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Cuando pláticas con alguien todos los días durante mucho tiempo, esto se convierte en una rutina o una costumbre. Cuando lo dejas de hacer, obviamente sentirás el cambio.

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Durante dos años, no había día que tu y yo no platicaramos. De lunes a viernes, lo hacíamos en la escuela, y al llegar uno de los dos mandaba un mensaje al otro.
Y por los fines de semana, te despertaba con un mensaje de voz.
El último mensaje que me mandaste fue pidiéndome perdón.
No lo respondí, en cambio te bloquee. No sólo tu fuiste el cobarde aunque lo mío no se compara nada con lo que me hiciste.

Mientras tu seguramente platicabas con ella, yo llenaba de notificaciones a Andrea, mi mejor amiga, la misma con la que platicaba cuando te vi con la que arrebató de mi vida a la persona que más amaba.
Esa fue mi forma de reemplazar los mensajes que ya nunca me llegarían por otros de quejas reclamando que si no tenía otra cosa que hacer.

Cartas A MiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora