¿Sabías que odiaba que seas tan insistente?
Venías cada día a la salida de danza, a buscarme para invitarme un helado, un café o simplemente me invitabas a caminar.
Te decía que no cada una de esas veces, pero por dentro moría por decirte que sí.
Sabías que de a poco me ibas convenciendo y seguías haciendolo para que caiga.
Recuerdo ese día que al salir de danza no te ví.
Creí que fuí una tonta por decirte que no todas esas veces.
Hasta que te vi venir corriendo hacia mi.
Traías dos helados en tu mano.
Pensé que tierno.