Prólogo.

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                                                                   ASHLEY

Derek jugaba con Jack, mamá estaba preparando la cena y papá puliendo las tablas tras la última clase de hoy. Todos nosotros compartimos una pasión. Algo que amamos por igual.

El surf.

Para algunos es un deporte más, para otros pocos y para mi familia es algo que llevamos dentro, el aire que respiramos. Oxígeno Salado, como reza en los folletos de promoción de la escuela de surf de papá que hay junto a mi casa. Desde pequeños, mi hermano Derek y yo hemos sido educados junto al surf, que con el paso de los años se ha convertido en nuestro estilo de vida. El surf quiso que papá y mamá se conocieran. Todo ocurrió hace veinticuatro años...

Papá estaba capitaneando el barco de pesca que tenía en aquella época. Mamá surfeaba por primera vez en el mar después de practicar en tierra, y al intentar tomar la cresta de la ola, se cayó y quedó atrapada en el remolino que se formó. Papá, estaba pescando, y gracias a su foco vio a mamá en apuros, así que se lanzó al mar y la rescató. La subió al barco y la envolvió en una manta para que no cogiera una hipotermia y le ofreció un capuchino. Fue amor a primera vista. Aunque parezca irónico, mamá quería conquistar al tío Dan, que en ese momento era el monitor de adultos de la escuela del abuelo, que aún estaba vivo. Si papá y su foco no hubieran estado allí, odiando el surf, al contrario de sus hermanos, mamá no estaría aquí ahora. Y así fue como mi padre y mi madre se enamoraron, papá se convirtió en un amante del surf, y mamá se casó con papá.

Cuando era pequeña, estaba todo el día en el agua. Normal, mis padres amaban el mar, aunque de los tres hermanos yo era la que había heredado la auténtica pasión por el mar. No salía del agua ni un segundo. De ahí a que me llamasen Sirena, a ver, me llamo Ashley, pero mi mote ha perdurado y ahora los alumnos de la escuela, mis amigos, y de mi familia, sólo mi hermano Derek, me llamaban por mi mote.

En fin, vivir junto al mar es lo mejor que se puede tener, al menos para mí. Dormirse con el ruido de las olas, tumbarse en la arena y observar las estrellas. Tener una colección enorme de conchas y tesoros marinos y hacer bisutería con ellas.

Nunca pensé que iba a conocer a alguien como Allan Johnson, y menos aún, lo que me iba a pasar con él.

Amor Surfista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora