Era sábado en la noche, las calles por donde caminaba permanecían algo solitarias para ser sábado; metí mis manos a los bolsillos de mi pantalón, mi manos helaban. Seguí caminando hacia Mixs, una tienda de discos. No faltaba mucho para llegar. Tatareaba una canción e iba caminando tranquilamente hasta que escuche sollozos, detuve mi paso y mire por encima de mi hombro, ella estaba con la mirada baja y pasaba el dorso de su mano varias veces por su cara; no dude en acercarme, di varios pasos hacia atrás y me senté a su lado. Ella sin importancia alguna siguió sollozando. Baje la mirada y pose mi mano en su espalda, dando pequeñas caricias de arriba a abajo, intentó secar sus lágrimas y su mirada se fijo en mi, tenia los ojos muy rojos e hinchados como para notar el color de estos en la noche.
Quite mi mano de su espalda para no hacer de eso más incomodo. Ella volvió a secar las lágrimas y al parecer ya se había calmado un poco.— ¿Como estas?
— ¿Es enserio? —balbuceó, y nuevas lágrimas volvieron a brotar de sus ojos descontroladamente, tapo su rostro con sus manos y luego subió sus piernas a la banca, hundiendo su rostro en ellas.
— Y-yo, lo siento. Disculpa, solo quería saber si estabas bien —dije, amable.— Ya veo que no —añadí, en susurro.
Bajó las piernas y levantó la cabeza, quito algunos cabellos de la cara y me miró con tristeza.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
— No, no puedes, no puedes hacer nada. ¡Ya nadie puede! —sus labios temblaban.
Ella se levanto decidida para echarse a correr, pero la tome de un brazo y la atraje hacia mi envolviéndola en un abrazo. Se trato de alejar, pero tenía más fuerza que ella, así que la calme dando pequeñas caricias en su espalda. Undió su cabeza en mi cuello, yo sólo seguía escuchando sus sollozos.
— ¿Que pasa? —susurré dulcemente, y ella sacudió la cabeza. Acariciaba su cabello y vaya que era suave. Me senté en la banca aun con ella abrazada a mi. La separé un poco, agarrando sus mejillas con mis manos.— ¿Quieres que te acompañe a casa?
Las lágrimas comenzaron a salir de nuevo; sus delicadas y pequeñas manos se posaron encima de las mías, y me estremecí un poco ante su toque; apartó mis manos de su cara y negó con la cabeza.
— E-estoy bien, creo —habló apenas audible.
— ¿Segura? —asintió.
— ¿Quieres mañana desayunar conmigo? —pregunté de repente, y me miro como si estuviera bromeando.
— No te conozco, lo siento.
— ¿Eso fue un no?
Torció los labios.
(...)
Un mes después.
Crucé la puerta principal del pequeño local de comida mexicana y estaba de lo más distraído buscando alguna mesa donde sentarme, hasta que vi un rostro muy familiar, la observe fijamente durante unos minutos y creo que se dio cuenta, me volteó a ver y abrió los ojos sorprendida. Estaba sola sobre las sillas altas en una barra. Me acerque a ella y me senté a su lado.
— Hola —salude con una sonrisa.
— Hola... —entrecerró los ojos, tratando de recordar mi nombre.
— Ashton —le interrumpí.
— Claro —apreto los labios— Yo soy ______, creo que nunca te dije mi nombre.
—Sí. Por cierto, bonito nombre. ¿Ya ordenaste? —negó
Una mujer de cabello negro vino a pedir nuestra orden con una diminuta libreta. Ordené enchiladas.