Prólogo

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Si un día te dijeran que tienes la posibilidad de volver a empezar; de realizar todos los actos que ya has hecho y que te han llevado a donde estas hoy; de regresar a ese punto exacto donde tu vida cambió a mejor, o a peor, ¿lo harías? ¿Cambiarías tu pasado, tu presente y tu futuro?

Estoy segura de que muchos diríais que sí y veríais el cielo abierto. Ya os veo rememorando esos momentos que ni el paso del tiempo es capaz de borrar. Yo era como vosotros, deseaba con todas mis fuerzas levantarme una mañana y que todo el sufrimiento hubiera desaparecido. Rezaba por las noches para que algún científico loco inventara la máquina del tiempo. Aunque era absurdo dado que si existiera jamás tendría la oportunidad de utilizarla. Aquellos físicos y matemáticos que se dedican a estudiar el espacio tiempo y sus dimensiones pondrían en tela de juicio la idea que estoy planteando. Porque, seamos sinceros, el futuro no se puede cambiar. Al menos, no el futuro en el que vivimos. Puede existir otro futuro, o muchos, paralelo al nuestro. Pero en ese lugar no seríamos nosotros mismos, seríamos otro yo. Somos quienes somos por nuestros errores y actos del pasado y, en definitiva, si estos cambiasen nosotros también. Aun sabiendo esto, muy en el fondo, todos queremos cambiar algo de nuestras vidas. No importa cuán exitosa sea tu existencia o cuan maravillosa. Lo único importante es que puedes cambiar tus errores y, por tanto, tus arrepentimientos. Esos que muchas veces enturbian la calma y el sueño.

Algunos desearían haber estudiado otra carrera, o simplemente tener la oportunidad de estudiar. Otros, evitar la pérdida de un ser querido o luchar por alguien a quien se ama. Algunos hasta lo usarían para aprovechar el tiempo perdido y enmendarse como personas. No tener vicios; no pelear por tonterías; aprender a sonreír todos los días; pasar más tiempo con la familia... Habrá miles de millones de razones distintas. En mi caso, sería muy diferente. Estoy segura de que a pesar de todo lo que he sufrido no cambiaría nada. No tendría sentido luchar contra lo imposible. Y es que el amor es traicionero, enfermizo y mal consejero. Por mucho que lo hubiese intentado el resultado habría sido el mismo, hubiera sido como intentar no respirar estando viva. A sabiendas de que él fue sin duda el mayor error de mi vida, también fue el detonante que hoy me lleva a estar aquí y que conforma mi ser. Quién soy a día de hoy.

Sé que ya no quiero volver a caer en sus brazos, volver a besar sus labios o perderme en la banalidad de su palabrería de Don Juan. Sin embargo, el primer amor siempre deja marca y más cuando los sentimientos intensos e irrefrenables surgen a la tierna edad de dieciocho años. Creo que no estoy contando nada del otro mundo y podréis entender cómo me siento. Bueno, cómo me sentí aquellos años. Por eso, afirmo y afirmaré, que caería en su falsa red de sentimientos sin remedio. No importa lo dolida que estuve – y sigo estando – o las noches en vela y el corazón en un puño; las lágrimas de fuego por mi cara o los días enteros con el estómago vacío. Ni siquiera los días en que perdía toda esperanza. No, eso lo reviviría una y otra vez porque gracias a ese dolor hoy me siento una mejor persona, más lista, más fuerte que nunca.

Él decidió abandonarme y continuar su vida con otra, eso tampoco cambiaría. Por mucho que me esforzase, por mucho que cambiase todas esas cosas que le molestaban... El destino de nuestra relación sería el mismo. Por eso mismo, destensaría los hilos que me unían a él de una forma sobre humana para que en el momento de la despedida el rasgado en mi corazón un fuese tan duro. Al menos estaría preparada para afrontar el golpe... No como aquel día de septiembre. Pensareis que estoy loca, que no me valoro como mujer y que no tengo amor propio. Sí, no negaré que hubo un tiempo en el que fue así. Intenté cambiar por completo, ser otra persona, la que él quería, y me rebajé hasta lo más fondo del fango para mantener a mi lado a un hombre que nunca fue mío.

Siento el picor molesto en mis ojos y detengo mis absurdos pensamientos. Debo dejar de lado los recuerdos y guardarlos bajo llave en mi mente. Como siempre. Como todas las noches desde hace demasiado tiempo. Ya no soy así, nunca más lo seré. Tanto a nivel profesional, como en mi vida social. Soy una mujer fuerte, segura, explosiva y exitosa. No tengo pelos en la lengua y no me da miedo decir lo que pienso ante cualquiera. Las frivolidades no me van. No me hacen falta. Tengo una familia maravillosa a la que adoro y grandes amigos que me apoyan en todo. Mi único defecto es un estigma que no soy capaz de quitarme: Odio a los hombres... Y odio el amor. Nunca traen nada bueno y mucho menos si vienen de la mano. Por eso, me gusta estar sola. He aprendido a funcionar así, no me molesta la soledad y tanto mi cuerpo como mi mente se han acostumbrado a ella como la masa de un bizcocho a su molde. De no ser así te arriesgas a perder la cordura por completo y eso no sirve de nada. Para conseguirlo, escucho una canción de Fangoria: Fiesta en el infierno. Entro en Spotify de mi iPad y le doy a reproducir: «Si no puede ser, no lo quiero ver. Para qué saber lo que no podré cambiar». A muchos no os gustará, pero tiene canciones espectaculares con letras profundas. Me empapo de las palabras que salen de su voz grave y psicodélica, a pesar de que me las sé de memoria, y me dejo arrastrar por el sueño.

Déjame SentirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora