La noche más romántica de mi vida

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Transcurrieron los días, y ya estábamos a quince de enero. Me había pasado tardes y noches enteras hablando con Julián. Lo que más me agradaba, era que las conversaciones no fluían como lo hacen habitualmente cuando hablas con chicos de su edad. Él era tremendamente distinto, interesante en su medida, y siempre te sorprendía con temas cautivadores. Un adulto podría pasarse horas hablando con él, y sin aburrirse en lo absoluto. Eso lo hacía especial, como ningún otro.

Y escribir esto, recordando cada momento vivido, con detalles que ya creía no recordar, me hace pensar ¿por qué el destino no nos quiso juntos?

La vida te da oro en bandeja de plata, y luego resulta, que la bandeja no era plata, sino cobre. Y entonces ahí, justo en ese momento, es que comprendo que nada es para siempre, y por mucho que crea en los infinitos, y en las eternidades en mi mente, la realidad es otra. Y mi realidad, es no tenerte a mi lado.

(A veces pienso que no volveré a amar)

Volveré a amar, tropezaré, seré feliz con otra persona, pero te doy por sentado, que nunca olvidaré lo nuestro. Y digo todo esto con tanta libertad, porque tengo muy en claro que jamás lo leerás; porque créeme, de otra forma no tendría el valor para decirte lo mucho que te quiero.

Contaré dos últimas cosas, porque bien sé, que quién lea esto, no estará muy interesado en la vida amorosa de una adolescente de dieciséis años.

Subtitularé esta parte, cómo, la noche más romántica de mi vida.

Estábamos a 22 de enero, habíamos hablado por días de esa salida, en la que él, se reservaba todo derecho de decirme algo sobre lo que haríamos. Me encontré con Julián en una zona muy turística de Punta del Este, Gorlero. Se acercaban las once de la noche, y lo vi con una bolsa enorme en la mano, y una sonrisa despampanante. Como primera acción, lo besé, y es que ya era costumbre.

—¿Qué haremos hoy? —le cuestioné—.

—Sólo te puedo decir que me tendrás que guiar a la playa más cercana.

Eso me pidió, y así lo hice. Era una playa pequeña, muy cerca de la rambla, que también, se encontraba cerca de Gorlero.

Al llegar, sacó todo lo que traía en la gran bolsa. Comida, y más comida... ah sí, también un par de bebidas, y un paño enorme de tela, de esos al mejor estilo estadounidense, en el que ubicas toda la comida, y te recuestas en él.

—¿Qué opinas de las estrellas? —miré el cielo, teñido de estrellas—.

—Tengo una fuerte creencia bastante extraña sobre las estrellas. —me observó y suspiró—. Cuando era niño, en la escuela, la maestra nos hizo una muy simple pregunta: ¿Qué son las estrellas? —lo contemplaba atento. Él hizo una pequeña pausa, y continuó diciendo—. A lo que yo respondí que, para mí, las estrellas eran lágrimas de la Luna. Un simple pensamiento de niño pequeño, que mantengo hasta ahora como teoría graciosa, y que, de alguna u otra forma, todavía creo.

—Entonces según tú, hoy la Luna está muy triste.

—Exacto.

Charlamos y charlamos... Nada fuera de lo común para una típica salida que solíamos realizar. A no ser que destaquemos que esa, fue la mejor de todas.

Entre lágrimas y un café te escribí estoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora