Capítulo 5. I Will Always Love You

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Christopher escuchó crujir la leña en la chimenea, mientras contemplaba el cielo nocturno desde la ventana. Thomas, que estaba frente al fuego y envuelto en una cobija bordada con motivos celtas, lo observaba con particular interés. —Tranquilízate, no es para tanto. A todos nos ha pasado alguna vez. Ven, vamos a platicarlo si eso te hace sentir mejor.

Él gruño. —A mí nunca me había pasado... —declaró con firmeza, pero apesadumbrado—. No quiero hablar de ello.

—Entonces deja de comportarte como un niño caprichoso. Además no fue tan malo. La primera vez nunca es como se piensa, deberías saberlo. A excepción de los arañazos de ramas en mi trasero, todo estuvo bien, bastante diría yo. El clímax fue lo mejor.

—¿Te burlas de mí? —dijo dándose la vuelta para mirarlo.

—No. Lo digo muy en serio. De sólo recordarlo... —y cerró los ojos y se mordió los labios—, me gustaría repetirlo.

—¿Ah, sí? —rebatió encaminándose hacia aquél—, ¿cuánto?

—Porque no vienes aquí y lo averiguas, sirve que así me demuestras tus verdaderas capacidades y limpias tu nombre.

Christopher fue hasta donde estaba, y se sentó a su lado. Aquél levantó la cobija que lo envolvía, y lo arropó con ella. Apoyó la cabeza sobre la suya. —¿Me deseabas tanto? —musitó.

—Basta, me siento avergonzado —respondió ruborizado.

—No quiero parecer jactancioso, pero te lo dije. Me deseabas, y por lo que ya vi, muchísimo.

—Esto es tan lamentable —expresó nervioso, tallándose las manos—, mejor me voy...

—No —dijo asiéndolo por la nunca con una de sus manos—, tú te quedas conmigo. Hoy, y mañana, y pasado mañana, y todos los días que nos resten en este sitio, eres mío. Además, permíteme recordártelo, viniste a trabajar, no puedes estar lejos de mí, eres mi protector, eres mi... ¿Entendido?

Y ahora Thomas, con un beso lo hizo callar. Apretándolo contra sí, lo hizo desistir de su idea. Entonces comenzaron a dejarse llevar por la entrevista entre sus bocas, el fuego avivó, y sobre la alfombra se acomodaron para reanudar su conexión corporal. Thomas se subió encima de Christopher, y percibió la fuerza de su alebrestado sexo, que pugnaba por espetarlo. —Despacio, con calma, ¡espera! —masculló el primero; y mientras le cedía paso hacia su interior, el segundo lo tomó de las nalgas, apretándoselas levemente, para aminorarle el impacto. Ya hechos uno solo, comenzó un ligero vaivén, que poco a poco, aumentó su intensidad. Aquel dinamismo causaba gran regocijo en los amantes, que por su vigor, difícilmente podía extenderse.

Cuando el sudor, los espasmos musculares, la respiración acelerada, y los ojos cerrados de su pareja fueron anuncio del desenlace, aquél menguó el movimiento. —Mírame, Chris, mírame —le dijo, al tiempo que lo avasallaba con besos y caricias, pues buscaba sacarlo del trance final. —Mírame —insistió, y tras obedecerle, prosiguió—. Antes, hazme esos absurdos juramentos. Dime esas promesas falaces producto de la pasión. Miénteme. Dime que me amas, que lo soy todo para ti.

—Te amo —declaró fervientemente, devolviéndole cada uno de los cariñosos arrumacos—. Te amo, te amo como nunca creí hacerlo. Lo eres todo para mí, te necesito casi como el aire en mis pulmones.

Entonces lo ciñó de la espalda, se levantó, y sin abandonar su cálido hospedaje, cambió de posición; lo recostó sobre la alfombra, él se le echó encima, y una vez acomodados, arremetió con mayor brío; y para acabar de dominarlo, le siguió recitando aquellas palabras de amor. Alborozados, el resuello se volvió bufido, el habla gemidos, y la calma agitación; el clímax se aproximaba. Thomas lo apretaba más y más, conforme advertía su propia deflagración; causando en Christopher idéntica reacción. Afectados por el frenético bamboleo, ambos se aferraron al cuello del otro para mantenerse acoplados, y en medio de un ardiondo quejido, expulsaron, casi a la par, su cálida simiente.

El Guardaespaldas (Una historia Hiddlesworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora