Aquello que se quebró

1.7K 88 15
                                    


Hermione Granger, estaba sobre el fregadero de su casa vomitando lo que quedaba del consomé de pollo que había tomado a la fuerza hace cinco minutos. Era su primera noche en completa soledad. Nada se había cambiado de lugar y hasta había flores frescas en el horrible jarrón verde de la sala. Su casa de dos pisos permanecía intacta.

Los cuadros no habían sido descolgados, la ropa estaba perfectamente planchada y la nevera abarrotada para un mes.

No era como si hubiese muerto nadie. No era como si su esposo hubiese muerto. Lo trágico del asunto era que eso era lo que sucedía, él había muerto.

Aún tenía el traje negro del funeral y los zapatos nuevos le tallaban . Podía sentir una naciente ampolla palpitando.

Un par de brazos la rodearon, sobando su espalda, brindándole el apoyo que necesitaba para terminar de trasbocar.

−Tranquila−susurró Harry.

La mujer asintió, tratando de respirar profundamente. Le dolía demasiado el pecho por el esfuerzo de cada arcada. Apretó con fuerza el borde del fregadero, mientras su amigo abría la llave y el agua se llevaba todo a su paso. El sonido la tranquilizó y aprovechó de paso para llevarse un sorbo a su boca; humedeció sus labios secos e hizo un buche para limpiarse.

Harry Potter, "El niño que vivió", con un par de ojos verdes veía a su mejor amiga tras sus gruesos lentes. Le pasó un trapo de cocina para que se limpiara, y mientras, le sirvió un vaso de agua fría. Arrancó unas hojas de menta, que yacían en una matera en una hilera del mesón, y las echó ahí. Revolvió un poco y se lo ofreció.

−Gracias, Harry.

−Despacio.

La mujer se sentó en una de las sillas de la mesita que había en la cocina. No era grande, solo tenía cuatro puestos y era redonda. Hermione bebió de a sorbo, mojando sus labios por largo tiempo antes de pasar el trago por la garganta.

Harry tomó su mano fría para acariciarla, viéndole con mucha tristeza. Ella prefería no mirarlo. Era más fácil mirar el vaso. Era más fácil no mirar a los ojos de nadie. Las cosas no le devolvían sentimientos o sensaciones. Así, en su estado, era mucho mejor. Quería anestesiarse para no caer en ese va y ven infinito. En aquél que no le permitiría seguir adelante. Ese ir y venir de un sentimiento irreconciliable donde las náuseas la atacaban.

−Mione, hablé con tus padres y dicen que te esperan en su casa.

Ronald Weasley, con sus intensos cabellos rojos largos hasta la base de la nuca, prendió las luces del primer piso. Cerró las cortinas y fue directo a la cocina, donde sacó una jarra de leche de la nevera, té de una gaveta y unos bollos blandos de una cesta. Sin hacer más comentarios, comenzó a hervirla y dispuso el pan encima de un plato para compartir entre los tres.

−No quiero ir con ellos−respondió Hermione quitando su mano del agarre de Harry para refregar su cara.

−Nos quedamos entonces−le contestó en tono cortante Harry.

Hermione negó con la cabeza tomando un poco más de agua. −Tienes dos hijos de cinco y cuatro años. Ginny está por dar a luz y no se puede quedar sola.

−Yo no llamaría "estar sola" a compartir espacio con George, mamá, papá y el insípido de Percy− intervino Ron buscando el azúcar.

−Yo solo quiero estar acá−musitó Hermione entrelazando sus manos sobre la mesa. El escozor de su garganta comenzó a picarle, subiendo rápidamente a sus fosas nasales. Podía sentir el escozor de las lágrimas en sus ojos. Le dolían demasiado.

Fuego azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora