Liu

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Comenzar desde el inicio como tal me resulta imposible, los escasos recuerdos de lo que aconteció en la vida que me fue arrebatada brutalmente son en su mayoría episodios borrosos y confusos, aunque hay ciertos eventos que recuerdo perfectamente, en especial aquellos relacionados con él... con mi hermano. Mi hermano Jeffrey.

Como mencioné, he perdido gran parte de mis memorias previas a lo que sucedió aquel día, el día en que algo cambió en la mente de Jeff, así que tomaré este suceso como punto de partida.

Acabábamos de llegar a una ciudad desconocida para nosotros debido al trabajo de papá, habíamos tenido que mudarnos de un lugar en el que habíamos residido por largo tiempo. El cambio no me emocionó en absoluto, odiaba alejarme de lo que me era conocido y enfrentarme a quién sabe qué nuevas situaciones. Jeff también detestaba esto, en realidad, él aborrecía lo mismo que yo. A pesar de todo, algo que no he olvidado es el fuerte vínculo que en vida tuve con él; es difícil describirlo, era como si hubiéramos estado «conectados» de alguna manera; si él sentía algo, yo experimentaba la misma sensación. Sabía lo que le gustaba, lo que temía, lo que disfrutaba... debido a este extraño enlace, ambos desarrollamos un sólido afecto por el otro.

En fin, recién habíamos llegado al barrio cuando una vecina se acercó a nosotros, se presentó y nos invitó a la fiesta de cumpleaños de su pequeño hijo que tendría lugar ese fin de semana. Jeff, al escuchar la conversación, se acercó a mamá para protestar por haber aceptado ir, en especial porque se trataba de una fiesta para niños, pues nosotros habíamos dejado de ser <> hace tiempo, pero, como era habitual, ella terminó imponiendo su voluntad. Enojado, fue a su habitación y yo me quedé afuera de la casa, contemplando la calle.

En ese momento enfrenté por primera vez aquella «cosa», algo que nunca había sentido, estoy seguro. Se presentó como una breve punzada en el centro de mi pecho, como si me hubieran clavado un objeto puntiagudo, seguido por una sensación de quemazón que se expandió por mi tórax, tan intensa que parecía que me estaba quemando por dentro. Duró unos cuantos segundos y desapareció abruptamente. Continué sentado por unos instantes, recuperándome y preguntándome qué demonios había sido eso. Parecía haber sido una descarga de una enorme furia dentro de mí, como si hubiera experimentado tanto enojo al grado en que mi pecho, figuradamente, había ardido en ira. Decidí no tomarle mayor importancia y entré a la casa.

Al día siguiente, nuestro primer día en la escuela; me levanté e hice mis cosas como de costumbre. Fui al comedor y noté que Jeff estaba algo raro: pálido, con mal semblante y parecía que soportaba un malestar que lo aquejaba. No tenía buen aspecto, sin embargo, no mencioné nada acerca de esto y mis padres no lo notaron.

Salimos de casa y fuimos a la parada de autobuses. Ni bien pasaron unos minutos cuando nos encontramos con los primeros problemas; un chico en patineta saltó cerca de nosotros, tal vez como una muestra de «autoridad», y frenó. Se dio la media vuelta y se presentó: se llamaba Randy, era el típico bravucón buscapleitos acompañado por su pandilla: dos chicos llamados Keith y Troy. Tendrían casi nuestra misma edad. Como buen rufián, Randy nos exigió pagar cierta cantidad por tomar el autobús, a lo cual me negué, por lo que tomó por la fuerza mi billetera. Quería evitar problemas, así que no hice nada para impedirlo, pero Jeff no pensaba lo mismo. A pesar de mis intentos por alejarlo, se acercó a los chicos y con tono amenazante exigió que me regresara la cartera. Randy no cedió, en cambio, sacó una navaja y la apuntó a Jeff. Estaba a punto de golpearlo para defender a mi hermano, pero algo inesperado sucedió; en un instante, Jeff había golpeado a Randy en la nariz y le había quitado el arma. En tanto, los otros dos buscaron herirlo; él apuñaló a uno de ellos en el brazo y dejó al otro inconsciente con un golpe en el abdomen.

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