Prefacio

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El Dr. Nashta yacía inerte en el pavimento, el silencio mortífero solo era quebrantado por el canto de las gaviotas que volaban en lo alto siendo así testigos ajenos a esa escena triste, trágica e irónica; ahora eran libres, pero dejarlo ahí era un peligro y un sacrilegio para ellos. Ghargan emitió un sonido profundo y Mirna lo miró fijo a los ojos que brillaban como dos pozos llenos de sangre líquida, ellos no necesitaban el lenguaje de las voces para entenderse, y ella había comprendido el mensaje, supo que era la tumba más inexpugnable en toda la mierda de planeta.  Le sonrió y guardó el pañuelo que estaba manchado de sangre.

Sangre que no era humana.

Mirna miró fijo el cadáver del doctor que los había cuidado y protegido hasta donde pudo, el cuerpo se elevó unos veinte centímetros, Loki se ubicó a la derecha y Thor a la izquierda del doctor, respiraron hondo y al exhalar pequeñas porciones de fina membrana se adhirieron a este, ellos caminaron de un lado a otro verificando que esté totalmente cubierto. Mirna giro el rostro y Ghargan ya tenía la mandíbula de su cráneo abierta, ella dejó de emitir poder y el cuerpo desapareció en la oscuridad de la fosa de la bestia.

Todos se reunieron a las orillas  donde el sol moría en el horizonte que hacía que el mar brille de manera especial. Ese lugar era hermoso pero cuánto dolor habían sufrido en ese paraje, demasiado, eso creían. Eran libres, el precio fue ese doctor, ese científico que tras la mirada seria y voz fría había luchado porque ya no los llamaran por códigos, para que no los utilizaran con armas, porque para los Lideres ellos era simples objetos a los que debían sacar el mejor provecho.

Ya no tendrían noches en las que sus mentes eran exploradas, el dolor del cuerpo había sido remplazado por el dolor del alma, sí, porque ese doctor antes de ejecutar el plan Lealtad, les había dicho que tenían almas.

 Esa fue la primera vez que Ghargar lloró.

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