Parte Única

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La intensa lluvia moja el sucio asfalto de la ciudad, trata de llevar consigo el pecado de muchos hombres. La noche es la peor compañera de esta metrópolis, deja que los demonios salgan a atormentar a los inocentes. O en este caso a invitarlos al cine para pasar una extraña prueba de control de ira. Sin embargo, las cosas tomaron un desvío que fue mejor que lo planeado.

Literalmente vieron en directo a una leyenda del kung-fu peleando contra los guardias de seguridad... hasta que llegó la policía y tuvieron que huir.

El nacimiento de un nuevo charco es interrumpido por el paso de un lúgubre carruaje, no obstante, al irse la naturaleza trata de volver a formar su curso de nuevo. El vehículo se detiene en unas cuadras más adelante frente a una casa. Y se baja su dueño algo inquietado junto a un despreocupado muchacho.

A aquel príncipe no le interesa el frío que provoca el aguacero en su cabeza, su ausencia de calma se debe a la situación de que perdió la insignia y ahora debe de repetir la prueba con otro ser que odie, ya que definitivamente los sentimientos negativos que tenía hacia Marco ya no existen. El castaño camina un poco hasta llegar a la puerta y la abre, quedando al frente de un salón que conoce bastante bien.

Él ingresa, siendo seguido por Tom, en silencio, cierra la puerta y se aproxima al centro de la sala. Curiosamente las luces principales están apagadas, pero una descuidada lámpara alumbra con sutileza el lugar. Quizá se deba a que sus padres o la princesa la dejaron encendida para cuando llegase él en la madrugada.

—Todavía no entiendo por qué me trajiste hasta aquí, Marco.

—Siéntate en el sillón, yo ya vuelvo —ordena él con una sonrisa, mientras que el joven demonio con una cara de extrañeza da paso a la acción apetecida. Por otra parte, el adolescente sube las escaleras.

El trío de ojos inquietos miran perdidos la lluvia al otro lado de la ventana. Es algo tan opuesto a su esencia en sí, pero que tiene algo místico que lo atrae. No importa la cantidad de cosas sobrenaturales con las que vive día a día. El simple y monótono ruido de esas gotas lo hipnotizan en un baile sin movimiento.

Cierra sus ojos para intentar calmarse. Y no de un enojo, sino de una sensación de angustia revuelta con una fatídica desilusión; se siente patético, pues tuvo que haberle permitido salir a Marco cuanto éste quiso irse del carruaje. Su pecho sube y baja, desenfrenado por la inquietud. Una puerta rechinando con lentitud infinita desde el segundo piso lo saca de lugar. Aquel sonido sólo causa una desesperación que lo confunde, creando un hueco que el silencio rellena, aunque lo más probable que su causa provenga de cierto castaño.

Un golpeteo en su interior le susurra que tarde o temprano algo va a ocurrir. Una cosa desconcertante y ficticia va a arribar. Su casi nula paz se fragmenta y le dice que desaparezca de ahí, pero está al tanto de que hay algo que lo atrae. Curiosidad le dicen a eso. Un extraño e intrépido farol se enciende en su imaginación, atrapándolo en la dualidad de un éxtasis. Una corriente —que debería ser helada, mas no la siente así—, roza su espalda. Apenas puede respirar, golpeado por un simple instinto... quebrado. Muriendo de duda.

Debe de ver su reflejo para confirmar que sigue existiendo.

—Creo que ahora sí te puedo decir la razón por la cual te traje aquí —comentó la voz de Marco en la penumbra.

No obtuvo respuesta alguna, debido a que el demonio aún se encuentra recuperándose del sobresalto de su llegada. Marco toma asiento al lado de él. Está utilizando un par de gafas, un suéter y lleva una especie de caja en las manos.

—¿Qué se supone que eres? —murmuró él, aún exaltado y perdido por saber si está dentro de una ilusión o sigue en la misma realidad.

Demasiado confuso para ser honestos.

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