no tan reducido en el mundo que sufre de algo llamado "parálisis de sueño", ¿Qué es esto? Poniéndolo en definiciones de alguien que lo sufre, alguien como el joven David, se podría decir que es cuando tu mente despierta, pero tu cuerpo no. Te quedas varios minutos inmóvil mientras imaginas, escuchas, hueles, ves, y sientes cosas que, al momento de abrir los ojos de verdad, no son reales. Es un evento que indica que el sujeto sufre de problemas de sueño, y/o estrés, pero que no representa ningún peligro real. Aunque sí genera una angustia, increíblemente grande, y horrenda. Sabiendo esto, se puede entender mejor cómo se siente alguien como David, que sufre de esto constantemente.

Él está acostado en su cama individual, es una habitación pequeña, de lo más normal. Un armario de madera, un baño a su izquierda, un escritorio en una esquina, la salida a la derecha. David se fija en todas estas ubicaciones principales, aunque ya se las sabe de memoria. Se fija en ellas porque está, y a la vez no está dormido; tiene una de esas parálisis de sueño. Mira hacia los lados con dificultad. Trata de mover su brazo, pero no puede. Trata de mover su mano, pero le es aún más difícil. Sus dedos tampoco le responden. Su pie, su cabeza, nada le hace caso. «No otra vez, no otra vez» piensa mientras sufre. Porque es lo único que le es posible hacer de momento. Entonces recuerda un poco algunos de los consejos que dan cuando estas cosas pasan: relajarse, moverse lentamente, y esperar a que corran unos tres minutos. Y con suerte, uno se despierta antes de eso. Casi siempre funciona. Casi siempre, pero no hoy.

Pasan tres minutos y sigue su pesadilla.

Si la angustia antes era poderosa, ahora lo es todavía más. «¿Qué pasa? ¿qué pasa?» Se dice con voz temblorosa, con una voz imaginaria. Un dedo se estira con lentitud; lo hace mediante un esfuerzo infinito. Pero muy en el fondo sabe a la perfección que es una ilusión, que en realidad sigue en la misma posición. Y se desespera todavía más.

Él se encuentra boca arriba, porque así acostumbra a dormir, y es por ello que puede ver casi en su totalidad la habitación. Pero, sin su autorización esto dejar de ser así. Por alguna razón se voltea (y se voltea de verdad) hacia la izquierda, dando la espalda a la puerta de su habitación. Esto en los primeros segundos lo tranquiliza porque piensa que quiere decir, que por fin ha despertado. Que ya podría levantarse, moverse, tomar un vaso con agua, esperar un rato a que el efecto pasara, regresar a dormir tranquilo y tener un sueño placentero. Y esto hubiera sido perfecto de no ser porque la parálisis seguía. Sí, se volteó, pero nada más. Como un reflejo involuntario o como si lo hubieran empujado. Y para sumarle todavía más puntos negativos a la situación de David, está el hecho de que ahora en su nueva posición, le da las espaldas a la puerta. Y no solo eso, media nariz la tiene enterrada en la almohada, dificultando la respiración. «¡Esto no puede ser!» Grita dentro de sí. Y mientras tanto, empiezan las alucinaciones. Escucha una voz grave y turbia decir algo, y unos pasos firmes que se acercan a la manija de la puerta. Con delicadeza, como queriendo no despertar a nadie, abre la puerta, y pasa. De manera lenta pero segura. Se pasea por la parte exacta de donde David no tiene campo de visión.

David intenta inútilmente librarse de la parálisis y solo logra agitarse más de lo que ya estaba. Se hunde en lo profundo de la almohada, siente cómo le falta el oxígeno y se empieza a ahogar. Una presión en el borde de la cama se hace presente. Tal como si se hubieran sentado a su costado, para observarlo. «No es real, no es real, no es real» Se repite. Pero hay que ser sinceros. Lo normal en este tipo de eventos es que dure unos 3-4 minutos como máximo. Pero él, lleva alrededor de 10 o más minutos inmerso en la pesadilla.

Y, mientras él sigue su lucha interna y sus innumerables preocupaciones, la presencia que le acompaña le toma de su hombro derecho y lo vuelve a voltear boca arriba. Es ahí donde lo ve. Un hombre delgado y alto, con una máscara de cerdo vieja, fea y manchada de algo asqueroso lo observa. Está ahí pero no puede ver el verdadero rostro de su agresor, solo su cuerpo y sus acciones. Este hombre se ríe como adivinando lo que piensa su víctima, y deja la habitación sin decir nada. «Esto ya fue demasiado lejos, ¡Quiero despertar!» Continúa diciéndose David.

El hombre pasa a otra parte de la casa. Se escucha su caminar. Se detiene y un ruido carnoso y húmedo hace eco. Desprendimiento de un material blando junto con un crujido seco. «¿Qué es?». Un olor rancio y raro le llega. Lo que parece un llanto suena por un tiempo bastante corto y desaparece de inmediato. Termina rápidamente como si ya hubiera tenido todo preparado. Regresa, y al entrar cierra con un portazo. Suena con una claridad que no podría ser posible en un sueño. David se empieza a asustar como nunca. Pero sigue inmóvil. En su regazo cae algo pesado; Él oye un líquido que va escurriendo desde sus piernas hasta sus sábanas. Pero no ve bien qué es. No lo ve hasta que el agresor le toma de los cabellos y le levanta la cabeza para que admire el regalo que le ha dejado. El regalo que le ha preparado desde la otra habitación.

David grita lo más fuerte que puede. Pero no se oye nada.

Es la cabeza de su madre. Completamente pálida, llena de sangre, totalmente maltratada y mal cortada. Se le ve en los ojos apagados el sufrimiento que tuvo que pasar al momento de morir. Huele horrible y se ve todavía peor.

No puede más. Él siente que no puede seguir adelante con todo esto. No está preparado y se siente débil. Empieza a llorar y esta vez las lágrimas sí son reales. Salen desde lo más hondo de su alma al exterior de esa espantosa realidad.

El agresor vuelve a colocar la cabeza de David sobre su almohada, y con cuidado toma la de su madre y se la pone al lado de él, para que lo acompañe.

David por fin empieza a moverse levemente. Se le mueven los dedos, la mano y hasta le tiembla un poco el pie. Abre la boca para poder decir alguna palabra de auxilio, pero algo le detiene en ese instante. Siente un poco de ardor en el brazo, algo que le quema por las venas y que le pica en la piel. Logra desviar la mirada hasta ese lugar de ardor, y ve que el agresor, asesino de su madre, le está inyectando alguna sustancia extraña en el cuerpo. Termina de hacerlo y tira la jeringa. Ríe de nuevo por debajo de esa máscara de cerdo mugrienta y estira los brazos preparándose para algo más.

David rápido se termina relajando, o más bien, dando por vencido. Se convence de que no es más que un simple mal sueño, y que, aunque muriera ahí, terminaría despertando en su cama, listo para desayunar y hablar con su madre. La cual por obviedad estaría viva. Ya que toda esa tortura que está sufriendo en la parálisis no es real. No es más que una pesadilla para él.

Acaba cerrando los ojos de su consciencia y escucha como el agresor le va cortando las extremidades con alguna arma blanca que no alcanzó a ver. Todo se le va escapando de a poco y se va sintiendo libre de poder moverse.

«He despertado» Se dice mientras abre los ojos y mira la tenue luz que entra por debajo de su puerta. Se levanta de su cama y mueve todo su cuerpo para comprobarse así mismo. Está completo y se siente muy vivo; en perfecto estado. Sale y se dirige a la cocina. Su madre le da los buenos días con una cálida sonrisa. Le dice que se siente en la mesa y él lo hace. Le sirve el desayuno que ha preparado con tanto amor. Son huevos a la mexicana, y un poco de jugo de naranja. Todo es de colores pasteles y claros, como un bello sueño. Pero para David, esa es la realidad. Y se siente feliz así.

En cambio, del otro lado, en la otra realidad. El agresor termina su procedimiento separando la cabeza de David del resto del cuerpo. Mete las demás partes en bolsas transparentes, con sumo cuidado y con una clasificación enfermiza. Tal cual fuera un pollo descuartizado que comerá después. Y de hecho, eso es para él: carne para su refrigerador. Mete dichas bolsas en una nevera para subirlas a su auto posteriormente. Las dos cabezas las guarda en una bolsa negra. Esas, no las consume; las colecciona. Limpia toda la sangre y evidencia que pudiera quedar. Aunque pareciera una ardua labor él lo hace en muy poco tiempo. Ya tiene experiencia en estas cosas.

Al subirse al auto, el agresor se quita la máscara de cerdo dejando ver a un hombre bastante bien parecido. De mediana edad, con barba bien afeitada y cabello negro lacio tirado hacia atrás. Ojos miel y dientes perfectos, aunque un poco amarillentos. Admira un rato su misma imagen por el retrovisor. Se le ve bastante feliz. Y cómo no. El desayuno sería huevo con carne. La carne, de una calidad bastante alta. 

"El vuelo de las cucarachas" y otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora