LOS MAYORES INVENTORES DE TODOS LOS TIEMPOS

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LOS MAYORES INVENTORES DE TODOS LOS TIEMPOS

El maxilar inferior de Heidelberg—El hombre del Neandertal— La prehistoria—El fuego—Los utensilios—
El hombre de las cavernas—El lenguaje—La pintura—La magia—La Glaciación y el Paleolítico—El
Neolítico—Palafitos—La Edad del Bronce—Personas como tú y yo.
En Heidelberg (Alemania) se excavó en cierta ocasión un sótano. En él,
profundamente enterrado, se encontró un hueso; un hueso humano. Se trataba de un maxilar inferior. Pero ninguna persona actual tiene ya esa clase
de maxilares tan sólidos y fuertes. Y los dientes encajados en él eran igual de potentes. El ser humano al que perteneció la mandíbula podía, desde luego, morder a conciencia. De eso debió de hacer mucho tiempo pues, si no, ¡no se
hallaría tan profundamente enterrada!
En otro lugar de Alemania, en el Neandertal (el valle del río Neander), se
encontró en cierta ocasión un hueso de cráneo. La cubierta del cerebro de un ser humano. No tienes por qué asustarte, aunque era terriblemente...
interesante, pues tampoco esa clase de cubiertas craneanas existen hoy en día.
Aquel individuo no tenía una verdadera frente, pero sí unos grandes bultos
sobre las cejas. Ahora bien, nosotros pensamos con lo que tenemos detrás de la frente; y si aquella persona no poseía una frente de verdad, es posible que pensara menos. En cualquier caso, tener que pensar debió de fastidiarle más que a nosotros. En otros tiempos hubo, por tanto, gente menos capaz de pensar que nosotros hoy en día, pero que podía morder mucho mejor.
«¡Alto!», me dirás ahora. «Eso va contra lo que acordamos. ¿Cuándo existió esa gente; qué eran; y cómo fue todo eso?».
Me sonrojo y me veo obligado a responderte que aún no lo sabemos con
exactitud, aunque llegaremos a descubrirlo con el tiempo. Cuando seas mayor, podrás ayudar a resolver esta tarea. No lo sabemos, porque esas
personas no fueron capaces de dejar ningún escrito. Y porque el recuerdo no
llega tan atrás. (Actualmente ya no tengo por qué sonrojarme tanto, pues, si bien algunas cosas que aquí se dicen no son del todo acertadas, he realizado, al menos, una profecía correcta: hoy sabemos realmente más sobre cuándo vivieron los primeros seres humanos. Lo han resuelto los científicos, al descubrir que algunas sustancias como la madera, las fibras vegetales y las rocas volcánicas se transforman despacio, pero constantemente. De esa
manera se puede calcular cuándo se formaron o crecieron. Como es natural, se han seguido buscando y excavando con mucho empeño restos humanos, y se han hallado más huesos, sobre todo en África y China, tan antiguos, por lo menos, como el maxilar de Heidelberg. Se trata de nuestros antepasados, con
sus frentes abombadas y sus pequeños cerebros, que comenzaron a utilizar
piedras a modo de utensilios hace quizá ya dos millones de años. Los
hombres del Neandertal aparecieron hace aproximadamente 100.000 años y poblaron la Tierra durante casi 70.000. Debo excusarme ante ellos por algo que he dicho, pues, aunque seguían teniendo frentes abultadas, su cerebro era apenas menor que el de la mayoría de los seres humanos actuales.
Nuestros parientes más próximos no surgieron, probablemente, hasta hace
unos 30.000 años.)
«¡Pero —me dirás— todos esos “quizá” y “aproximadamente”, sin dar nombres ni fechas exactas, no son historia!». Y tienes razón. Es algo que está antes de la historia. Por eso se llama prehistoria, pues sólo sabemos con mucha imprecisión cuándo sucedió. No obstante, conocemos algunos datos
acerca de esos seres humanos a quienes llamamos hombres primitivos. En
efecto, cuando comenzó la verdadera historia —cosa que ocurrirá en el capítulo siguiente—, los hombres tenían ya todo cuanto poseemos nosotros
hoy: ropa, viviendas y utensilios; arados para arar, semillas para hacer pan, vacas que ordeñar, ovejas que esquilar y perros para la caza y como amigos. Flechas y arcos para disparar y yelmos y escudos para protegerse. Pero todo eso tuvo que haber sucedido por primera vez en alguna ocasión. ¡Alguien tuvo que haberlo inventado! Imagínate, ¿verdad que es interesante? En algún
momento del pasado, un hombre primitivo tuvo que haber tenido la ocurrencia de que la carne de los animales salvajes se mordería mejor si se
ponía antes sobre el fuego y se asaba. ¿O quizá se le ocurrió a una mujer? Y,
una vez, alguien cayó en la cuenta de cómo hacer fuego. Imagínate lo que eso significa: ¡hacer fuego! ¿Sabes hacerlo tú? ¡Pero no con cerillas, no, pues no nxistían, sino con dos palitos que se frotaban uno con otro tanto rato que se iban calentando hasta ponerse finalmente al rojo! ¡Inténtalo! ¡Verás lo difícil que es!
Alguien inventó también los utensilios. Ningún animal sabe qué es un
utensilio. Sólo el ser humano. Los utensilios más antiguos debieron de haber sido simples ramas o piedras. Pero, pronto, esas piedras se tallaron en forma de martillos puntiagudos. Se han encontrado enterradas muchas de esas piedras talladas. Y como entonces todos los utensilios eran aún de piedra, este periodo se llama Edad de Piedra. Sin embargo, por aquellas fechas, la gente no sabía construir casas. Eso suponía una gran incomodidad, pues en aquel tiempo solía hacer a menudo mucho frío. A veces, mucho más que hoy.
Los inviernos eran entonces más largos, y los veranos más cortos, que los de ahora. La nieve se mantenía durante todo el año hasta muy abajo de las montañas, llegando a los valles; y los grandes glaciares de hielo avanzaron enormemente, penetrando en las llanuras. Por eso se puede decir que la primera Edad de Piedra coincidió con las glaciaciones. Los hombres primitivos debían de vivir helados y se alegraban cuando encontraban cuevas
que podían protegerlos a medias del viento y el frío. Por eso se les llama también hombres de las cavernas, aunque es muy improbable que habitaran
siempre en ellas.
¿Sabes qué más inventaron los hombres de las cavernas? ¿Se te ocurre? El lenguaje. Me refiero al lenguaje de verdad. Los animales pueden chillar
cuando algo les hace daño, y lanzar gritos de advertencia cuando les amenaza un peligro. Pero no pueden nombrar nada con palabras. Sólo los seres
humanos son capaces de algo así. Los hombres primitivos fueron quienes
primero lo lograron.
También realizaron otro hermoso invento. La pintura y la talla. En las paredes de las cuevas seguimos viendo aún muchas figuras que tallaron y,
luego, pintaron. Ningún pintor de hoy podría hacerlas más bellas. Ha pasado tanto tiempo, que en esas pinturas vemos animales que han dejado de existir. Elefantes con largas pelambreras y colmillos retorcidos: los mamuts; y otros animales de la era glacial. ¿Por qué crees que los hombres primitivos pintaron esa clase de animales en las paredes de sus cuevas? ¿Sólo para adornar? ¡Pero
si en ellas estaban completamente a oscuras! No se sabe con certeza, pero se cree que intentan realizar encantamientos. Creían que, si se pintaban sus imágenes en la pared, los animales acudirían enseguida. Igual que cuando, a veces, decimos bromeando: «Hablando del rey de Roma, por la carretera asoma». Estos animales eran sus presas; sin ellas se habrían muerto de hambre. Por tanto, también inventaron la magia. Y no estaría nada mal poder servirnos de ella, pero hasta ahora nadie lo ha conseguido.
La época de las glaciaciones duró más de lo que podemos imaginar.
Muchas decenas de miles de años. Sin embargo, eso fue bueno, pues, de lo contrario, los seres humanos, a quienes pensar les costaba aún un gran
esfuerzo, difícilmente habrían tenido tiempo para inventar todas aquellas
cosas. No obstante, con el tiempo fue haciendo más calor sobre la Tierra; el
hielo se retiró en verano a las montañas más altas y los seres humanos, iguales ya a nosotros, aprendieron con el calor a plantar hierbas de las estepas, triturar sus semillas y hacer con ellas una papilla que se podía cocer al fuego. Era el pan.
Pronto aprendieron a construir tiendas y a domesticar los animales que vivían en libertad. De ese modo se desplazaron de un lado a otro con sus
rebaños, de manera parecida a como lo hacen hoy, por ejemplo, los lapones. Pero como entonces había en los bosques muchos animales salvajes, lobos y osos, algunos tuvieron una idea genial, como es propio de esa clase de inventores: construyeron casas en medio del agua, sobre estacas clavadas en el suelo. Se llaman palafitos. Aquellas personas tallaban y pulían ya muy bien sus utensilios de piedra. Con una segunda piedra más dura taladraban en sus hachas, también de piedra, agujeros para el mango. ¡Vaya trabajo! Seguro que duraba todo un invierno. Y, cuando había terminado, el hacha se les partía a menudo en dos y había que comenzar desde el principio.
Luego, descubrieron cómo cocer barro en hornos para hacer cerámica, y pronto fabricaron bellos recipientes con dibujos sobre la superficie. Pero para entonces, en la Edad de Piedra más reciente, el Neolítico, se había dejado de pintar animales. Y al final, hace unos 6.000 años, 4.000 a. C., se llegó a una manera mejor y más cómoda de elaborar utensilios: se descubrieron los metales. No todos de una vez, por supuesto. Al principio, se descubrieron las
piedras verdes que, fundidas al fuego, se convierten en cobre. El cobre tiene un hermoso brillo y con él se pueden forjar puntas de flecha y hachas, pero es muy blando y se embota antes que una piedra dura.
Los seres humanos supieron también poner remedio a esto. Se les ocurrió
que había que mezclar con el cobre otro metal muy raro para hacerlo más
duro. Ese metal es el cinc, y la aleación de cobre y zinc se llama bronce. La época en que los hombres hacían de bronce sus yelmos y espadas, sus hachas
y cazuelas, pero también sus brazaletes y collares, se llama, naturalmente,
Edad del Bronce.
Fíjate ahora en esa gente vestida de pieles que va remando en sus barcas
hechas de un tronco hacia las aldeas construidas sobre estacas. Llevan
cereales, o también sal de las minas. Beben de bellas jarras de arcilla, y sus
mujeres y muchachas se adornan con piedras de colores y con oro. ¿Crees que se han producido muchos cambios desde entonces? Eran ya personas como nosotros. A menudo se portaban mal unos con otros; muchas veces, con
crueldad y malicia. Así somos también nosotros, por desgracia. También
entonces debió de haberse dado el caso de que una madre se sacrificara por
su hijo; y también debió de haber amigos dispuestos a morir unos por otros.
No más a menudo, pero tampoco menos que en la actualidad. ¿Y por qué? ¡De eso hace tan sólo de 10.000 a 3.000 años! Desde entonces no hemos tenido
aún tiempo de cambiar mucho. Pero, a veces, cuando hablamos o comemos pan o nos servimos de un utensilio o nos calentamos junto al fuego, deberíamos recordar agradecidos a
los hombres primitivos, los mayores inventores de todos los tiempos.

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