IV: El Esclavo Sediento

109 34 12
                                    

            

Dos adeptos acompañaron al padre Khaled, uno a cada lado, guiándolo por el camino correcto o por el sendero que solamente debía saber de su existencia. No correrían el riesgo que se enterara de otras calamidades que se efectuaban en las profundidades de la Catedral de Milán.

Khaled observó con horror al joven prisionero delirando por su maldición. Soportando el dolor de la abstinencia, su garganta reseca proclamaba una gota de sangre para calmar su sufrimiento. Las cadenas que esclavizaban al prisionero tintineaban con furor, se revolvían con los incesantes movimientos causados por el delirio.

Lo que más inquieto al padre Khaled no fueron los ojos carmesí del muchacho, si no que, fueron los filosos colmillos que sobresalían de su boca como para perforar la piel humana; por instinto retrocedió ante el peligro temeroso de aquel prisionero, al cual, iban a liberar en ese preciso momento.

–¿Qué se supone que van a hacer? ¿Liberarlo?  –interrogó Khaled sobresalto.

Alcanzaba a sentir como los latidos de su corazón se aceleraban a medida que los adeptos se aproximaban a la celda con la llave en mano para liberar a la bestia.

–¡Respondan! ¿No pensaran liberarlo? –insistió Khaled sin tener respuesta alguna.

Los adeptos sólo reciben órdenes del arzobispo Lauren y tienen permitido entablar una conversación exclusivamente con él, para eso están sus eruditos, los cuales son los que tienen el permiso de entregar los mensajes a los respectivos receptores. No obstante, no tienen permitido mantener  o discutir con la persona que le entregó el mensaje, de no cumplir con aquella regla su castigo se llevaría a cabo ese mismo día: ser azotado hasta desgárrale la piel.

En cambio, los adeptos son fieles al arzobispo Lauren, hasta el momento nadie ha desestimado sus órdenes. Si, ha habido algunos que no han aceptado realizar ciertas acciones macabras pero se han acostumbrado con el pasar de los años.

Sin embargo, algún día, alguno de los adeptos comenzó a cuestionar los actos de fe del arzobispo y del mismísimo pontífice ¿Realmente es correcto lo que hacen? ¿Está bien torturar a los no muertos, inclusive, a los humanos que lo ocultan de la vista de la iglesia?

Ese adepto se encontraba en ese momento frente al mayor pecado del mundo, frente a un vampiro, frente a Gael. Deseó advertir al padre Khaled que saliera corriendo del lugar, que sería el primero en ser atacado por el sediento vampiro pero al hacerlo su condena estaba asegurada. Su compañero lo reportaría de traidor.

Inquietó ante las vociferaciones del padre, jugueteaba con nerviosismo con una botellita que contenía agua bendita, la cual,  guardaba oculta en su túnica. Los adeptos se mantenían protegidos por sus crucifijos de plata que cuelgan de su cuello, tres pares de crucifijos diferentes que lo protegían de las garras de los vampiros, lo debilitaban notablemente, al igual que los adornos que conservan sus vestimentas; están hechas del mismo material.

<<¿Cómo podré pasarle el agua bendita al padre Khaled sin que mi feligrés se dé cuenta? Y si logró, de alguna manera pasárselo me hará preguntas que no podré responder>> pensó el adepto cada vez mas perturbado ante su actuar.

Incluso, tan sólo pensar en ayudar a alguien sin ser autorizado por el arzobispo, ya estaría desobedeciendo su mandato y eso significaba que su castigo iba a ser peor que el de un erudito.

–¿Qué es ese muchacho? –indagó Khaled preocupado.

El adepto que tenía en su poder las llaves de las celdas, ya había abierto la puerta y se disponía a abrir los grilletes del joven que sufría ante su presencia, la plata debilitó a Gael, su visión borrosa y sus sentidos no eran precisos; en las cercanías escuchó la voz de un hombre, al cual no podía ver con detalle, su mente se enfocó en escuchar el embriagador sonido de la sangre que circulaba por las venas de lo que sería su presa.

Ansió con júbilo beber sangre fresca, su  instinto se lo exigió, ya lo podía sentir en sus labios el exquisito sabor de la sangre y en cuanto el adepto lo liberó de sus cadenas, fue directo hacia su presa, en menos de un segundo se encontró frente al padre Khaled y sus colmillos se posaron en la piel desnuda del humano, sus manos se aferraron con fuerza en los brazos para inmovilizarlo y no fuera capaz de alejarse.

Le extrañó que no pusiera resistencia, olía el miedo en la sangre del padre pero, aun así, no intentó alejarse. Fue así como Gael despertó de su letargo.

–No tengo que beber sangre humana. Si lo hago, me alejaré mas del lado del Señor –susurró Gael con voz agitada, tragó saliva al tener la garganta seca–. Aun así... necesito beber sangre...

Liberame de mis Pecados (prox. publicado en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora