2. Como solía hacerlo él

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El resto del día transcurre tranquilo con pocos pacientes, el día está pasivo.

—Doctora —entra Brenda a mi oficina— hay un niño que sufre un leve caso de autismo. Requiere de atención inmediata psicológica para el día de mañana, pero el problema es que ni Albert ni Robert pueden mañana.

—Yo puedo mañana, —respondo— no te preocupes. ¿A las dos estará bien?

— ¿No puede ser un poco antes? Requiere de atención. Inmediata. —Recalca.

Pienso mirando la pared.

—A las once, ¿de acuerdo? Antes tengo que ver a Allison y Anna—sonrío.

—Perfecto —sonríe con satisfacción y sale de la oficina.

Caso de leve autismo, está bien. Por lo menos no está avanzado, supongo, ya mañana lo veo.

Miro la hora: 17:24, exactamente en 36 minutos me tengo que ir.

Comienzo a mirar los casos del hospital que tengo a cargo para matar tiempo y me centro en el de Allison, que es un caso de depresión y bulimia. Tiene 18 años y está mejorando de apoco. Ahora deja que la comida se quede en su cuerpo para más adelante comenzar a hacer ejercicio, ahora su único ejercicio es caminar. La depresión, de la misma manera, va mejorando. No le prohibimos salir ni socializar y eso le sienta bien. Se está convirtiendo en la verdadera Allison y eso me alegra conocer.

Aún recuerdo cuando vine por primera vez: aquella noche me molesté con mi mamá por dejarme en el hospital. Trataba mal a todo el mundo, pero poco a poco me fui calmando y acostumbrando, lo cual alegró a todos.

La doctora Mendler me ha ayudado mucho en esos cambios. Por cierto, ahora ella disfruta del hermoso paisaje de Brasil porque se casó y ahora vive allá con su esposo.

Comienza a sonar Wanna be de Spice Girls desde mi iPhone 6. Desde que comencé a trabajar, me he dado el lujo de pequeñas cosas.

Sí, pequeñas, habla mi subconsciente.

Deslizo mi dedo por la pantalla y contesto—Hola amor.

Hola nena—dice Thiago al otro lado del teléfono— ¿te voy a recoger?—dice con cierto interés y amabilidad.

No me gusta fastidiarlo de esa manera, pero es que varias veces lo he llamado para que me recoja que creo que ya se acostumbró a hacerlo.

—Por favor —pido—me llamas cuando estés cerca —sonrío aunque no pueda verme.

Estoy en cinco minutos—me sorprende el tiempo que tiene Thiago, bueno, él es abogado y uno muy bueno, si puedo decir.

—Okay, te espero.

Espérame—sonrío y cuelgo.

Arreglo mis cosas con paciencia y dejo mi bata apoyada en la silla. Cierro mi oficina y me dirijo al estacionamiento. Miro la hora: 18:10, el cielo aún sigue claro de un tono azul amarillo.

Veo el auto negro de Thiago entrar al estacionamiento y se estaciona justo enfrente de mí. Baja la luna y desbloquea la puerta.

—Hola nena—dice; sonrío y entro al auto.

—Hola —respondo—gracias por recogerme—le doy un beso en la mejilla y arranca despacio.

—Cuando quieras, nena. Es un placer ser tu chofer—sonríe y me ruborizo. Lo bueno es que Thiago es mi novio y hay tal confianza con él, pero...

—Muy pronto aprenderé a manejar, cariño, así que no perderás tanto tu tiempo conmigo —digo apenada y al segundo me arrepiento. Sé que a él no le molesta recogerme.

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