3. Antes de dormir

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Autora: Leyna-Mei06

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Sus pies descalzos le duelen sobre el piso frío. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que los doctores le habían dejado usar sus zapatos. Aquellos que le gustaban tanto a pesar de estar viejos y desgastados. Amaba vestir bien antes de llegar ahí. Invertía cada mañana un largo rato para elegir una camisa elegante y combinarla con una corbata de colores llamativos. Se ponía su pantalones perfectamente planchados y su traje lo completaba al ponerse sus zapatos de vestir bien lustrados que le hacían pisar fuerte, confiado en sí mismo.

Tiempos aquellos, buenos tiempos en los que lograba ignorar las voces de su cabeza con una capacidad medio aceptable; pero los buenos tiempos no duraron. Toda su ropa elegante fue arrojada al basurero y sus pies descalzos se lo recuerdan cada vez que se arrastra a sí mismo por el suelo blanco de su habitación, sintiendo como las voces intentan por abrumarlo por quinta vez en aquel día. Al llegar a la cama su cuerpo se resiente en calambres que lo recorren desde el cuello a las piernas como si aquel no fuese su cuerpo en realidad, pero no se va a mover más. No, porque si lo hace, las heridas abiertas en su espalda le van a arder hasta hacerlo llorar; así, sobre su pecho se obliga a ver las líneas que se trazan en la pared una y otra vez. Pequeñas rayas escavadas en el cemento blanco, descoloridas por el tiempo y mil veces repetidas hasta que de seguro aquella persona –antes que él en aquella celda blanca para locos– se había quedado sin ninguna uña en sus manos.

Casi al mismo tiempo en que logra estirar su mano para acariciar los rasguños en la pared los gritos al final del pasillo empiezan de nuevo. Gritos mezclados con llanto que siempre parecen ahogarse en cierto punto y que van cesando luego de unos minutos. Más de una vez le había gritado para que se callara, para que dejara en paz a los demás dementes de ese piso durante sus miserables horas de sueño, pero ella, la chica de cabello rojo no hacía caso. Lloraba, gritaba y se golpeaba contra las paredes en un desesperado intento de llamar la atención. Ella afirmaba no estar loca, ser inocente, ser buena y pura, aunque ---a veces--- podía jurar que además de su voz se escuchaban susurros extraños, como si el mismo demonio viniera a leerle un cuento para dormir y entonces; todo quedaba en silencio hasta un nuevo día.

Pero esa noche no parecía estar por callarse. No, ella estaba gritando como nunca antes y al final de sus oraciones incomprensibles empezaba a reír, bajito casi en un murmuro. Los escalofríos que esperaba sentir en su cuello fueron en su lugar fuertes calambres de dolor recorriendo su espalda, como si sus heridas reaccionaran vivas a las risas raras de la mujer pelirroja, loca y peligrosa que se separaba de su habitación por unos cuantos metros. Era como dormir con un león enjaulado justo al lado. No le estaban dando alimento, no le prestaban atención y ella estaba por desatar su ira contra las paredes blancas de su habitación.

Imaginó la sangre en las manos de la chica por los golpes, su cara casi tan roja como su cabello por los gritos y a las paredes manchadas de forma esporádica con gotas de sangre y aruños profundos.

Ni diez minutos después lograba ver por entre las pequeñas rejas en la puerta el borrón de dos uniformes blancos al pasar. Seguro iban por ella y en el fondo esperaba que así fuese. Pero las voces en su cabeza soltaban maldiciones a causa de sus gritos que no paraban y cuando ella empezó a luchar con los enfermeros sus voces internas también gritaron implorando por silencio, la cabeza empezó a dolerle y las lágrimas mojaron su almohada aún sin poder moverse. Si ella se callaba tal vez a él le dolería menos, pero la chica de cabello rojo y ojos claros no se rendía, solo una vez había visto su rostro y en su mirada algo se mostraba muy claro; ella era fuerte.

Supuso que los enfermeros lograron calmarla cuando por unos instantes el silencio hizo que pudiera regular su respiración, limpiándose la cara se sentó en su cama y esperó a que el dolor pasara. Si decía o hacía algo se lo llevarían a él también y su espalda no empezaba a sanar de su última visita a la sala de castigos. Del otro lado de la puerta en el pasillo la chica loca seguía riendo muy bajo, lograba distinguir el sonido de pasos que se arrastraban y sin aviso su sonrisa lo hizo estremecer. Ella estaba de pie del otro lado de su puerta metálica, apenas lograba ver su rostro enrojecido, tan perfecto a pesar de estar lleno de lágrimas. No pudo decir nada mientras ella reía viéndolo, como si se burlara porque ella estaba afuera y él seguía atrapado.

— ¿Están muertos? –Ella negó con la cabeza sonriendo como si nada, él suspiró y se puso de pie, caminando lentamente a la puerta la miraba tratando de no preocuparse. — ¿Qué esperas para matarlos?

La sonrisa de la joven se hizo más amplia y antes de que pudiera moverse los enfermeros la atraparon. Su cara se estrelló contra la pared y la sangre quedó impregnada en esta. Sin embargo, ella no dejaba de reír.

Pero su risa infantil que se fue apagando lentamente cuando la tiraron contra el suelo como una muñeca rota y le pusieron un sedante. Ella estaba inmóvil, sobre el piso frío con solo una bata blanca cubriendo su delgado cuerpo. Salió, aunque ahora era arrastrada de regreso a su jaula blanca sin nada más que pudiera hacer.

— ¿Qué miras, niño rico?

—Solo admiro el poder de una sola mujer.

—Vete a dormir. Mark, algún día mataremos a esa loca y tú irás con ella por estar de mirón.

No pudo evitar sonreír por las estupideces del enfermero y apoyando una mano en la puerta se dio vuelta regresando a la cama. Las voces le decían que esperara, si ella podía salir de nuevo entonces no habría nada que temer. La loca del cabello rojo hablaba con el diablo y este les diría como escapar, como huir o morir, igual ambas opciones eran la libertad. Cerrando los ojos empezó a reír escuchando rasguños en las paredes, lamentos lejanos y el sonido del viento aullando por misericordia, por una estocada final o por un poco de cordura.

 Cerrando los ojos empezó a reír escuchando rasguños en las paredes, lamentos lejanos y el sonido del viento aullando por misericordia, por una estocada final o por un poco de cordura

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De escalofrío. (Edición Especial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora