Prólogo.

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Era invierno en la pequeña aldea Joan.

Recientemente había caído la primera nevada, decorando las tres pequeñas calles con su manto puro y blanco, impactando con su belleza la multitud de visitantes que ingenuos, acudían a  la aldea turística en invierto, buscando escapar de los altos precios que el verano les condenaba a pagar.

Con una población de menos de 200 habitantes, la aldea disponía de varios sitios de interés en cada una de las calles, como un museo de Arañas, las tumbas de la dinastía Joseon y el  Parque Cinematogáfico de Namyangju.

Las personas que vivían en tal lugar abandonado sobre todo en invierno, tenían que dedicarse a otros oficios, que desgraciadamente no podía ser recolectar peras o cultivar hortalizas. 

Ciertos suertudos poseían trabajos fijos, como ser parte del mantenimiento o dedicarse  al cuidado de las arañas del museo…

Kim MinSeok desde luego odiaba cuidar de aquellas pequeñas y peludas criaturas de mil y un ojos que parecían observarlo, algunas paralizadas, otras vivas.

En invierno sin embargo, era lo único a lo que se podía dedicar para ahorrar una mísera cantidad de dinero a cambio de soportar sus ataques de aracnofobia que creía olvidada, pero lamentablemente se hacía presente cada vez que se imaginaba envuelto en las redes de alguna desgraciada araña.

Si bien la aldea tenía ciertos puntos de interés, después de que el invierno pasase, su familia Kim volvía a Namyangju, despidiéndose de los abuelos por parte de padre que se dedicaban al cultivo de tomates y a veces, fresas.

Intentaba expandir sus tierras pero la competencia era demasiada. Pareciera que las peras invadirían la aldea, pero así pasaba en la venta y demanda. Exportaban para el resto de continentes, los engreídos europeos no solo disfrutaban de las frutas de la ahora orgullosa de sus peras aldea, sino que MinSeok consideraba que esas gentes capaces de pagar 10 dolares el kilo por un par de tristes peras, eran unos auténticos obsesionados y   enfermos, carentes de sentido común.

No tenía tampoco motivos para criticar la elección personal de los europeos en cuanto a sus gustos peculiares por unas peras amarillentas y demasiado dulces, pero lo hacía, porque en una aldea tan pequeña, lo más importante que podría pasar sería la fuga de alguna araña, el paro cardiaco de algún turista o, en definitiva, las malditas peras.

Era como si la palabra “peras” le estuviese invadiendo la mente, tanto que aun después de volver a su ciudad natal a finales del invierno, de lo que solamente  podía hablar con su único y mejor amigo era sobre peras.

No se podía explicar qué veía de malo la gente en las peras de Joan. Que hablase constantemente de ellas no lo hacía un obsesionado, ¿o sí?

Consideraba una auténtica desgracia estar repitiendo aquella palabra una y otra vez cual disco rallado, mientras su amigo sutilmente le lanzaba indirectas de que poco le importa esa fruta.

Lo que a DongWo le importaba era contarle a su mejor amigo como conoció a un chino en el rancho de sus abuelos en Daegu. Entre tantas vacas, algo bueno hubo, y el nombre de la criatura que le salvó las vacaciones se denominaba Wu Yi Fan.

Saliendo de su zona de confort de banales conversaciones, MinSeok no supo como tomarse aquella confesión de parte de su amigo, pues creía que era un ser aburrido peor que él, pero al parecer, como con las peras, había cosas que no lograba entender.

Kim a sus 16 años nunca se consideró alguien de ideas claras o metas definidas.

Hacía 1 año que había comenzado a escribir en su libreta negra, que su madre amablemente había pintado de ese color para él, manchando así las primeras hojas de colores que no concordaban con su estado de ánimo.

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