Ella pensaba que la muerte era obscena, hasta que abrío el armario. Durante quince años había estado tentada de tocarla, pero su madre le había advertido que los muertos no se tocan.
Había llegado el día. Su madre ya no estaba para impedírselo y ella se sentía más sola que nunca. ¿Sería fría como imaginaba?. ¿O aquella sensacíon de vida que parecía emanar de aquel cuerpo adolecente, encojido por el tiempo dormido, le regalaría algo más que una presencia sacrílega y muda?
Tiró de la palanca y el gran cofre de cristal aristado surgio de la oscuridad. Limpió con delicadeza la capa de polvo incrustado, hasta ver aparecer del fondo aquellas pestañas clausuradas que de pequeña tantas veces había querido abri con sus propios dedos. ¿Por qué nunca había despertado por más que la llamada?
Una luz cenital cayó de lleno sobre La Santa, marcando como un pincel los claroscuros de su tez sonrosada y serena, interrumpida por las marcas dejadas por las piedras. Sí, a pesar de las heridas inflijidas con alevosía y de los cientos de años transcurridos entre esos cuarto cristales, la muerta seguía siendo bella: una bella dormida.
Ahora que volvía a verla, sentía que ese cuerpo la inundaba de calidez. ¿Los muertos acompañaban mas que los vivos?
¿Dónde había quedado aprisionado el corazón de esa pequeña adolecente? Una paloma blanca sin alas.
¿Seguiría latiendo inmóvil con sus sueños vacíos de esperanzas?La cerradura lloraba óxido y sus manos, enpapadas de presaguio, vacilaban. Levantó la tapa y cuando estaba a punto de acariciar el rostro de La Santa, una antigua medalla que descansaba sobre el pello inerte llamó su atencion. ¿Era un escudo? Parecia un extraño símbolo, una especie de moneda que, a modo de jeroglífico, entrecruzaba algunas letras latinas creando un círculo cerrado, intrigante y bello. La retiró despacio, procurando no rozar los ropajes deshilados de la muerta, temiendo despertarla de su eterno letargo. Después, en un gesto instintivo, miro a lado y lado buscando quien la recriminara. Nadi; sólo los ojos amarillos de su gata la observaban ausentes. Un pequeño robo, un regalo para su cuello. Más tarde, no tuvo el valor de tocar a la muerta por miedo a confirmar sus sospechas. ¿Y si estaba fría como su padre y su madre? ¿Y si se deshacía como las alas de una mariposa entre sus dedos? Seguiría pensando que era tibia; tan tibia y cálida como una hermana.
No estaba preparada para perder a otro ser querido.
No,por ahora.
Empujó de nuevo el arca y el mecanismo volvió a esconder en la penumbra aquel secreto tan celosamente guardado.
Salió a la calle con la sensacion de saberse protegida; la medalla que ahora llevaba eacondida entre sus senos había pertenecido a La Santa; era como si estubiera a su lado y a cada paso que daba le dijera "estoy aquí, junto a tu corazón".
Cruzó la rue Saint-Jacques y tomó el camino de siempre, entretenido sus ojos en las empezuñadas gárgolas de la iglesia de Saint-Séverin; dragones, àguilas y leones, como aves rapaces, parecían rugirle desde lo alto. Ahora ya no les temía. Después de abrir el sarcófago y enfrentarse cara a cara con la muerte, le quedaban pocos miedos por resolver.
El bullicio de las terrazas acabó por envolverla en alegrías. Su barrio tenía el alma joven y esa mañana de junio ella celebraría sus veintitrés cumpleaños regalandose lo que llevaba ansiando desde hacía mucho: recibir clases del gran pintor y maestro Cádiz.Sus cuadros eran un grito de provocación distante y a la vez intimidatorio. Parecía deleitarse manoseando la psiquis del observador hasta extraerle los deseos mas escondidos, produciendo un estado de hipnosis sobre su obra de la cual era imposible liberarse.
Desde hacía años seguía su trayectoria. Lo conocía todo de él; su trazo inimitable, su personal colorido, su magistral técnica pictórica, y lo admiraba con veneracion de principiante, aunque estaba dispuesta a que a que no se lo notara.
Habían hablado por teléfono, y a ella le pareció demasiado fácil todo. ¿Le estaría tomando el pelo?
En el trayecto al estudio de aquel gigante de la pintura acabó por decir que se haría imprenscindible; una alumna ejemplar capaz de aportar algo que al pintor le fallaba en sus cuadros: los pies. Aquellos manchones informes no acababan de estar a la altura del resto de su obra y habían acabado convertidos en uno de sus sellos, pero a ella no podía engañarla: era pintora y estaba convencida de que no sabía hacerlos mejor.Una vez cruzó las entrañas de parís, Salió del metro en el Boulevart Montparnasse y fue deambulando entre mesas y tiendas. Todavía le quedaban treinta minutos y no iba a llegar ni un segundo antes, ni uno después. Caminó y caminó hasta alcanzar la calle que aparecía en el plano.
Frente al número 2 del passage de Dantzig se detuvo. Lo que veía no podía ser cierto. Aquello era una isla donde parecía gemir la naturaleza en su abandono.
Decenas de cabezas multiladas rodaban por los suelos entre madreselvas sin madre y cuerpos sin dueños. Un gato del color de la madera dormía sobre una mesa abandonada, mientras los pájaros hacían de las suyas en ese paraíso perdido en medio del tiempo. Sabía que el taller de cádiz estaba en pleno corazón del barrio, lo suponía grandioso, pero lo que nunca llegó a imaginar es que fuera exactamente La Ruche, el pabellón de las Indias Británicas construido por Eiffel para la Exposición Universal de 1900. Parecía a punto de venirse abajo. A la entrada, las cariátides cansadas de años resistían estoicas el peso de la fachada. Tocó el timbre. Una voz grave, de violonchelo ronco , la invitó a pasar llamándola por su nombre.¿Cómo sabía que era ella? ¿ La estaría observando?
De pronto, sus manos le escurrían ansiedades. Se miró en el cristal de la ventana y se gustó.
El olor a trementina, pintura y disolventes le dio la bienvenida. Un desorden infernal se respiraba, sofocándola. Cientos de botes esparcidos por el suelo,
en medio de diarios extendidos, fotos, montículos de arena, sacos de cemento, pegamentos, médiums, espátulas y pinturas derramadas, amenazaban con devorarla. No quedaba un solo centímetro limpio. Chorones de acrílicos, óleos y gomas habían ido formando una especie de suelo lunar con cráteres y empinadas colinas de difícil acceso. ¿Cómo podía alguien trabajar en medio de semejante caos? Parecía que durante años nadie lo hubiese limpiado. A Pesar de ello, aquel pabellón circular era una auténtica obrs de arte de la arquitectura. Por un momento imaginó a Chagall, Kandinisky, Soutine, Modligliani, Giacometti, Calder, Picasso, todos sus ídolos reunidos en ese espacio único, y su pensamiento fue interrumpido por los pasos del pintor.Lo vio venir enfundado en su mono de trabajo y todo él le pareció un cuadro viviente. Desde la serpiente de humo que dejaba su pitillo hasta los brochazos amarronados de su ropa llevaban su huella artística. Se detuvo frente a ella mirándola con ojos estacionarios y después de un largo silencio en que logró intimidarla, le habló.
--Mazzarine, ¿se puede saber qué buscas?
--Aprender.
--Aprender....--repitió Cádiz, succionando con avidez el cigarillo que colgaba de su boca--.Que ingenua eres. ¿no sabes que tu mejor maestro eres tú?
--Un pintor también tiene derecho a saber más. ¿Hay algo de malo en ello? Sólo trato de ser una buena artista.
--Yo no puedo darte lo que no tienes. ¿Tienes algo que dar?
--Nosé....pruébemem
--Tienes que saber. Dime...¿llevas algo en tu interior?
Mazarine no sabía a qué interior se refería. Los ojos del pintor la repasaban sin clemencia, arrancándole la ropa. Le contestó desafiante.
--Claro. Todos llevamos algo dentro.
--Pues sácalo fuera. Deja que otros lo vean. Desnúdate frente al mundo, sin pudores ridículos. Recuerda, Mazarine: tu obra será tu verdadero espejo. Será ella, inclemente, quien hablará de ti.
La chica se quedó pensando. Su interrogatorio la turbaba. ¿Quién se había creído que era? ¿Dios? No tuvo tiempo de decirle nada. Volvía a hablarle.
--Para empezar...no me gusta que vayas con zapatos en mi estudio. Descálazate.....sentirás la materia.
Mazarine se quitó las sandalias, dejando al descubierto sus delicados pies. Era verdad. Bajo su piel, el suelo era un inmenso cuadro seco que además la hería. Un pinchazo en uno de sus dedos la devolvió a la realidad. Aprendería a caminar sobre ese espacio sin herirse
Mientras Cádiz buscaba entre el caos de materiales esparcidos algo que darle a la chica, una mujer desnuda, sentada sobre una plataforma circular, esperaba intrucciones del pintor.
--Toma...---Cádiz le entregó una tabla sucia----. Quiero que pintes directamente sobre esta madera.
--¿Que pinto?
--No seré yo quien te lo diga. Nunca te diré lo que tienes que expresar. Eso sólo debe venir de ti.
Mazarine se fijó en los pies de la modelo y decidió obviar de un solo trazo todo el cuerpo, centrándose en ellos.
Le demostraría que ella sí podía dar algo, algo a él le faltaba.
Empezó a tomar apuntes con destreza y Cádiz no pudo retirar los ojos de sus pies desnudos; una ínfima gota de sangre posaba sobre uno de ellos destacaba su blancura. Eran perfectos, hermosamente cincelados y rozaban lo divino. Nunca en toda su vida había visto pies más finos. Parecían dos estilizadas alas. De repente, algo que llevaba tiempo entumecido se avivaba dentro de él. ¿Serían los pies de su nueva alumna los que les provocaba ese inesperado despertar?

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lo que le falta al tiempo
Roman pour Adolescentslo que le falta al tiempo es un libro de amor ,pintura y ficcion literaria ✖