Capítulo Uno.

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                                                          ASHLEY

-¡Sirena, a cenar!--. Mi hermano gritaba desde la escalinata de casa. Por Dios, le oía perfectamente, no hacía falta que le oyeran hasta los delfines. Levanté una mano para hacerle saber que le había oído. Cerré la cajita que contenía materiales de bisutería y conchas, le estaba haciendo un collar a Chloe, mi mejor amiga, mi alma gemela, estamos en el instituto juntas y compartimos la pasión por el surf. Cuando entré puse la cajita dentro de mi mochila y fui a la cocina, el olor del pescado frito me abrió el apetito enseguida. Nos sentamos en la mesa y papá miraba el telediario.

-¡Mañana habrá unas olas encantadoras en Florida, así que, amantes del surf: Cojed vuestras tablas y preparaos para unas olas dignas de cabalgar!--. Derek y yo soltamos un grito de satisfacción. Mamá  puso los ojos en blanco y apuntó a la televisión con el cuchillo. 

-Yo creo que sería demasiado peligroso. Los niños a los que enseña Ashley no saben aún mantenerse en equilibrio sobre la tabla.

-Tranquila, mamá, mañana es sábado. Además sería estúpido por nuestra parte desperdiciar unas olas geniales.

-Tu hija tiene razón, Lyla, las olas de mañana, como ha dicho el periodista están hechas para cabalgarlas, si hubiera habido clase, habríamos cerrado por estas olas.--. Asentí, llamaré a Chloe para que venga. Papá abrió el periódico y empezó a leerlo.

-Angus, ¿Tienes que leer en la mesa?--. Dijo mamá, ahora apuntando a papá con el cuchillo. Él suspiró y dejó el periódico en el mármol de la cocina.

-¿Papá crees que vendrá mucha gente a la playa mañana?--. Mi hermano a veces podía ser un poco estúpido. ¡Claro!

-Supongo, si todos ven las noticias a la hora de cenar, claro. Pero no creo que todos vengan concretamente a esta playa.--. Mamá asintió y esta vez sin apuntar a nadie con el cuchillo dijo:

-Tiene razón, cariño, siempre queda la máquina de olas.--. Derek soltó un bufido y se cruzó de brazos.

-¡Pero mamá, la máquina de olas es para los niños!--. Era verdad, para los niños que no estaban preparados para ir al mar y para los que no se mantenían en la tabla de surf.

-A mí me gusta mucho la máquina de olas.--. Intervino mi hermano pequeño. 

Terminé de cenar y fui a mi habitación para dormir, pensando en el perfecto día que sería mañana, las olas, según el telediario, serían perfectas para ejecutar un buen cut back, o un bottom turn. 

                                                                     ALLAN

Eran las nueve de la mañana y el maldito despertador no dejaba de sonar. De un manotazo hice que se estampara contra el suelo, pero seguía sonando. Dichoso reloj. Espera un momento, no era el reloj lo que estaba sonando, no. ¡Era la alarma de incendios! Seguro que el estúpido de George había vuelto a hacer alguna chapuza.

Bajé las escaleras y cuando llegué en la cocina había una humacera increíble. Era tanto que me asfixiaba. Agité la mano para abrirme paso entre el humo y encontré a George empapado por el sistema de apagado automático.

-¡¿Qué coño ha pasado, George?! 

-Estaba preparando el desayuno para ti y para tu hermana cuando me entraron ganas de ir al baño y las aguas menores...--Que no siga por favor.

-¡Para ya!--. La voz era de papá, sonaba enfadado e irritado, odiaba que lo despertaran en sus días libres, excepto mamá. Pero mamá había muerto.

-Déjalo George, iré a desayunar a la playa, dicen que hoy habrán olas geniales.

-¿Otra vez a surfear? Sabes como odio que hagas deportes de riesgo.--. Sabe que me encantan los deportes, además, el surf no es un deporte de riesgo, si le hubiera dicho que iba a hacer puenting, vale, pero era surf. Un insignificante, pero divertido deporte acuático.

-¡Por favor, papá!. No puedo desperdiciar esta oportunidad. Además, en ¡Surf! Oxígeno Salado. Tienen unas tablas geniales. Aunque esa gente no sea de nuestra clase.

-¿Cuántas veces tengo que decirte que no se juzga a las personas por su estatus social, Allan? 

Negué con la cabeza y subí a mi habitación para telefonear a Mike. Oí la voz de papá amenazando a George con que le despediría si no limpiaba eso inmediatamente, por lo visto el humo había dejado el mármol italiano blanco de la cocina ennegrecido. 

-¿Diga?--Un chillido se oyó al otro lado de la línea.

-Michael, voy a surfear dentro de un rato, ¿te vienes?

-No, tío, tengo que cuidar del piojo enano.--De nuevo se oyó otro grito, seguro de la hermana pequeña de Mike, a la que él llamaba piojo enano.--. Mis padres han ido a ver a mi tía Ally al hospital. Se ha puesto de parto.

-Vaya, que pena, en fin tendré que divertirme yo sólo, más tubos para mí.

-No te eches flores, Al, sabes que a mí se me dan mejor los tubos que a tí, te van más los wipe out. Tengo que dejarte, el piojo enano está haciendo de las suyas. 

Dejé el teléfono sobre la cama y abrí mi vestidor para ponerme las bermudas y coger lo necesario para bajar a la playa.

Me despedí de papá y al llegar al garaje me colgué la mochila y me puse el casco y los guantes, aceleré la moto para calentarla y salí.

Amor Surfista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora