Nathan estiró los brazos, se dejó caer hacia atrás y se dedicó a contar las lámparas del techo. Como en aquel rincón solo había dos, la diversión le duró muy poco, y la indolente pose le brindó la oportunidad de pensar. Que era justo lo que había tratado de evitar a toda costa.
Vaya una mierda de noche...
¿Para qué diablos habría ido al The Grotto, en primer lugar? Aquel club de nombre poco original y burdamente evocador —«La Gruta»— no era nada del otro mundo. Era un antro bastante caro para la porquería de garrafón que servían, y la calidad de la música oscilaba entre lo patético y lo lamentable; no se las daba de crítico musical, pero eso podía juzgarlo él solito. Respecto a la pista de baile, apenas la pisaba excepto cuando iba de cacería, para atraer o capturar alguna presa. Y es que esa era la atracción principal del Grotto, tíos buenos y disponibles. Y, de vez en cuando, alguna tía buena extraviada —cuyo ego se inflaba por el hecho de enganchar a un chaval en un local de ambiente— para variar el menú.
La cuestión era que aquella noche, en concreto, no tenía ganas de marcha. Debería haberse dado cuenta antes de salir, porque inconscientemente se había enfundado la ropa interior tras la ducha, y los días en los que quería guerra siempre iba en plan comando. Ya había rechazado unos cuantos avances, un par de propuestas en toda regla y una mano que le había sobado a conciencia los cuartos traseros y que pertenecía a un alemán muy alto, muy ario y muy borracho. Había muchas caras nuevas, o eso creía. Contaba con las mejores perspectivas para levantarse una buena pieza.
De lo que carecía era de la voluntad de hacerlo.
Más me hubiera valido quedarme en el apartamento...
La idea había sido salir y no marear más los problemas, ¿no? Inyectarse una buena cantidad de alcohol en sangre, localizar un candidato potable, echar un polvo —o dos— y dejar de darle vueltas a su situación, ¿cierto?
Salvo que se estaba empezando a aburrir del mismo plan, fin de semana tras fin de semana, sin nada más... sólido a lo que agarrarse, sin ver cumplido su sueño, sin encauzar su vida cuando le faltaba tan poco para cumplir los veinte.
Joder...
Suspiró, se incorporó, alargó la mano hacia el vaso de whisky con Coca-Cola que había posado en el suelo y tomó un buen trago. Aunque se moría por un pitillo, no iba a sortear aún la jungla hasta la calle; había pillado la postura en su asiento y no le apetecía moverse. Por cierto que lo que usaba para sentarse era de lo más curioso: una réplica de una Honda de MotoGP que se alineaba, junto a otras tres, contra la oscura pared del fondo del club. Había sido una mesa de billar no hacía mucho y, ahora, a la gerencia le había picado la mosca de alquilar un simulador deportivo. Desde el punto de vista de Nathan, era una mejora; no en vano se había pasado largas tardes en el salón de máquinas recreativas que había al bajar la calle donde vivía su hermana mayor, y se daba una maña feroz con los simuladores. O se la había dado, antes de hacerse asiduo de otras formas de ocio en compañía... No, lo suyo no era el billar —tendría que vivir aislado en una isla escocesa, rodeado de ovejas y sin otra diversión a la mano, para decidirse a aprender a jugar—, aunque tampoco creía que la dichosa maquinita fuera una buena inversión. No había más que verla: casi siempre estaba desocupada, menos cuando algún par de tíos la usaban de taburete alto para comerse la boca y otros pasatiempos similares. Estaba seguro de que, al igual que con la mesa de billar, lo único que le interesaba al dueño era fomentar las actividades en las que los chavales tuvieran que poner el culo en pompa, pero, bueno... Ya que estaba allí, bien podría echarse una partida. Por los viejos tiempos.
Pescó en el bolsillo, en busca de cambio, seleccionó el modo de un solo jugador en la pantalla y se tumbó sobre la falsa Honda, dispuesto a familiarizarse con el circuito. No pudo evitar una sonrisa cínica; puestos a escoger el «modo de un solo jugador», más le habría valido quedarse en el apartamento, desde luego.
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La otra versión del Trío
RomanceAquí podrás leer de forma gratuita los primeros capítulos de «La otra versión del Trío», de Corintia; una novela homoerótica con tres protagonistas que no te dejarán indiferente. Ahora bien, te advertimos dos cositas: 1. Esta novela es para mayores...