Le sonreí al retrato de mamá y salí.
En la calle, el tráfico era denso y perturbante, saturado de pitos e insultos propios de la tarde moribunda. Yo a pié, dejaba los carros atrás.
Cuando dieron las seis, entré al bar y todos me miraron en silencio. Fue raro sentir sus miradas como ráfagas de fusil. Y pude sentir también que el Vicente Fernández de fondo bajó su vozarrón al notar mi presencia.
Todos me miraron menos la que atendía. Ella estaba de espaldas limpiando un vaso con una tohallita que luego tiró sobre su hombro con mucho estilo. Se notaba a leguas que lo había hecho miles de veces.
Luego de varios y eternos segundos, en los que pensé salir de ahí, ella me miró y me sonrió amable y con algo de ternura.
ESTÁS LEYENDO
UN WHISKY, POR FAVOR
ContoUn bar sencillo, una linda sirve tragos, una mamá que siempre estará ahí y un papá que nunca estuvo. Ah... Y yo.