Oscuridad

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Es increíble como algo construido con muchísimo esfuerzo, con muchísimo tiempo puede quedar destruido en un instante, ya sea una ciudad, ya sea una amistad, ya sea una familia, la confianza, hay cosas que simplemente no se pueden reparar; algo que después de roto, por más pegamento, cemento, enmendaduras que se usen no vuelve a ser lo mismo.

Éste fue el fin de Pompeya, una ciudad que se encontraba en su mejor época. Un terremoto había intentado arrasar con ella años atrás, sin embargo, su gente se mantuvo firme y reconstruyó. Aun no desaparecían los efectos de aquella catástrofe, cuando el dios Vulcano descargó su ira y acabó con todo: toneladas y toneladas de material volcánico cubrieron completamente la ciudad.

Y nosotros quedamos atrapados.

Excavamos durante varias noches, tratando de encontrar la superficie; los vampiros, como los humanos, tenemos una especie de reloj biológico que nos ayuda a saber cuándo es de día y cuando es de noche, supongo que es instinto, esa lucha por sobrevivir.

Attis y yo por nuestra edad podíamos durar años sin alimentarnos, pero Drusila no. Al principio, Attis cazaba las pocas ratas que sobrevivieron en el drenaje en el que quedamos atrapados para darle su sangre a Drusila, pero en pocos días éstas desaparecieron, entonces Attis y yo le dábamos pequeñas dosis de nuestra sangre.

Yo no sabía que por estar recibiendo nuestra sangre milenaria Drusila empezaría a desarrollar sus habilidades mucho más rápido de lo normal, llegando a igualar las nuestras. En cuanto salimos a la superficie a lo que quedó de Pompeya, Drusila usó esos nuevos poderes para tratar de encontrar a Druso.

La verdad es que no había quedado nada de la ciudad, parecía como si nunca hubiese existido; todo estaba enterrado debajo de rocas, cenizas, tierra y lava seca expulsada por el Vesubio. Drusila estaba desolada, no había señales de Druso.

Attis estaba tan deshecho como ella, así es que prácticamente ambos quedaron a mi cuidado. Eran casi como dos bultos. Los llevé a Malta y nos refugiamos en las mismas ruinas donde años atrás había conocido a Claudio, Ambusta y Roxana.

Al llegar al lugar y ver que las ruinas de Hagar Qim seguían igual que como las habíamos dejado, me llené de nostalgia y casi caigo en la depresión al igual que Attis y Drusila, pero el hecho de saber que ellos dependían de mi me hizo mantenerme firme. Y así, construí un pequeño refugio en el que podríamos pasar la noche, contemplando las estrellas, y unas tumbas donde refugiarnos durante el día.

Al principio, Attis y Drusila se ausentaban solo para alimentarse, casi nunca los acompañaba pues ellos tenían una comunicación muy especial y prefería dejarlos solos. Esas noches yo aprovechaba para vagar por la isla; flotaba sobre las pequeñas poblaciones y observaba a la gente. Miraba como convivían, veía a las parejas que se alejaban del pueblo para hacer el amor a escondidas, veía a las familias y me di cuenta de que de nuevo me sentía solo. Me puse a pensar en cómo habría sido mi vida si me hubiera casado con Eris ¿Cuántos hijos habríamos tenido? ¿Habríamos viajado como ella quería? ¿Habríamos envejecido juntos y muerto de ancianos? Lo dudo. Y a pesar de que ahora me encontraba con Attis y Drusila, ahí estaba presente de nuevo: el vacío. ¿Qué me estaba pasando?

Había ocasiones en que ni siquiera hablaba con ellos, y me di cuenta que poco a poco se iban alejando de mí.

Una noche en que flotaba por la isla, harto de mi soledad, sentí la presencia de un inmortal. Traté de ubicarlo, se encontraba en el pueblo.

—¿Quién eres? —envié un mensaje mental. Me emocionaba saber que había alguien más como yo, pero no hubo respuesta —. Por favor ¿Quién eres? —no respondió. Entonces descendí y traté de concentrarme para encontrarlo, para sentirlo, pero la misma emoción me nublaba la mente y los sentidos.

Deón, el vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora