Doce comensales. Doce títeres. Un titiritero.
Cuando el titiritero comía, los hilos invisibles tiraban de las demás personas en la mesa y ellos también comían. Cuando el titiritero hablaba, todas las cabezas giraban al unísono y esperaban a que este terminara su relato para asentir, sólo se debía tirar algunas cuerdas y todos asentían. En las conversaciones no había un "no" por respuesta, nadie tenía placer de que el hilo en su cabeza fuera movido por deseo de quien llevaba la conversación.
Aquel hombre extravagante era alguien realmente muy alegre luego de comer, por lo que se permitía decir chistes y contar anécdotas divertidas que lo hacían revolcarse en la silla y apretarse el estómago en busca de aire; su humor era ácido, lleno de ironías. Sin dudas, el humor negro era algo que realmente disfrutaba.
Entonces, cuando este reía, lo acompañaban las risas de muchas personas más que resonaban en todo el salón, pero que no provenían de ningún lugar en especial. Era más bien un especie de risa que suena en las comedias: unísonas y monótonas; pero que lograban hacer que las personas movieran un poco su cabeza y los hombros, como si las propias personas en la mesa estuvieran riéndose y las máscaras no fueran impedimento algunos, ya que estas incluso parecían demostrar la felicidad del momento. Incluso, como si las máscaras se moviesen como el propio rostro de cada hombre allí.
Pero los sonidos de las carcajadas se vuelven demasiado altos, demasiados poderosos, y las máscaras son apenas resistentes, comenzando a quebrarse poco a poco.
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Caras y caretas
RandomA veces, no todo es lo que parece, sobre todo en las familias. Y esto mismo descubrirán los personajes de nuestra historia, cuando se den cuenta que sus propios pensamientos tergiversan la realidad de forma poco agradable.