Prólogo

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CENTRO DE CONTROL DE GHANDI, 7 DE NOVIEMBRE, AÑO 3050.

El médico en jefe observaba a través del cristal cómo sus trabajadores revisaban los cuerpos una y otra vez para asegurarse de que todo estuviera en perfecto estado. Los pitidos y chirridos de las máquinas no paraban de sonar, pero él ya estaba acostumbrado, había pasado la mayor parte de su vida escuchándolos.

—Señor Zuckan, los sujetos fueron revisados: veinticuatro de los veinticinco están listos para recibir la dosis— informó el asistente del jefe mientras se asomaba por la puerta de entrada.

—Prepara las jeringas, en cuanto todo esté listo yo mismo los inyectaré—. Él asintió con la cabeza y se marchó.

Zuckan estaba orgulloso de lo que se había convertido ese proyecto, que alguna vez fue pequeño, ya que él era uno de los que lo impulsaban. Deseaba que su compañera estuviera viva para poder ver todo el progreso que había logrado, pero eso no era posible: La Peste la había hecho abandonar la vida hacía más de un año.

Lo primero que sintió el doctor cuando entró a la sala fue el fuerte olor a medicamentos que le inyectaban a los sujetos para mantenerlos dormidos. Al menos diez médicos paseaban por la sala, ajustando aparatos, revisando por última vez a los sujetos, ordenando o limpiando, sin embargo, todo estaba muy organizado, en la sala no había ni una sola persona de sobra. A Zuckan le brillaron los ojos con orgullo.

Al llegar a la primera camilla, clavó la aguja en el cuello de una chica, parecía joven, y metió el liquido en su organismo. Continuó inyectando a jóvenes, niños, adultos y hasta una mujer bastante mayor.

Antes de irse, observó cada una de las camillas con detenimiento y una pizca de esperanza, aquella que había desaparecido hacía un año, reapareció. Cuando los observaba no solamente veía personas, para él eran la salvación y futuro de la raza humana.

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Algunos días después, se sorprendió al ver a aquel chico que no había sido inyectado: el número veinticinco. Al igual que los otros, salían por la puerta, inconscientes, algunos para no regresar jamás.

—Creí que aquel no estaba apto— dijo a una enfermera.

—¿No le informaron? Los otros jefes votaron y decidieron probarlo a él también, solo para ver cuánto aguanta.

—Lo había olvidado.

El doctor en jefe no quería admitir que él no había estado al tanto de aquella votación, ya que parecería que ya no tuviera el mismo poder que antes, solamente el hecho de pensar en eso le ponía los pelos de punta y los nervios a flor de piel. No quería siquiera imaginarse lo que le harían cuando decidieran que ya no les era útil, y temía que eso momento estaba a la vuelta de la esquina.

Unos momentos después de que los sujetos se fueran, un montón de personas con traje amarillo que cubría todo su cuerpo, irrumpieron en la pequeña sala. Pudo notar que todos llevaban armas consigo. Cuando la masa de personas terminaron de entrar a la sala, eran muchos los puntos rojos que cubrían el cuerpo de Zuckan.

—Se arrepentirán de esto —fue lo único que logró decir antes que su sangre cubriera el fría piso de mármol blanco tan típico de un hospital.

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