Capítulo 2

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Narra Benjamín:

El reloj del recibidor daba las 7:33 para cuando llegué, pero puede en realidad fuera un poco más temprano o más tarde; ese reloj daba la hora que se le antojaba. Crucé el pasillo principal y pasé por el acceso que daba al primer patio (y a la escuela en sí), de ahí me senté en una de las galerías que había al final, saqué mis audífono y me perdí, para variar, entre las letras de Anna Sun.

A pesar de vivir relativamente cerca de la escuela, tenía la costumbre de llegar varios minutos antes de que iniciaran las clases. ¿La razón? Sencilla: la tranquilidad de las mañanas. Sí, lo sé, lo sé, "profundo" ¿cierto?, pero la verdad no es tan así como se escucha.

Hace unos dos años, en invierno, un compañero de clases había contraído una gripe muy agresiva que terminó por enfermar a casi todo el resto del salón, salvo por mí y las dos mejores estudiantes de ese entonces; de esas que casi no llaman la atención y que no matarían ni a una mosca. El punto es que, como yo no me había enfermado, y esas dos no parecían cómodas conmigo cerca, pasé toda una semana en compañía de mi celular y mis audífonos; o sea, solo.

Los primeros días de esa semana, en los recreos, me la pasaba más pegado en mi mundo que pendiente de las personas a mí alrededor; escuchaba canciones de Coldplay, Panic! At the Disco, y buscaba las tonterías que se me ocurriesen por el navegador, pero supongo que un día se me acabaron las estupideces que buscar, y solo me sentaba en algún sitio a observar ¿Qué exactamente? Pues todo en general. Y les prometo que nunca antes me habían molestado tanto los recesos como lo hicieron esa vez. Pero no los recesos en sí, porque, en serio, ¿a qué estudiante en la faz de la tierra le molestan los recesos? No, a lo que me refiero con que me molestaban, era por la cantidad de gente que no me dejaba tranquilo durante ellos.

Las desventajas de tener muchos amigos de otros años, supongo. Como que su razonamiento lógico era decir que si estaba solo, era porque me pasaba algo.

Me sentía como las mujeres a las que felicitan por un embarazo que no tenían.

En resumen, descubrí que había y hay muy pocos sitios en los que uno podía estar tranquilo cuando quería estar solo.

Lo único que me daba las energías para soportar a todos los que se las daban de psicólogos conmigo era la luz matutina. Algunas personas toman café para empezar bien el día, otras se dan baños, yo veo el amanecer. No lo sé, creo que mi estado de ánimo se recarga con una mezcla de sol matutino y canciones de Walk the moon.

Me gustaba.



No sé cuánto tiempo había pasado, pero ya habían pasado como cuatro o cinco canciones. No sabía qué hora era, pero tampoco hacía falta para saber que faltaban alrededor de diez o quince minutos para entrar a clases. Claro, no hacía falta si ya llevabas un tiempo llegando temprano. A esta hora era cuando comenzaba a haber un poco más de movimiento por la escuela; no tanto como para decir que ha esta hora llegaban todos, pero sí para darte cuenta de que ya no estabas solo.

Cerrando los ojos y respirando profundamente, me recosté en los tablones de madera (los cuales, a decir verdad, no me incomodaban) y puse mis manos detrás de mi nuca mientras seguía escuchando mi música.

De repente sentí como alguien me quitaba el audífono izquierdo, haciendo que abriera un ojo perezosamente.

"Hasta aquí llegó la tranquilidad" pensé haciendo una cara de desagrado que de seguro esa persona notó.

-Hola, idiota-dijo Dana con un tono seco como siempre.

-Tan jovial que amaneces todos los días, mi querida amiga-dije sarcástico mientras me enderezaba-Tienes que contarme tu secreto.

No lo creía ciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora