Género: Fanfic: Slash (Fanfic con temática de Relaciones Homosexuales).
Clasificación: K.
Advertencias: UA (Universo alterno), muerte de uno de los personajes.
Nota Autora: ¡Hola de nuevo! Aquí estoy yo con un nuevo FF Wigetta, un poco raro, admito, pero es lo que mi mente ha pensado. La idea me vino después de haber leído unas cosillas por ahí en internet sobre las creencias del pasado. Espero que os guste, y si no, podéis decirlo también <3 (Por cierto, antes de que alguien me diga: "Esto no es Wigetta, no puede ser Wigetta por no sé qué y yo quiero Wigetta porque no sé cuánto y eres una mentirosa y muérete" esto ES un FF Wigetta, que parezca otra cosa al principio no lo quita de ello. Así que por favor relajen sus pezones) Ahora sí: Disfrutad de esta pequeña presentación.
Prólogo
En una tarde oscura y nubosa, un joven madrileño de veinte años volvía a casa con una sombra asfixiándole la existencia. Este abrió el portal y se dedicó a subir los dieciocho escalones que llevaban a la primera planta de ese piso de cuatro, donde él tenía su vivienda en la parte derecha, más concretamente el número "7" del bloque. Abrió la puerta ocasionando que la madera de esta crujiera, era una de las cosas que lo ponía enfermo de ese piso, que la madera antigua de las puertas crujía tanto cuando las abrías como aleatoriamente por las noches.
Sus amigos Alex y Frank vivían en el piso de arriba, compartiendo el piso, como una pareja formal solía hacer. Ellos tenían en sus terrazas una pequeña conexión entre ellas: una escalera metálica por la que podían subir y bajar hasta sus terrazas. Cuando decidieron mudarse, habían escogido precisamente esos pisos en los que las terrazas estaban conectadas de esa manera para poder ir desde un departamento al otro con mayor facilidad. Usualmente Frank y Alex dejaban siempre la puerta de la terraza abierta para que cuando Guillermo subiera pudiera entrar sin tener que llamarlos antes.
En ese momento, pensó que su vida podía mejorar. Obviamente, se equivocaba.
Pasó al pequeño pasillo de la entrada de su piso y dejó su mochila a un lado y las llaves en un pequeño recipiente que tenía en una mesilla al lado del paragüero. Caminó por la oscuridad del lugar encendiendo las luces tras de sí. En uno de los espejos del pasillo, vio las grandes ojeras que sus ojos presentaban y el recorrido que las lágrimas, ahora secas, habían dejado en sus abultadas mejillas. No se sorprendió al verse así mismo, porque sabía lo que pasaba en su interior: su alma, el alma de Guillermo Díaz estaba rota.
—Estoy harto de todo esto —exclamó a la soledad, sabiendo que nadie le contestaría.
Él sabía que lo que iba a hacer era lo más cobarde que una persona podía hacer en su vida y la única decisión de la que alguien no se podía arrepentir; pero simplemente no podía más. Desde la muerte de sus padres y su hermana en un accidente de tráfico hace unos años, su vida había dejado de tener sentido. No lograba salir adelante sus estudios, los exámenes lo estaban ahogando, el sentimiento de soledad lo perseguía y sentía que nada de lo que hacía servía para algo.
Sabía que ese día sus amigos no bajarían a visitarlo, pues se habían ido a una de las tantas fiestas a las que los solían invitar. También a él, todo había que decirlo, pero no sentía la necesidad ni las ganas de ir a ninguna. Parecía mentira, que teniendo a unos amigos que lo querían tanto como ellos, se sentía más solo que nadie.
Hacía tiempo que arrastraba esta situación y ya no quería seguir siendo valiente. No quería seguir aguantando cosas que no podía soportar, pretendiendo que no le afectaban y dando una sonrisa a cualquiera que le preguntara. Estaba harto de llorar a escondidas temiendo que cualquiera pudiera verlo y compadecerse de él. Porque una cosa tenía muy clara: no quería la compasión de nadie.
—Mamá, papá, hermanita... —habló mientras colgaba en una de las vigas maestras visibles del salón una cuerda que había comprado hace unos años, en el momento en que esa idea comenzó a rondarle—. Pronto estaré con vosotros.
Se subió a una silla que había colocado debajo de la cuerda y metió su cabeza en la parte de la cuerda en la que había formado un círculo para que rodeara su cuello. Inspiró y expiró varias veces, mirando a la nada, sintiendo la piel de la cuerda en su cuello, aún de manera leve. Se lo replanteó, varias veces, pero la decisión estaba tomada y esta vez no había marcha atrás. Le dio una patada a la silla haciéndola caer, dejándolo en el aire. La cuerda se ciñó a su cuello, ahogándolo. Su cuerpo se tambaleó hasta que las fuerzas y el oxígeno lo abandonaron y quedó inconsciente. Segundos después, murió con tranquilidad y un suave balanceo.
Fue el casero, a la mañana siguiente mientras entraba en las casas a revisar los fusibles de cada vivienda como hacía cada mañana, quién lo encontró. Su grito fue tan fuerte que alertó a todo el edificio. Los amigos del chico bajaron rápidamente las escaleras y entraron por la terraza al apartamento. Ahogaron un pequeño gemido de angustia al ver el cuerpo sin vida de su mejor amigo, las lágrimas y sollozos empezaron a invadirlos de forma cruel mientras intentaban consolarse mutuamente en un angustioso abrazo.
Ese mismo día, una esquela del periódico daba la noticia de la persona que se había marchado a mejor vida...
«Guillermo Díaz, estudiante de 20 años.
Fallecido por ahorcamiento voluntario en su casa del centro de Madrid.
—Tus amigos te queremos, y siempre lo haremos, estés donde estés. Descansa en paz, Willy, porque nosotros te mantendremos en nuestros corazones.»
Tres años después, caminando por las mismas calles por las que alguna vez ese muchacho había paseado antes y en dirección al piso en el que el otro vivió durante unos años, un joven de veintisiete años se paseaba con una maleta a la espalda y un móvil entre las manos.
—Sí, sí... Ya lo sé, Luzu —hablaba con el móvil en su oreja—. ¡Deja de llamarme "Vegetta"! Ese apodo ya es de niños, tío... Sí, está bien, me acordaré de decírselo a Rubius. Ya te llamaré, tengo que buscar mi nuevo hogar.
Cogió de su bolsillo un papel doblado y lo abrió para hallar en él una dirección, la que sería la dirección en la que viviría.
—Bueno, por lo menos pude encontrar un apartamento con el número 7. Eso es una buena señal.
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Dolor Fantasma || FanFic Wigetta
Fanfic"Guillermo Díaz, estudiante de 20 años. Fallecido por ahorcamiento voluntario en su apartamento del centro de Madrid". Se dice que las personas buenas van al cielo, y las que han hecho crueldades al infierno. Y los suicidas, no van a ninguno de los...