Capítulo 26

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Mireia no hizo ademán de explicarme lo que quería decir con aquello, así que me atreví a preguntar.

–¿A qué te refieres con eso?–grité, entre jadeos. Aquella carrera sin ningún sentido aparente me estaba empezando a agotar.

Su mirada se tornó fría mientras reducía la velocidad de sus pasos.

–Me pillaron por sorpresa mientras iba al instituto–dijo–. El maestro Shazaar me había prohibido utilizar mis poderes delante de otras personas y cuando sentí que alguien me perseguía me obligué a no hacer uso de ellos. Supuse que se iría en cuanto hubiese llegado a mi destino, pero nunca pensé que aquel hombre correría a tanta velocidad hacia mí con aquella pistola en la mano... Me noquearon antes de que pudiese hacer algo. Y lo demás–añadió–... bueno, será mejor que lo veas tú misma. De todas formas, ya hemos llegado.

Mi... ¿amiga? ¿Compañera? Lo cierto es que no supe en aquel instante cómo llamarla. Pero el hecho es que ella señaló algo delante de nosotras.

Me giré a tiempo para ver qué era lo que Mireia tanto temía de aquel recuerdo.

Tres hombres de porte musculoso disponían lo que recordaba a un altar en medio del asfalto: dos piedras, una más grande que otra, con apariencia de pesar mucho, se balanceaban una encima de la otra. Sin poder evitarlo, me pregunté para qué servirían las cuerdas con las que jugueteaba el hombre que parecía ser el líder. Al mismo tiempo que este pensamiento rondaba mi cabeza, noté cómo Mireia se tensaba a mi lado.

A unos metros de las piedras, se encontraba otra lápida rectangular, más pequeña y con extraños caracteres marcados a fuego en ella. Brillaban con un rojo tan intenso que hacía daño a la vista, por lo que mis ojos se fijaron en el grupo de mujeres que se arrodillaban ante él, recitando un cántico que, poco a poco iba llegando a mis oídos.

–Espeluznante, ¿verdad?–murmuró Mireia, señalándolas con la cabeza mientras un escalofrío recorría mi espalda.

Sí, muy espeluznante.

Un grito llamó la atención de mis oídos, dejando aquel escalofriante cántico demoníaco a un lado. Se oyeron unos cuantos golpes y maldiciones de una voz femenina antes de que reconociese a la causante de tales palabras malsonantes.

Otro hombre había aparecido mientras observada a las mujeres encapuchadas. Y no iba solo: portaba a una chica consigo, una chica con la cara tapada por una tela marrón y mugrienta.

Le lancé a Mireia una mirada llena de preguntas, pero me acalló con una mano.

–La tengo–anunció el recién llegado; me asombró descubrir que aquellos miembros satánicos hablaban mi idioma. Lo cierto es que esperaba algo más... ¿diabólico?–. Avisad al hijo de ángel.

Con un rápido movimiento, liberó a la chica de la tela que parecía estar sofocándola. Una Mireia asustada y enfadada a partes iguales, un poco más joven que la Mireia que yo conocía, lanzó a su secuestrador una mirada llena de desprecio.

Sofoqué un grito al ver su cara llena de arañazos superficiales, demasiado sonoro como para pasar inadvertido.

Y sin embargo, pasó.

Me acerqué más a la Mireia real para captar su atención.

–¿No nos pueden oír?–pregunté.

Alas de papel #AllInAwards  #CarrotAwards2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora