2. ¿Dónde está mi ángel?

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Diane Faith Winchester, 15 años.

No debería sentirme así. Se repitió una y otra vez, frunciendo las cejas y apretando los labios en un intento fallido de contener las lágrimas. Corrió todo lo que pudo para refugiarse de la lluvia bajo el pequeño techo de la parada de autobuses, sin embargo el agua ya le había calado los zapatos y su pelo ya estaba bastante mojado. Cuando llegó se sentó en el suelo y comenzó a frotarse los brazos como si eso pudiera hacer que entrase en calor. Sacó un cigarrillo de la maleta y lo encendió para, seguidamente, darle una fuerte calada. Aspiró profundamente y sintió como sus pulmones se inundaban de humo, luego lo expulsó lentamente.

No era una etapa que se pudiese considerar fácil para Diane. Su hermano Ethan acababa de entrar en la universidad de medicina, con nada más y nada menos que matricula de honor; y su otro hermano, Asher, estaba en el último curso de instituto con un pie ya en la universidad de derecho. Mientras tanto, ella había repetido curso dos veces desde que entró en el instituto. Todo parecía demasiado difícil, se le antojaba imposible lo que le hacía creer que era mucho menos que los demás. Dejó de asistir con regularidad a clases para fumar, sola. No porque la gente no se le acercara, sino porque jamás le había gustado. Vivía con miedo de conocer a una persona genial, encariñarse a ella y que, más tarde, se marchase. No quería sentir ese dolor y, para ahorrárselo, se mantenía alejada. Así sólo ella podía lastimarse.

Al salir de clase vio el coche de su madre aparcado y, a hurtadillas, corrió hacia la parada de autobús. Era consciente de lo preocupada que estaba, pero no tenía ganas de hablar, nunca lo hacía.

Se giró de repente y su cigarro cayó al suelo. Maldijo por lo bajo, aquel era el único que le quedaba y se había gastado la paga semanal. Juraría que alguien había llegado a la parada, sin embargo sólo estaba ella. Se encogió de hombros y pensó que quizás su madre tenía razón, quizás un psicólogo le ayudaría con sus problemas. Por otra parte no quería sentirse que era extraña, y le discutía.

Media hora más tarde, finalmente consiguió llegar a casa. Las carreteras se habían cortado y el autobús no pudo llegar, por lo que tuvo que ir caminando. Estaba empapada de pies a cabeza, incluso sus libros se habían estropeado, aunque no le preocupara lo más mínimo

-¿Diane?

Isobel salió de la cocina rápidamente y corrió hacia la chica quien, bajo su sombra, dejaba pequeños charquitos de agua.

-¿Dónde estabas?¿Qué te ha pasado?

-Estoy bien, mamá-contestó desganada.-Se me olvidó el paraguas...

-Estuve allí y no te vi por ninguna parte. Asher te buscó por todo el instituto, preguntó a tus profesores y dijo que te habías ido. Tienes que dejar de hacer lo que te de la gana con tu vida...

-No entiendo por qué te preocupas tanto, no es la primera vez que ocurre, te he dicho que no necesito que me recojas, prefiero ir sola, no me va a pasar nada.

-¿Que no?-Derek salió de la cocina al escuchar los gritos.-¿Tengo que recordarte la vez que fuiste atropellada?

-Fue un pequeño golpe, ni si quiera me dolió.

-A ti nunca te duele nada, pero a nosotros sí. Nos preocupamos por ti aunque tu no lo veas, a pesar de que te importemos una mierda. ¿Crees que está bien que le hagas esto a tus padres? Estás destruyéndote a ti misma, y eso nos afecta a nosotros.

-Pues tendréis que aprender a lidiar con ello, exactamente como yo hago.

Sin tiempo para más respuestas, Diane salió todo lo rápido que pudo hacia el granero y se tiró al suelo, acurrucándose entre las mantas que ya había dejado allí mucho tiempo atrás. Sentía demasiada presión sobre sus hombros como para pensar: sus padres, el instituto, Caleb...

Un día como otros, salió del instituto para ir hacia la gasolinera, comprarse un paquete de tabaco y sentarse en un escalón. Fue cuando Caleb se acercó a ella y comenzó a hablarle de lo mierda que era la vida. Normalmente le gustaba escuchar a ese tipo de persona, de los que están medio locas y comienzan a filosofar de la mugrienta sociedad y cuán corrompida está. Pero aquel día discutió con un profesor, y la expulsaron. Se levantó para marcharse, pero entonces aquel tipo empezó a hablar de algo que no pudo dejar pasar: dinero. Le ofreció una manera fácil para ganar dinero en poco tiempo. Y, obviamente la aceptó, pensando que sería algo que podría hacer durante un mes, para sacar algo de provecho. Sin embargo no tenía conocimientos sobre el mundo de la droga y las bandas y, una vez dentro, no había manera de salir. Así pues, ayudaba a Caleb bajo la amenaza de ir a prisión.

Estaba exhausta y, pese a que hacía lo que le venía en gana, no sentía que hacía lo que en realidad quería, aunque no sabía que era eso. Perseguía un sueño a oscuras, únicamente dando palos de ciego.

-Diane, cielo.

Miró hacia la puerta para ver a su madre. Tenían el código de que el granero era sagrado y, cuando ella estuviese allí, nadie debería interrumpirla porque necesitaba estar sola. No obstante, en aquel momento no le importó e Isobel, sorprendida, entró con cuidado y se sentó a su lado.

-Eres mi niña, ¿sabes? Siempre lo serás. Aún recuerdo el primer día que te tuve entre mis brazos, eras el bebé más hermoso que había visto jamás.

-Me has contado esa historia miles de veces-suspiró.

-Lo sé-respondió y, ignorándolo, prosiguió:-Asher y Ethan estaban contentísimos de tener una hermana y tu padre sonreía más que nunca. Siempre quiso una niña, pero nunca pudimos llegar a tenerla, por eso cuando te vio parecía que se le había abierto el cielo. Él decía que eras su pequeño angelito. No sabíamos nada de tus padres biológicos, ni la razón por la que no pudieron criarte, lo único que nos dieron era una pequeña manta con tu nombre y una pequeña carta en la que decía...

-"...Ningún infierno podrá hacerte caer pues siempre habrá un ángel que velará por ti".

Ambas se quedaron en silencio y Diane sonrió. Su madre le repetía esa frase cada vez que sentía mal y le encantaba. Se apoyó en su hombro y respiró profundamente, esperando que así sea porque, por mucho que le costase y por imposible que pareciese, quería mantener las esperanzas. No obstante, sabía que sólo era cuestión de tiempo que acabase en uno de esos infiernos y no esperaba que ningún ángel quemase sus alas por ella.

Él es mi ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora