La nueva mascota

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Encontré a mi mascota hace ya un tiempo. Estaba cerca de los límites de mi pequeña ciudad. Por donde la carretera y el bosque inician. Iba en mi auto regresando de trabajar. Al verle no pude evitar sentir necesidad por llevarla a casa. Así que me acerqué, la tomé, la subí al asiento del copiloto y nos fuimos. Fue toda una odisea. No se estaba quieta y en cierto punto del camino tuve que parar o íbamos a terminar estrellados. Fue difícil, pero después de varias horas, numerosos frenones y algunos sustos, logré traerla a salvo.

Al llegar le quise dar de comer. La leche no la quiso, tampoco el pan, ni el cereal. Salí esa misma noche y compré comida para perros, pero ni se le acercó. Se le veía en un estado bastante lamentable. No estaba precisamente desnutrida pero sus ojos reflejaban el hambre que estaba pasando. ¿Pero qué más podía hacer si no quería nada de lo que le daba?

Así pasaron varios días, y una tarde regresando de mi rutina diaria vi que mi nueva mascota había cazado una ardilla que entró por mi ventana abierta. Tuve sentimientos encontrados: la pobre ardilla ni se había defendido bien. Se notaba. Pero al menos ya no pasaría hambre mi nueva mascota y eso me tranquilizaba. Desde ese día, empezó a cazar su propio alimento. Fuesen ratones, aves, más ardillas. Uno que otro bicho. Todo lo que fuera pequeño y que estuviera a su alcance servía.

A pesar de estar resuelto el asunto de la comida, aún tenía que dedicarle tiempo a ella. El trabajo no me dejaba estar demasiado tiempo en casa, y por el hecho de que nunca me casé, y tampoco quise quedarme con mis padres, estaba siempre en soledad. Solo mi nueva mascota me acompañaba cuando llegaba de noche. Jugábamos por varias horas antes de dormir. A veces, le tiraba una pelota para que fuera a buscarla, o jugábamos a las escondidas. Cabe mencionar que ella siempre ganaba. Supongo que hacía trampa por el excelente olfato y percepción que tenía. Ella parecía más que contenta. Cosa, que lamentablemente no duró mucho tiempo.

Después vino una época oscura. Apenas llegaba y abría la puerta y se me aventaba para gruñirme. Como si no me conociera. Así por varios minutos hasta que algo en su cerebro le decía que reaccionara y se calmaba. Y en las noches, se ponía a llorar y llorar hasta que la iba a ver solo para que me gruñera de nuevo, se calmara, me fuera, y se repitiera todo el proceso. Esos días no pude dormir nada. Y se me notaba en la cara. Las ojeras eran inmensas y hasta mi jefe me preguntaba si deseaba unas vacaciones. Y sí, las tomé. Para cuidar de mi mascota, de mi compañera.

Esa semana de vacaciones me dediqué las 24 horas al día a cuidarla y darle amor. Y aunque mis esfuerzos fueron gigantescos, no pude descansar nada. Su comportamiento iba de mal en peor y ahora tardaba más en reconocerme. Dejaba de cazar y por lo tanto de comer. Se orinaba por todos lados de la casa y mordía mis cosas. Mi paciencia empezaba a llegar a su límite. Por mi mente pasó llevarla al veterinario. Temía que hubiera contraído rabia o algo similar. Pero al final decidí que no podía sacarla de la casa. ¿Qué diría el veterinario de ella? ¿Se asustaría? Aunque no se portara bien conmigo, tenía miedo de perderla.

Al final eliminé parte de ese temor y compré un transportin. Pero fue un completo desperdicio. Meterla ahí fue imposible. Lo intenté por días y días sin éxito alguno. Lo único que logré fue obtener unos rasguños bastantes grandes en ambos brazos. Así que me contacté con un viejo amigo que tenía unos ranchos, y que me pudo facilitar unos sedantes para animales de granja. Creí que sería buena idea. Le di un par de vueltas al asunto y después desistí y me guardé las jeringas para un caso extremo.

Lo verdaderamente extraño de toda esta historia empezó la noche en la que mi mascota no dejó de llorar. Era pasadas las 11 de la noche cuando comenzó a arañar todo el suelo, paredes y objetos. Todo lo que estuviera a su alcance lo arañaba o lo mordía. Aullaba en unas tonalidades difíciles de identificar. Temblaba, vomitaba y se comía su vómito casi automáticamente. Sentí mucha lástima al ver tal escena y me quedé a su lado pese a que mi propio bienestar corría peligro.

Después de unas interminables 7 horas dio a luz a su cría. Así es, no me había dado cuenta hasta ese momento de que estaba premiada. ¿Cómo había pasado? Seguramente antes de que la recogiera o quién sabe, incluso espontáneamente. Uno nunca termina de comprender este tipo de organismos.

De ella salió un pequeño ser gris, lleno de una baba verde blancuzca. Sus ojos eran de un color rojo intenso, sus patas eran cortas, con garras más largas que sus dedos. Cola retorcida mediana y puntiaguda. Los colmillos largos y afilados, demasiado desarrollados para ser un recién nacido. Su cara, completamente chata, mal formada y sin orejas. Carecía de pelaje; la piel hasta se veía de consistencia viscosa. Tan parecido a su madre. Como el cruce de un perro, una rata, y un anfibio. Incluso puede que algo de otro mundo. Era como del tamaño de un puño humano.

La pobre criatura quiso respirar, pero no pudo. Murió en un instante a la vez que un líquido amarillento le salía por los poros, dejando un aroma muy desagradable. Su madre fue testigo de todo ello. Fue ahí, donde mi pobre mascota perdió la razón. Intentando matarme con esas garras tan grandes, tan mortíferas. Donde se me acercaba podía sentir su mal aliento, la baba que le cubría todo el lomo pelado, y la rabia que sentía por mí, como culpándome de lo sucedido. Menos mal que cargaba conmigo siempre el sedante que había obtenido gracias a mi amigo. Ese día me sirvió para librarme de la muerte. La dormí antes que pudiera morderme.

Así la mantuve. Dentro del transportin desde ese día. En su pequeña jaula. ¿La cría? No la pude tocar. Al intentar hacerlo me quemé el dedo índice y pulgar. Se derritieron y los terminé perdiendo. En el hospital me hicieron mil preguntas acerca de cómo me había pasado eso. Tuve que mentir y me creyeron. Después de eso, en mi casa, todos los días llegaba a escuchar los ruidos inexplicables y horribles de ese ser, que consideraba mi mascota. Se despertaba y al ver a su cría ácida muerta se agitaba, como si le diera un ataque de asma aceleraba la respiración. Jadeaba y gruñía como si fuera un monstruo. Un sonido gangoso, agudo y hasta chicloso. Era una sensación totalmente extraña y nueva para mí. La sedaba siempre que podía. Para que durmiera y no sufriera. Pero sabía que lejos de ayudarla me ayudaba a mí mismo. Para no escucharla, para no sentirme mal por darle alojo a un ser que nunca supe qué cosa era.

Soy una persona extraña, pero amante de la vida. Por eso amaba a mi mascota, pero el día en que perdió a su cría también sentí que se le había ido algo más. La muerte se oía desde cada alarido que daba. Como si los gritos combinados de muchos seres se unificaran en una sola voz, y esta voz sufriera constantemente. En eso se había convertido, en una vasija portadora de mucho resentimiento. ¿Qué podía hacer?

Al poco tiempo no soporté más seguir con todo esto, seguir viendo esa escena tan desoladora. Era como si ese animal me comiera por dentro solo con sus gritos. Con su voz. Así que me fui de mi casa. Renté un departamento y ni siquiera me llevé todo lo que tenía. Solo dejé todo atrás. A esa cosa y a su cría, los dejé tirados en el olvido. Lo curioso está en que pensaba que los vecinos me terminarían llamando por teléfono porque escucharían esos llantos durante todo el día, pues no habría nadie quien se quedara a sedar a esa cosa. Pero no fue así. Solo hubo una que me mencionó que, al acercarse a la casa, apestaba mucho, como a un animal muerto. Y me pregunto, ¿habrá muerto? ¿La habré matado?

Me da miedo regresar y averiguarlo. Tarde que temprano lo terminaré haciendo. Pero no hoy. Hoy tengo una cita con el doctor. Una especie de gangrena se me esparce por la mano y el brazo. Dicen que podría ser grave. Pero me daría igual perder la extremidad, o morir. Cualquier cosa es mejor que volver a escuchar ese ruido. Ese ruido tan extraño que no abandona mi cabeza, que hiere, que me consume el alma.

"El vuelo de las cucarachas" y otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora