Capítulo 5

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     Dejé a mi padre con la siguiente pregunta en la boca y con mi frase a medias. Salí de la cocina y fui directa a la puerta de entrada. Abrí la puerta todo lo rápido que pude para darme de bruces con que la moto ya no estaba allí. Yo estaba segura de haber visto la moto allí sola, sin su propietario, justo antes de cerrar la puerta la última vez. No era posible que ya no estuviera allí. Cabía la posibilidad de que su dueño hubiera venido a por ella, pero… ¿era posible sacar aquel monstruo del jardín sin encender el motor? Y en caso de haberlo hecho, ¿era tan silencioso su motor, como para no hacer ni un mínimo de ruido?

     Estaba confusa y exhausta en la puerta de casa, mientras mi padre se acercaba por detrás y apoyaba con cuidado su mano sobre mi hombro.

–        Amy, volvamos dentro…

–        La moto, estaba… – no daba crédito a lo sucedido. – tuviste que verla, era negra.

–        Me apetece poner algo de música y hacer algo divertido, juntos ¿que me dices?

Seguía quieta mirando al lugar dónde antes estuvo la moto. Buscaba cualquier prueba de que estuvo allí: marcas de neumáticos en la calzada, la marca en la hierba que queda cuando se ejerce peso sobre ella…algo, cualquier cosa. Pero nada, allí no quedaba ni rastro de una moto ni de nada parecido.

–        Necesito algo de luz y aire exterior, dame cinco minutos – pedí para poder llevar esto a solas por unos instantes más.

     Sin responder más que con un apretón allí dónde tenía puesta su mano sobre mí, se dio media vuelta entrando a la casa y dejando la puerta entreabierta, dejándome a solas con mi realidad, en el porche.

     Sentía ganas de correr hacía la hierba para patearla, para arrancarla y quemarla allí dónde la moto había estado. Sentía ganas de gritar todo cuanto me fuera posible, todo el aire que me fuera posible expulsar de mis pulmones sin desmayarme, aunque en realidad que aquello pasara o no, poco importaba. Sentía ganas y ansiaba echarme a llorar.

     No podía volver a estar pasando aquello. ¿Y ahora que?, ¿Otros tres meses con aquel sueño? Si había algo peor tratar de recordar algo que supuestamente nunca estuvo allí, era tener el recuerdo de algo que tan sencillamente como apareció, se esfumó. Era mucha más la impotencia que se sentía ante lo segundo.

     Cuestiones como las de ¿estoy loca? o ¿realmente vi aquello? Volvían a mí. De nuevo otra vez, volvía a cuestionarme mentalmente yo a mí misma. Necesita correr lejos, huir de aquello. Quería esconderme bajo la primera piedra que encontrara y no salir de allí nunca más. Almenos no hasta estar segura de que vi y que no. Lo más similar a ello que pasó por mi cabeza fue el cerrar la puerta para que mi padre supiera que me iba, coger mi bici, llevarla con los brazos a toda prisa hacía el asfalto, montarme en ella y comenzar a pedalear con prisa, pero sin rumbo.

*   *    *

Salí de casa cuando el sol estaba apunto de alcanzar lo más alto en el cielo y ahora estaba de regreso cuando al sol le quedaban a penas cuarenta minutos para ponerse. Estuve fuera de casa por almenos unas ocho horas, unas seis de ellas pedaleando por medio del bosque, en un camino que Mark me había enseñado el otoño pasado. Estaba hambrienta, sedienta y probablemente acarreando sobre mi una insolación importante. Había salido de casa con lo puesto y sin ningún tipo de provisión. No quería volver a casa, pero tenía que hacerlo antes de que mi castigo  –  el cual seguro me sería impuesto –  se hiciera más grande o antes de que me desmayara.

     El plan era pedalear lo más rápido que me fuera posible hasta casa, entrar por la puerta que estaba detrás de las escaleras, ducharme, comer y beber algo, y en caso de encontrarme con mi padre, no dejarle ver cuan mal me encontraba. Pedaleaba en mi bici mirando hacía el horizonte sin pensar en nada, no hubiera sido difícil que un coche me atropellara, pues no era muy consciente de nada a mi alrededor. Estaba a punto de entrar en una de las calles del pueblo cuando casi me doy de bruces con ella. Frené antes de fusionarla con mi bici.

      De nuevo no podía creer lo que veía. No lo había imaginado, esa mota existía. La maldita moto causante de mi estado enfermizo de forma tan directa, estaba frente a mí.

Bajé de la bici dejándola caer en el pavimento y me dirigía directa a patear aquella moto, cuando noté una presencia observándome desde unos metros detrás de la bici.

–        ¿Quién eres? – grité furiosa. – ¿Es esta tú moto? Porque planeo destruirla o almenos cambiarla permanentemente de forma a patadas – Estaba tan furiosa que el lado más agresivo dentro de mí, aquel que existe en todas las personas, salió por primera vez de mí. Odiaba a la dichosa moto, y odiaba a aquel chico o quien quiera que fuera el dueño.

      Esperé respuesta del muchacho moreno, pero en lugar de ello y pese a la distancia me pareció ver que la boca del tipejo se curvó hacia la derecha en una curva sin mostrar ni una sola pieza  y la forma de los ojos se achinó bajo sus pómulos. Estaba riéndose de mí.

      No aguante más y en una fracción de segundos pasé del modo Amy furiosa, al modo animal carnívoro hambriento. Me dirigí rápido como un lobo al lado izquierdo de la carretera y recogí una rama considerablemente grande y puntiaguda del suelo del bosque. Probablemente hoy sería el primer día que pasaría una noche en el calabozo de comisaría, pero en este momento poco importaba, me giraría y correría hacía el tipo y le daría una buena tundra con mi rama.

      Puse de nuevo mi pie descalzo sobre el asfalto, arrojé la rama a mis pies para quitarme la bata blanca con una gran dosis de violencia, me agaché a recoger mi rama y miré por última vez al chico antes de ir a atacarle. Por un momento temí que hubiera desparecido y me hubiera dejado allí sola con la única opción de desquitar mi rabia con un árbol. Pero allí seguía el sonriendo, con una pose que insinuaba algo así como ‘ven por mí’ . Enfundé mi rama y corrí hacía él y juraría que incluso lancé un gruñido al hacerlo. Cuando estuve a unos cuatro metro de él, decidí que quería darle su merecido con mis propias manos y lancé la rama en su dirección, con la esperanza de que le alcanzara. Cada vez estaba más cerca y el estúpido chico ni se inmutó, como si una loca no corriera hacía él con la intención de hacerle daño. Yo no era una chica todo músculos, al contrario, apenas podía destaponar una botella al abrirla por primera vez y mi altura no es que intimidara mucho, pero el podría saber que yo bien podría saltar sobre el y arañarle la cara, era chica y tenía uñas. Ningún chico debería subestimar las uñas de una dama.

     La rabia dentro de mí estaba apunto de llegar a su estado de éxtasis cuando me encontré a dos metro de él. Era tan intensa que no logré fijarme en nada durante mi carrera salvo mi objetivo y el color anaranjado comenzando a asomarse por el horizonte. A tres pasos de él, en el último momento levanté mis puños, cosa que me llevó dos pasos más y estaba lista para que le primero aterrizara en su cara, cuando noté que algo me lo impedía. Bajé la mirada y en ese momento noté la presión sobre mis muñecas que se correspondía con lo que estaba viendo. Me tenía agarrada por las muñecas y completamente impactada. Sólo atiné a levantar la vista, al rostro del muchacho.

Este abrió su boca y de ella salió un sonido que apenas legué a escuchar con claridad, pesé a que lo dijo alto y claro.

–        Adrien.

Negrim PetrumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora