De cómo te conocí

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Sé que la vida no es eterna, y que lo nuestro tampoco lo fue. Podría decir que pasó rápido, porque en realidad así fue, pero la intensidad lo hizo eterno. De esas eternidades que perduran miles de décadas, de esas historias que aún al pasar los años, las personas siguen repitiendo, y que, al contarlas, siguen teniendo una gran chispa, la misma del primer día.

Es cómo la mayoría de historias adolescentes a las que los adultos no les dan valor alguno, porque declaran que somos muy jóvenes para enamorarnos, cuando en realidad, los únicos que jamás se enamoran, son ellos.

Llega un punto de tu vida, en el que haces lo que crees conveniente, y lo que servirá para darle de comer a tus hijos en un futuro. Si te gusta escribir, no estudias literatura, no; creces y eres un gran abogado, porque como escritor te "mueres de hambre". Tengo varios puntos para demostrar el gran error que cometes al no perseguir tus sueños, pero... ¿qué podré saber yo? Si a la hora de la verdad, estoy en un bachillerato humanístico, con aspiraciones de entrar en una facultad de derecho cuando en realidad, amo a las letras más que a la gente. Pero bueno, en esta ocasión no hablaré sólo de mí, hablaré de nosotros.

Todo comenzó una tarde de verano, cuando el Sol caía, anunciando la llegada de la Luna, y mis amigas y yo estábamos listas para salir. Se aproximaban las dos de la madrugada, cuando por fin, y luego de muchas pausas, nos dignamos a irnos. Recorrimos el maravilloso Punta del Este, que, rodeado por un ambiente veraniego, y precios tres veces más caros que de costumbre, estaba más encendido que nunca. Un par de chicos se nos acercaron, con unas pintas muy agradables a la vista... No mentiré, eran muy lindos. Uno de ellos, algo tomado, preguntó qué hacíamos por aquí. Vivíamos en la zona, por lo que no era extraño estar allí, ellos nos comentaron que venían de Argentina, y que, pasarían todo el mes de enero con familia, y amigos.

Mi amiga Romina, al cabo de un rato, se acercó bastante a uno de ellos, hasta se podría decir que lograba mirar a través de sus ojos de lo cerca que se encontraban, y comenzaron a charlar. Mis otras dos amigas, ajenas a la situación, se tomaban unas cuantas selfies, que de seguro publicarían en una red más tarde. Y el otro chico, se encontraba solo, haciendo quién sabe qué con su móvil, e intentando disimular el hecho de que su amigo, lo había dejado más que a la deriva. Y yo, como me encontraba casi en la misma situación, le hablé.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté—.

Tardó unos segundos en responder, al parecer no se daba por aludido.

—¿Yo? —me consultó señalando su pecho con un dedo—.

Me reí, en serio tenía pinta de ser tímido. Acto seguido, asentí.

—Julián, ¿y vos?

No soportaba el lunfardo argentino, que, aunque era muy común en la zona, como buena lectora, y fan de la escritura, no era lo aceptado.

—Juana.

—Igual que Juana de Ibarbourou.

Me sorprendió sinceramente, no comprendía cómo un argentino, sabía de nuestra célebre poetisa nacional.

—Sí, algo así. —me sonreí—.

En realidad, era una larga historia, que no me apetecía contar en una noche cualquiera a un completo desconocido. Pero mi nombre, Juana, sí tenía que ver con Juana de Ibarbourou, y es que mi madre era gran fan de su obra.

Nos pasamos toda la noche en un vaivén de informaciones e historias, que nos hicieron conocernos cada vez más. Romina, no se despegaba de su amigo, y, él y yo, la verdad no nos llevábamos nada mal. Era un futuro psicólogo argentino, dos años mayor que yo, muy interesado en la vida, y en comprender aspectos de la sociedad. Desde su punto de vista, nosotros éramos el resultado de nuestras experiencias, y la de nuestros padres en conjunto. Esa noche conocí la teoría del lápiz, algo muy filosófico, que, en mi idioma, sería básicamente que dos personas pueden tener una perspectiva totalmente contraria sobre un mismo objeto, y que eso también se basaba en sus experiencias con ese objeto, (o similares), y la de sus cercanos. Algo que más tarde aprendería en filosofía, pero hablar de eso ya sería irme por las ramas.

Entre lágrimas y un café te escribí estoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora