El principio nunca dice nada

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Olvido.

Yo siempre olvido.

No recuerdo el nombre de la chica que me saluda cada mañana en la entrada de la escuela, o el aniversario de mis abuelitos; no recuerdo lo que comí el día anterior, ni la ropa que utilice hace una semana. No recuerdo los números telefónicos, o la ubicación exacta de las cosas. No recuerdo a la gente que conocí antes de que él llegara, ni lo que pasó después de que me besara. Por eso dicen que tengo una memoria selectiva.

Y es que olvido todo, menos eso.

Tiene sentido, ¿no? Mientras elimino cada imagen, cada foto y cada video que conservo de él, lo recuerdo.

Todas aquellas fotografías me hacían sonreír. Tenía una foto de la primera vez que había ido a visitarlo y cómo me había regalado un atole; tenía de la primera vez que había ido a su casa y de la primera vez que me había dicho que me quería. Tenía una foto de la última vez que me había abrazado, y de la última vez que me había dicho que quería estar conmigo para siempre. Tenía fotografías regadas por toda la habitación, y todas eran de él. De sus jeans rotos, de sus tenis viejos, de cada uno de sus gorros, de su sudadera gris y de la sudadera negra; tenía fotos de su calle y de su sala; de la forma en la que preparaba los sandwiches que se llevaba; tenía imágenes claras de su sonrisa, de su risa y de su forma de mirar. Tenía fotografías de todo lo que él representaba y hasta de la vez que desayunamos juntos. Tenía millones de fotografías. De sus diferentes posturas, de su voz, de lo que hablaba, a dónde iba y lo que usaba; pero sólo tenía una foto donde salíamos ambos. Y era suficiente de esa forma.

No recordaba cuánto tiempo había pasado, o si había pasado, pero todo me traía buenos y malos recuerdos. Recuerdos de todo lo que vivimos.

Y recuerdos son lo que necesito para comenzar esta historia.

Sobre el sonido de mi corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora