Capítulo 1: no hay final sin comienzo
- No vale la pena que llores por él -. Pero nada ella seguía llorando.
- Es que no sé porqué me tenía que enamorar de él si es un gilipollas y toda la clase lo sabe -. Esta era mi mejor amiga Cath que lloraba sobre mi almohada y claro, como no, se supone que yo debo estar apoyándola, pero cuando prefieres los libros a los chicos, no es que puedas hacer mucha cosa.
Cath y Abel iban juntos a clase desde que tenían 7 años por lo que era de esperar que acabaran juntos. La popularidad de Abel era envidiable, pero se solía tachar de mujeriego. Cath también era bastante popular, por eso no entiendo cómo he acabado a su lado.
Empezaron a salir el pasado Octubre, tres meses después, él la dejó alegando que necesitaba tiempo para “encontrarse a sí mismo”.
El caso es que después de estar encerrada tres días seguidos sin parar de llorar, Cath decidió hablar y aquí es donde estamos ahora.
- ¡Pero Catherine tienes que salir, tomar el aire y pasar página! ¡No puedes pasarte todo el tiempo así! -. Dije yo tendiendole un pañuelo.
- ¡Sí que puedo! -. Dijo Cath sonándose sonoramente los mocos.
- ¿Sabes que podemos hacer? Podemos ir a la cocina a por helados y nos los podemos comer mientras vemos Titanic en la sala de cine. ¿Qué te parece Cath?-. Al oír eso levantó su cabeza llena de rizos dorados.
Catherine LeBlanc era de familia adinerada francesa. Sus padres se mudaron a Londres antes de que ella naciera, pero ella y su hermana pequeña se fueron a estudiar a Brighton y aquí es donde la conocí. Ella y su hermana Corine se parecen mucho, las dos parecen ángeles: Cath tiene el pelo rubio y ondulado, su hermana también pero lo tiene liso, las dos son de ojos grises y piel clara y pecosa y las dos son como torres de altas.
- ¿De chocolate? -. Preguntó y sonrió levemente.
Esa noche no pude dormir, no sé si fue por los tres polos de helado o los nervios por los finales que estaban a punto de llegar. El caso es que a la mañana siguiente estaba más dormida que despierta.
Me di una ducha rápida y en siete minutos ya estaba en el gran comedor desayunando con los demás internos.
No sé si os habréis dado cuenta ya pero si, estudio en un internado inglés aunque no estoy muy orgullosa, es decir, mis padres me quieren mucho y yo no soy problemática, lo único es que como mi padre es biólogo, él y mi madre siempre están haciendo expediciones por todo el mundo y no me podían llevar con ellos, así que desde muy pequeña he estudiado en este internado.
El Internado Lancelot de Brighton era un gran edificio rojizo situado a las afueras de la ciudad, tenía cuatro grandes torres y se decía que una vez, fue el gran palacio del rey Arturo y que la gran biblioteca era el lugar de reunión de los caballeros de la mesa redonda. En mi opinión eso no son más que falsas leyendas, pues nunca se ha demostrado que Camelot existiera de verdad, y menos que se encontrase en el mismo sitio que mi colegio.
- ¿Puedo sentarme, o estas esperando a alguien importante? -. Dijo una voz familiar a mi espalda.
Al girarme me encontré a mi mejor amigo, Eloy, sonriéndome de oreja a oreja mientras sostenía una bandeja compuesta de sopa de avena con tropezones de aspecto poco comestible y un brick de leche. Creo que podría ser uno de esos chicos del que las chicas se podrían enamorar, pero pocas veces le he visto interesándose por alguna chica, es más, si no le conociera creería que es gay.
Eloy era alto, de piel morena, con el pelo tan negro como el azabache y tenía unos ojos verdes que creaban un contraste en el que te podrías perder infinitamente. Sí definitivamente la genética había jugado a su favor. Además era español, específicamente de Barcelona, su padre era inglés y conoció a su madre en un viaje que hizo a España, se enamoraron y tuvieron a Eloy. Pero cuando él cumplió los cinco años, se mudaron a Brighton, y desde entonces no se ha movido.