Diane Faith Winchester, 6 años
La joven salió de su casa cerrando la puerta con cautela, con la intención de no despertar a sus padres. Era sábado y el sol apenas había comenzado a salir, pero allí estaba ella: bajando los escalones del porche dando pequeños saltos a la vez que agarraba su mochila con fuerza. Siempre llevaba comida para su amigo. Aquel día, en concreto, había preparado un sandwich de crema de cacahuete.
Corrió hacia el granero con entusiasmo y una gran sonrisa en la cara. Y no era para menos, pues se pasaba toda la semana esperando a que llegase el sábado para ver al hombre que se había convertido en su único y mejor amigo.
Como de costumbre, Castiel se encontraba sentado sobre un rectángulo de paja esperando a la chica con una gran sonrisa.
-¡Casti!-gritó la niña, quién rebosaba en felicidad.
-Hola Dian-respondió el ángel-¿Qué tal estás?
Siempre le preguntaba lo mismo, y la respuesta jamás cambiaba:
-Te hecho de menos-murmuró.-¿Por qué no puedes venir más veces a jugar?¿Por qué no pueden papá y mamá conocerte? Me gustaría que vieras mi habitación, que te quedases a dormir, que jugásemos y merendásemos juntos.
-Ya te he dicho que estoy ocupado-explicó.-Tus papás creerán que quiero hacerte daño y no les culpo. Ya sabes, por el instinto de protección que tienen los humanos.
Diane rió. Pensaba que cuando Castiel hablaba de los demás como "humanos" era algún tipo de juego, y ella quería seguirlo:
-Los humanos son tontos-bufó.-Tú eres bueno y me quieres...eres el único que siempre me escuchas.
La chica extendió el sandwich de crema de cacahuete hacia Castiel y éste lo tomó con una sonrisa entre sus manos pero no le dio bocado alguno. Dian siempre suponía que se lo tomaba de camino a su casa, si es que tenía alguna. Tampoco le veía marchar en coche, ni llegar. En cualquier caso, aquello no le importaba. Castiel había sido el único compañero que había tenido desde que ella tenía uso de razón, incluso sus padres decidieron llevarla a un psicólogo para ver si en realidad padecía de sociofobia o algún trastorno que le impidiese entablar relaciones con los demás. Pero no era así, ella misma decidió que Castiel sería su único amigo y que no necesitaba nadie más para completar su vida.
Acarició con delicadeza los suaves cabellos de la chica y la observó con anhelo. ¿Cómo había llegado hasta aquello? Una parte de él sentía que aquel no era el hogar de la joven, que eso no era lo que le prometió a Dean. Sin embargo, le prometió que la cuidaría y dejándole marchar era el único modo de mantenerla apartada y segura de todo el mundo sobrenatural, aunque él mismo tuviese que apartarse de la joven. Aún recordaba la primera vez que fue a visitarla cuando era niña, a la alcoba de su habitación y ésta se acercó a él, curiosa. También recordaba la vez que le preguntó el por qué él no era su papá. Si ella supiese...
-Tengo que irme-anunció el ángel con una sonrisa a medias y los ojos cansados.
-¿Tan pronto?-Diane hizo pucheros.-Yo quiero que te quedes, Castiel. Yo te necesito aquí.
-No, no me necesitas; tienes una familia estupenda.
-Pero tu también eres mi familia-sonrió la niña.-¿Volveremos a vernos el próximo sábado?
Catiel meditó durante varios segundos, hasta que finalmente respondió:
-Claro.
La chica abrazó con fuerza las piernas del hombre y se marchó del granero, lista para volver a su habitación, meterse en la cama y aparentar que acababa de comenzar el día. Toda su vida era simple apariencia, nada de ella era real. No sabía como ni en qué momento había llegado a depender más de un "casi desconocido" que de su propia familia, pero así era.
Ella esperaba la llegada del próximo sábado ansiosa. Él sabía que, pese a lo mucho que la quería, no podría volver a verla.
Así pues la semana pasó, para Diane, más lenta de lo que deseaba. Bajó las escaleras torpemente y tropezó en el último escalón. No obstante, se levanto sin soltar una sola lágrima. Estaba demasiado entusiasmada por ver a Castiel como para preocuparse por inspeccionar su rodilla en busca de algún rasguño. Aquella semana había ido a la feria de Coney Island con su familia, y pudo comer una de las mejores tartas de todo el condado. Amaba las tartas. Deseaba contarle todo a su amigo, con pelos y señales; quería proponerle que fuese con ella la próxima vez, suplicarle que fuesen junto. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando entró en el granero.
Miró hacia todas partes e incluso comenzó a buscar tras los montículos de paja. Quizás Castiel se había escondido y esperaba a ser encontrado. Miró por todas partes con la esperanza de encontrarle y que llegase el turno de esconderse a ella. Pero no estaba. Hizo una mueca y tomó asiento sola, en una esquina del granero, y comenzó a retorcer varios trocitos de paja que había a su alrededor. Tal vez llegase tarde, los mayores muchas veces lo hacían. Le esperaría allí hasta que llegase.
No sabía cuanto tiempo había pasado, pero oyó un ruido afuera y se levantó corriendo, deseando recibir a su amigo con los brazos abiertos.
-¿Diane?¿Qué haces aquí? Es muy temprano, cariño. Y no deberías salir fuera sola.
Miró a su madre deseando que hubiera sido Castiel, y no ella, quién hubiera entrado. Ellos nunca entraban allí, y le gustaba pensar que aquel lugar era sólo para Castiel y para ella. Un sitio secreto del que sólo ellos sabían.
-Lo sé, pero quería jugar.
-¿Puedes jugar en el jardín trasero con tus hermanos?
-Ahora no puedo.
-¿Por qué?¿Qué haces?¿Puedo jugar contigo?
-Es secreto, mami.
La mujer asintió algo apenada. Solía tratar a Diane como si fuese porcelana, como si se pudiese romper en cualquier momento. La quería como si fuera su propia hija, y deseaba que ella nunca dejase de sentirse igual. Diane sabía perfectamente que Isobel y Derek no eran sus padres, pero no por ello les quería menos, al fin y al cabo aún era una niña y a los únicos que tenía en su vida era a sus padres, hermanos y a Castiel.
Aquel sábado se le hizo largo y doloroso. La noche ya había caído y su madre le obligó a subir y entrar en la casa. Tenía ramas de paja en su cabello y un dolor terrible en el pecho. De repente el golpe en la rodilla comenzó a dolerle y lloró. Aquella fue la primera vez que sintió dolor en el corazón; aquella fue la primera noche que lloró hasta que sus ojos se cerraron y el sueño la venció.
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Él es mi ángel
FanfictionDónde finalmente el triste ángel consiguió la feliz historia que tanto merecía.