Justo cuando mi vida no tenía un rumbo fijo, incluso cuando mi mirada estaba perdida tras un amargo dolor por una relación mal correspondida, te presentaste en mi vida, me di cuenta que tú también traías a cuestas, al igual que yo una amarga soledad, traíamos una pesada maleta en los hombros llena de rencor, dolor y muchos pedacitos de lo que una vez fue un corazón que creyó poder y saber amar.
Sin esperar nada porque en realidad en ese momento no estábamos buscando otra relación que dañara aún más lo que quedaba del roto corazón que estábamos armando pedacito a pedacito, nos fuimos entendiendo cada vez más, con tu dolor que era el mío y con mi amargura que entendías a la perfección, nos fuimos acoplando de una manera casi inmediata.
Primero fueron leves preocupaciones por la tristeza que cargaba el otro. Sin darnos cuenta esas preocupaciones se transformaron en miradas profundas de esas que tocan el interior, sonrisas bobas que reconfortan el alma.
Un día cualquiera comencé a extrañarte aun sabiendo que te vería en unas horas, sin darnos cuenta uno empezó a necesitar la presencia del otro. Fue así como comencé a darme cuenta que podía enamorarme una vez más.
Fueron tus cuidados, tus atenciones, tus caricias lo que me hicieron entender que alguien podía amarme tal cual soy, que todos esos complejos sobre mi imperfecta persona, para ti pasaban desapercibidos, los veías, los conocías pero n o te importaron, era para ti esa parte que te faltaba y con todos tus defectos eras perfecto para mí. Casi sin querer, cada uno ya formaba una parte indispensable en la vida del otro.
Me enseñaste la manera imperfecta del amor ideal, juntos descubrimos que si se puede amar de una manera única, sincera, limpia, sin prejuicios ni ataduras, y así los hombros ya no nos pesaban, habíamos dejado atrás la pesada maleta con rencores, el corazón de nuevo estaba completo, pegado, ambos latían en sincronía. De nuevo me volví a enamorar.