Máscaras

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Un domingo al medio día, helado como tantos otros días de julio, en una casa de arquitectura antigua, donde todo lo que se aprecia está hecho de madera, desfilan un total de 12 personas. Todos son hombres mayores de edad, pero jóvenes aún. 

Los zapatos de los hombres resuenan en el firme piso de madera del largo pasillo que finaliza en puertas dobles que dan la entrada al salón donde los esperan, con los trajes de vestir formulando ruidos sordos con el movimiento.

Nadie habla, nadie se sale de la línea uniforme en la que caminan, sólo se mantienen rígidos con la mirada en alto; esperando pacientemente su turno para ingresar en el gran salón que tienen como destino. Una vez llegado a este punto, con el hombre que encabeza la fila, se detienen y uno por uno toma una máscara que cubre todo su rostro antes de ingresar y desaparecer tras las puertas de roble.

Ahora que los doce rostros serios y rígidos han sido ocultos bajo una máscara que pinta rostros alegres y risueños, toman asiento en la gran mesa que se posiciona en medio del gran salón, adornada con manteles, cubiertos, vajilla y cristalería.

La mesa dispone de tres platos y a la izquierda tres cubiertos acomodados en orden inverso. Dos copas, un de vino y otra de agua y por cada seis lugares, un juego de sal y pimienta. Por el centro, un jarrón fino con flores blancas que es iluminado por el gran candelabro de cristales que cuelga desde el techo.

Es un encuentro formal, pero sentado en la esquina de la mesa rectangular, de cuclillas sobre el gran asiento antiguo de respaldo alto, los espera un feliz y animado anfitrión. Por el contrario de los comensales, este está vestido con un traje a colores, con zapatos ridículamente grandes y un sobrero que cae en puntas con cascabeles en cada una de ellas. En total tiene cinco, y es tan colorido como el traje. Su rostro vislumbra demencia, con una sonrisa que ocupa gran parte de su rostro y deja ver todos sus dientes perfectamente alineados. Sus ojos son pequeñas rendijas, con grandes cejas que se elevan a su frente en picos. El rostro está completamente maquillado: Blanco como base, un rojo carmesí en los labios que los vuelve más finos y largos, y las cejas son una línea negra igual que sus ojos. Desde su posición, puede ver a todos y cada uno tomar asiento, con sus trajes oscuros y caros, permaneciendo callados e inmóviles, sentados a cada lado de la mesa.

A pesar de la demencia que deja ver este titiritero, todos y cada uno de los que están en la mesa son completamente formales, esperando las órdenes de este.

Y dando por comenzada la cena, la magia comienza. 

Caras y caretasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora