Capítulo 8

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La cabeza me duele a horrores. No me creo capaz de volver a abrir los ojos nunca más.

Poco a poco cierro una  mano, encerrando así, tierra y unos cuantos hierbajos en mi palma. El recuerdo se cierne sobre mí como un rayo en medio de una tempestad: rápido y luminoso. Con cuidado giro sobre la espalda, haciendo así que mi cara se separe de la tierra. Tierra que por cierto no se siente nada bien dentro de mi boca.

Ahora que yazgo sobre el húmedo suelo, hago mi propia nota mental: no volver al bosque de noche, y mucho menos correr colina abajo.

No tengo las fuerzas que debería para ponerme de pie y volver a casa, pero la idea de ser la cena de un lobo no me complace. Primero doblo las piernas con las rodillas hacia arriba y después cierro ambas manos en puños. Escuece, escuece mucho. No me hace falta ser una adivina para saber que al aterrizar, lo primero que he hecho, ha sido poner mis manos para amortiguar el impacto. Sé que si vuelvo a abrir los puños, no querré cerrarlos de nuevo y honestamente, prefiero este escozor antes que apoyar mis heridas abiertas en la tierra.

Reúno todas mis fuerzas en un impulso final, para ponerme de pie. Pese a saber que ha pasado, me encuentro un tanto desorientada. Mi sistema tarda unos segundos en hacerme saber dónde me encuentro. A escasos cinco pasos se encuentra mi bicicleta, y siete metro más allá la carretera.  Si mal no recuerdo, en el momento de mi impacto me encontraba bastante más lejos de este punto. Pero que más da… estoy aturdida y estaba todo muy oscuro. Empiezo a acercarme a mi bicicleta cuando después del tercer paso, la fricción  que causa la tela del jean sobre mis rodillas es insoportable. Miro hacia abajo pero la sangre me baja demasiado rápido de la cabeza y tengo que volver a subirla llevándome una mano a la frente. Tras asegurarme de que ya estoy estabilizada llevo mis manos a las rodillas poco a poco.

Mierda.

Hace a penas quince días que había comprado este jean y ahora se encuentra destrozado, y lo que es peor, junto a ellos mis rodillas. Genial, simplemente genial.

Con la poca luz de luna de la que dispongo, levanto mis manos enfrente de mis ojos, para encontrar en ellas sangre seca. No soy demasiado buena en física, química, biología o en lo que sea que tenga una teoría sobre esto, pero la sangre tarda un buen rato en secarse, teniendo en cuenta el tamaño de mis heridas, lo cual significa que si la mía esta prácticamente seca, he tenido que estar bastante rato inconsciente y tirada en el suelo. El reloj de mi móvil confirma mi teoría. Las nueve y cuarto. He yacido tumbada he inconsciente durante al menos tres cuartos de hora. Me parece asombroso que ningún animal se haya acercado a mí con la intención de devorarme en ese tiempo, y más teniendo en cuenta el olor de mi sangre expuesta. Nunca he sido creyente, ni siquiera en el momento que creía que lo sería, pero de alguna manera, le debía las gracias al jefe, aún suponiendo que hubiera uno.

El pedalear parece un tanto menos doloroso que caminar, pero de igual manera duele.

Por suerte, el bosque no pilla extremadamente lejos de casa, y tras unos minutos de trayecto, me encuentro entrando en casa, suplicando por que papá aún no este en casa.

Las luces apagadas me dicen que así es, el aún no ha llegado, pero no me fío hasta entrar dentro y poder ver yo misma que nadie había.

Dejo caer mi bolso en el suelo de la entrada, y me voy despojando del abrigo durante el camino hacia el baño. En la oscuridad del bosque mis herías parecían bastante feas, pero ahora frente al espejo lo son aún más. Una raja no muy profunda surca mi pómulo izquierdo de forma vertical, y mi frente esta adornada de arañazos por la zona de la sien.

Mis manos están bastante magulladas, pero sin duda la peor parte se la llevan las rodillas. Tiras destrozadas de tela cuelgan y se mezclan con el barro y sangre de mis heridas, las cuales están tan sucias que no puedo determinar cuan profundas son, pero desde luego luce como si me hubiera deslizado ladera abajo apoyada en mis rodillas, al más puro estilo de estrella del rock.

Negrim PetrumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora