Capitulo 1

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Mamá entra a mi habitación y dice:

-Te vas de viaje a realizar una investigación para mí.

-¿Así, de golpe? -me asusto y no quiero asustarme. Era lo que yo quería. Ser tratada como adulto, ser independiente. ¿Quién viene conmigo?

-¿Quién miente conmigo?

Mamá sonríe y traduce:

-¿Quien va con vos? Clarisa. Acompañas a Clarisa.

Me siento aliviada. Pero... ¿Entonces no puedo viajar sola?

- ¿Entonces no puedo barrer sola?

  - Podrías viajar sola, si conocieras el trabajo.

- Vos nunca quisiste ensenarme -acuso.

- Vos nunca quisiste aprender -me acusa.

Sé que ninguna de las dos saldremos ilesas si seguimos por ese camino.

Me llamo Dalia Feid.

   El día 18 de mayo de 1990, contando con poco menos de dos años de edad, dije mi primera frase.

Hasta entonces había practicado todo tipo de palabras, onomatopeyas, sonidos inteligibles o no, lengua de señas. Pero por fin había llegado el momento de estrenar la gramática. Iba a decir una oración completa. Artículo, nombre, verbo.

Y lo que quería decir era: "El pajarito canta".

Lo recuerdo. Un pajarito se había parado en el marco de la ventana de la cocina y piaba sin entonación. Por alguna extraña razón,a mi me pareció que aquello era algo digno de ser comunicado.

"El pajaritocanta".

(¿Lo recuerdo o he repetido y me han repetido tantas veces la historia que inventé el recuerdo?).

Bien. Tenía menos de dos años y había un pajarito. Lo señale. Logré la atención de mi madre. Tal vez sonreípor lo que venía, por la inauguración de mi lengua, y dije: "El pajarito peina".

Mamá se rio, por supuesto. Con una risa franca que yo odié más que nada en el mundo.

-No, Dali, el pajarito canta -me corrigió ella. Y la odié más. ¡Claro que sabía que el pajarito cantaba!

   No tenía aun dos años pero entendía perfectamente la diferencia entre “cantar” y “peinar”. Sin embargo, algo había sucedido en el recorrido del verbo "cantar" desde mi cerebro hasta mi boca, donde se había convertido en “peinar”. Un cortocircuito. Un desvío. Un error.

   ¡Pajarito estúpido!

   Las primeras mil veces que mama escuchó que yo cambiaba los verbos que no decía el que correspondía al contexto y decía cualquier verdura, se rio. Las segundas cien se preocupo. Luego empezó a ocuparse.

   Madre y padre agotaron todas las opciones médicas, no medicas, alternativas e innombrables.

   Y resulto que yo no tenía nada. Era tan sana como la más sana niña. Era sanísima. Ni un piojo tenía. Pero seguía diciendo cualquier cosa.

   Como soy hija única, durante mis primeros años mantuve una ilusión: pensaba que todos los chicos hablaban como yo. Creía que allí afuera existía una selva de pibes que cambiaban los verbos a su antojo. Quelo mío no era en absoluto una excepción, sino una normalidad de la infancia. Que yo no era un monstruo. Llegue feliz al primer día de jardín de infantes. Por fin estarla con los míos.

   La dicha, por supuesto, duro poco.

No estaba acostumbrada a la crueldad. Yo nunca había tenido la oportunidad de reírme del otro. Y hasta entonces nadie se había reído -demasiado- de mi. No sabía lo que se sentía ni como víctima ni como victimario. Pronto lo supe.

   De la risa, mis compañeros de sala de cuatro años pasaron rápidamente a los apodos. Hay que ver la inventiva que tenían esos petisos. Yo era "boca loca", "lengua rayada", "boca de pedo".

Aprendí que lo único que podía hacer para defenderme era callarme. Si no abría la boca, no pasaba nada.

Así que me calle. Deje de hablar. A pesar de que no era tímida ni introvertida, mis pares me obligaron a la timidez y a la introversión.

También aprendí a hacerme entender sin verbos, ya que solo ellos me provocaban problemas.

"Agua". "Mochila pesada". "Vestido rosa no, pantalón". "Lunes cumpleaños Sofí". "Dolor de panza". "No zapato. Perdido".

Lleve al extremo el arte de la síntesis. Y pronto yo también me hice breve.

Somos como hablamos.

Sobreviví al jardín y, en la escuela primaria, lleve al extremo el arte de la invisibilidad. Allí descubrí que el cielo y el infierno podían convivir en el mismo edificio.

El cielo: por escrito dominaba el verbo. Podía escribir lo que quisiera. Sin errores. Verbo pensado, verbo escrito.

El infierno: si los chicos de jardín eran crueles, los de primaria parecían pequeños satanaces enviados a la Tierra solo para torturarme. Dudo de que alguno de ellos se haya convertido en un hombre o en una mujer de bien.

En la adolescencia, adolecí. Sola, perdida, rechazada, rara, idiota. Sin acceso a la comunicación humana. Sin otros.

  Guardándome todo lo que quería decir y esperando, pacientemente, explotar un día.

Pero volvamos al hoy, en que mamá entra a mi habitación y dice:

  - Te vas de viaje a realizar una investigación para ml.

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⏰ Última actualización: Dec 13, 2013 ⏰

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La última palabra (Verónica sukaczer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora