Capítulo 29

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En mis sueños, alguien me tendía una mano, pero yo no la cogía. Gritaban mi nombre, pero no era capaz de reaccionar. Era un débil cuerpo flotando en medio del mar de los sueños, sin rumbo fijo...

Hasta que mi consciencia estropeó todo.


Abrí los ojos lentamente, acostumbrándome de nuevo a la realidad. Poco a poco, fui sintiendo todo lo que me rodeaba: la grava a mis pies, el viento golpeando con furia mi cuerpo, unas manos en mis hombros...

–¡Samanda, despierta!–oí a Mireia gritar.

Gemí. Me dolía todo y quería seguir durmiendo. Intenté volver a cerrar los ojos, pero Mireia me lo impidió.

–¡Por todos los Originales, Samanda! ¡No cierres los ojos!

Volví a abrir los ojos y me encontré mirando a los ojos desesperados y frenéticos de Mireia.

–¿Qué ocurre?–conseguí preguntar.

–¡No lo sé, explícamelo tú!–exclamó–. ¿En qué diablos estabas pensando al insultar a Thorayna? ¡Estaba claro que no ocurriría nada bueno!

Arrugué el ceño, intentando recordar qué era lo que había ocurrido. La cabeza me daba tantas vueltas que apenas podía orientarme en el océano de mis recuerdos.

–Oh, eso–murmuré cuando por fin tuve una clara visión de mí misma gritándole improperios ante el caos que tenía lugar a mí alrededor–. Me salió del alma–concluí, sonriendo inocentemente.

–Ya, ¡pues tu muy acertado impulso casi te mata!–volvió a gritar Mireia, exasperada.

La situación empezaba a exasperarme a mí también.

–¡Pensé que era solo un recuerdo, no la realidad!–repliqué a la defensiva.

Mireia, aparentemente reprimiendo el impulso de volver a gritarme, apretó los puños.

–Tienes razón, era un recuerdo–dijo, por fin con un tono de voz medio–. Pero Thorayna es tan poderosa que cada vez que aparece deja un poco de su ser, algo así como una estela de poder. Así, si algo como lo que ocurrió aquí–añadió, señalando su sien–, puede actuar en consecuencia. Te habría matado de no ser por el estallido de poder que le mandaste, dándome el tiempo suficiente para sacarnos a las dos de allí.

Algo que había dicho ella llamó mi atención.

–Espera, espera...–murmuré, levantando una mano para hacerla callar–. ¿Quieres decir que... la luz blanca que vi fue cosa mía? ¡Pero si estaba casi muriéndome, ni siquiera aunque realmente supiese de magia podría haber hecho tal cosa!

Mireia sonrió.

–Los magos nos sorprendemos a nosotros mismos con mucha frecuencia–respondió–. Cuando estamos a punto de morir, nuestro cuerpo actúa, sacando fuerzas de flaqueza. Y, bueno, supongo que también recibiste ayuda del maestro Shazaar.

Arqueé las cejas. No sabía a qué se refería eso último.

–Esas alas–señaló mi espalda– son mucho más que un juguete. Ni siquiera son unas alas mágicas que te den el don de levitar. Son un talismán. Y los talismanes... portan poderes enormes.

–Te refieres... ¿al poder de un Original?–me atreví a preguntar.

Mireia encogió los hombros, con los ojos brillantes de la emoción.

–Algo así–respondió–. En realidad, creo que al morir Shazaar, no toda su esencia estaba allí... creo que su espíritu, o parte de él, escapó. Y, de alguna manera, acabó en esas alas que... por cierto, ¿de dónde las sacaste?–preguntó sin venir a cuento.

Alas de papel #AllInAwards  #CarrotAwards2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora