A quien corresponda:
Hoy te quiero contar la historia de cuando conocí a una princesa. Te aviso que nada rima en esta historia, así que no esperes sinfonía en las palabras. Ella era alta y de cabellera negra; se delineaba la mirada y nunca presente estaba. ¿Quieres más detalles? Siéntate y escucha con atención.
Yo conocí a una princesa. Su belleza no se acercaba a la de Cenicienta ni se vestía como Blancanieves, pero era una princesa. No se movía con la gracia de Pocahontas ni tenía el valor de Mulan, pero era de la realeza. ¿Su nombre? Ponle cualquiera, no importa. No importa, porque no estoy aquí para enamorarte de la imagen de su apariencia, sino para contarte su historia, llena de todo menos de un hada madrina. Estoy aquí para demostrarte que si la historia que estás viviendo no tiene el final feliz que querías, es porque aún no has terminado de escribirla.
Yo conocí a una princesa. Tenía 18 años y el corazón en la mano. Reía y te sonreía, pero cada noche se confesaba que realmente nada sentía. No llevaba coronas ni zapatillas, pero sí se maquillaba todos los días. Leía libros y tenía amigos; escuchaba música y salía a fiestas. La princesa estudiaba y a veces trabajaba. Tenía sólo 18 años, y ésta princesa pronto se toparía con la piedra de su vida.
Yo conocí a una princesa. Cada que podía se besaba con sapos y sapitas, porque al final del día así le habían enseñado que encontraría al amor de su vida. Bailaba entre dragones, pero nunca subía a sus torres. Escapaba de los guardias y jugaba con los corazones de los príncipes que se lo ofrecían. La princesa era adolescente, ¿qué querían? Tan sólo era una niña, pero su inocencia ya no tenía. Le gustaba soñar cosas que al día siguiente no recordaría y vestía de negro para despistar a la sociedad que la malinterpretaba.
Yo conocí a una princesa. Se creía indestructible, intocable y provocadora. Ella iba de boca en boca, pero siempre evitaba llegar a la horca. Cuando conocí a la princesa, ella trabajaba. Día a día, ella se levantaba y vestía, se ponía su mejor sonrisa y a trabajar se dirigía. En su trabajo a muchos conocía, a varios seducía, pero sólo con algunos convivía. Al juego del amor siempre le rehuía. Y aunque lo intentaba con todo lo que podía, Ícaro con su sonrisa la atraparía. Pobre princesa mía.
Ambos eran amigos y varios gustos compartían. En las mañanas desayunaban y tomaban un camión para su casa. "Aprende a volar" Ícaro le repetía cuando solos se encontraban. Veintidos años tendría y a todo mundo le agradaría, de todas formas sólo cuatro años los separaban. Ícaro no se quemaba nunca, porque sabía justo donde debía mover sus alas.
Yo conocí a una princesa. Y ella conoció a Ícaro. ¿Ya te imaginas a donde se dirige el cuento? Aún con los pies en la tierra, su mirada en el cielo estancada estaba. Y creyéndose etéreos, un encuentro fático y pasional querían.
Ícaro llamó a la princesa centauro, pero ¿cómo no le iba a gustar a la princesa si él lo pronunciaba con el mi atorado en la garganta? La princesa odiaba que la gente tomara propiedad de las personas, pero ¿qué tan malo era ser suya? No pasaba nada, porque su nombre en los labios de Ícaro seguro se encontraba. Así que dime, ¿qué importaba que él no fuera un sapo, o un dragón, o su anhelado príncipe? Era Ícaro. Su Ícaro (aún cuando tú y yo ya sabemos que un alma como la de Ícaro nunca sería de ella).
Que quede claro desde el inicio que Ícaro nunca movió nada para forzarla. Ícaro nunca obligo a la princesa a entrar a su pequeña choza, pero ella entró; nunca la obligó a recostarse en la cama, pero ella se recostó. Ícaro nunca le pidió nada, pero ella se lo dio todo. Y lo besó. Y él encima se le subió. Y perdieron el control. Y él la tocó. Y ella se despertó. Porque cuando todo terminó, Ícaro su espada de salvador se enfundó y amable la trató.
Yo conocí a una princesa. Una princesa a la que Ícaro ese día le diría "Aún no sabes volar, ¿o fui yo quien no te supo elevar?" Una princesa que se tragaba sus ganas de llorar, porque ¿qué tipo de princesa no sabe como tener un acto sexual?
Yo conocí a una princesa. Aquel día me la encontré sentada de cuclillas. En su mano una bolsa de farmacia sostenía y lágrimas sus mejillas recorrían. Platicando con ella, entre sonrisas me decía que una pastilla rosa la salvaría. Y no. No lo haría de sus sentimientos crecientes hacia Ícaro, pero del futuro que juntos no debían de tener.
Yo conocí a una princesa. Princesa que tomó una decisión que, a su corta edad, no le correspondía y que lo único que sabía, era que un hijo no quería.
Porque Ícaro y la princesa eran libres. Y dos libertades similares no se juntan. Nunca.