Capítulo 3

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Ding, dong

Eran las 3 de la madrugada y Elena estaba sola en casa. El timbre llevaba sonando dos minutos pero no sabía si abrir o no, al no estar sus padres. Finalmente decidió ver quién podía ser.

No pudo evitar la impresión cuando vio que la madre de Javima estaba allí. Tenía los ojos hinchados, como si hubiese estado llorando durante mucho tiempo.

-Por favor, pase- dijo Elena-. Lamento no haber abierto antes pero no hay nadie y no sabía quién podía ser.

-Tienes que disculparme Elena. Debería haberte llamado antes de venir aquí pero no sabía a quién más acudir.

-¿Ha ocurrido algo?

La madre de Javima suspiró y tomó asiento. Le indicó a Elena que la acompañase y empezó a contarle lo que había pasado.

- Ayer Javima no regresó a casa después de clase. Estuve esperando hasta la noche pero no apareció. Entonces empecé a llamarlo pero su móvil estaba apagado. Decidí ir a la policía a poner una denuncia hoy a la mañana y hace dos horas me llamaron, diciendo que habían encontrado los cuerpos de dos chicos que se correspondían con la descripción de Héctor y de él. Acabo de llegar de allí y...

La madre de Javima empezó a llorar. Elena no podía creer lo que le estaba contando, no podían estar muertos. Recordó la conversación que creía que habían tenido ambos. Era posible que estuviesen en peligro, pero no que tuviese esas consecuencias.

-Elena -consiguió susurrar su madre-, necesito que me cuentes si hay algo que hubiesen hecho o visto por lo que ha pasado esto. Es muy raro y tiene que haber algo detrás, no puede ser una mera casualidad.

-Desde que Javima y yo dejamos la relación apenas tenía trato con ellos. Héctor desapareció poco después y desde eso no he vuelto a hablar con Javima salvo en un par de ocasiones. Estaba raro, muy distante y cada vez que intentaba acercarme a él me daba contestaciones muy secas, ni siquiera me daba pie a preguntarle qué tal estaba. Lamento no servirle de ayuda pero no sé nada por lo que pueda haber pasado esto.

Elena no estaba segura si debía contarle lo de esa conversación. Quizás eran ciertas sus suposiciones pero, ¿qué pasaba si estaba equivocada? ¿Y si no era Héctor y era cualquier otra persona? ¿O quizás era un juego? No debía contar nada a menos que no estuviese segura.

-Entiendo. Quería hacerte una pregunta más. ¿Sabes si hay alguien en las Islas Canarias que tuviese confianza con Javima? La policía estuvo comprobando sus llamadas y la última provenía de ahí.

-Que yo sepa no, lo siento.

La madre de Javima se levantó, dispuesta a marcharse. Elena la acompañó a la puerta y se despidió de ella. Después volvió a su habitación y se acostó de nuevo, aunque sabía que no iba a poder dormir. Empezó a llorar. No podía creer que nunca más volvería a verlos, que por algo que había sucedido ahora ya nunca más podrían hablar, salir, verse cada día en el instituto. Se olvidó por completo de los últimos meses y recordó todas las cosas buenas, sobre todo el viaje a Roma que habían hecho el verano pasado ellos tres y otros cuatro amigos más, invitados por la familia de uno de estos últimos. Había sido estupendo recorrer aquellas calles todos juntos. El último día, en la Fontana di Trevi, ella había tirado una moneda para que algún día pudiesen regresar Javima y ella, creyendo firmemente en ese deseo, que poco después de volver había empezado a disiparse. De hecho, justo después de esa noche, Héctor y él empezaron a hablar a solas en numerosas ocasiones y, a veces, ella sentía que la estaban dejando de lado. La relación con Javima tampoco era la misma desde aquella noche que habían estado a los pies de Neptuno, como si le hubiese sucedido algo en aquel momento que le hubiese hecho cambiar.

El día de Navidad, Elena fue al velatorio de ambos con sus padres. A pesar de lo que le decían los mayores ella quiso acercase a verlos y despedirse de ellos. Primero fue a ver a Héctor y luego a Javima. Cuando se acercó para darle un beso, se quedó paralizada. Ella recordaba claramente que Javima tenía una marca de nacimiento en el cuello, justo encima de la nuez, que era redondeada y muy clarita. En su lugar había una superficie quemada, como si hubiesen querido hacerla desaparecer a la fuerza. De hecho no quedaba ni un resto de que había estado allí. Reaccionó, lo besó y se marchó, ante la mirada atónita de la madre de Javima.

¿Las Islas Canarias? ¡Claro! ¿Cómo no lo había recordado antes? Héctor siempre había dicho que si algún día se marchaba, quería vivir allí. Ahora estaba segura, tenía que tratarse de él. Lo había descartado cuando habían anunciado que Héctor había muerto una semana antes de encontrarlo, pero ahora creía que era imposible que se tratase de otra persona. Pero, ¿si eso era cierto, entonces aquel cadáver no era el de Héctor? ¿Y el de Javima?

Héctor tenía una cicatriz en la mano derecha, a raíz de una caída que había tenido cuando era pequeño. Pero, ¿y el chico que estaba allí tumbado? Volvió a entrar, dirigiéndose hacia su madre, que estaba allí. Al pasar por el lado de ese supuesto amigo fallecido vio su mano y allí no había nada.

Le dijo a su madre que necesitaba estar sola y que se iba a casa. Necesitaba pensar.

Cómplices de la verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora