El picnic.

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El cielo nublado invitaba a pasar al amor. El río se encontraba paralizado, parecía querer quedarse a mirar la pequeña función de artistas contaminados por una locura transitoria. Aquellos preciosos patos blancos paseaban indiferentes entre tanta pasión. Jailhouse Rock, de Elvis Presley era la banda sonora de aquella tarde, en aquel césped mojado, donde hacían un picnic dos enamorados, con una simple toalla sin más. Aquel pequeño pensador bohemio, siempre vestido de negro, le miraba a ella fijamente a los ojos. Aquellos ojos de mirada erótica y provocativa que le hacía perder la noción del tiempo. Los minutos pasaban como segundos, o incluso más rápidos. Ella se abalanzó sobre él, sin pensarlo, sin ser capaz de detenerse, él, sin ser capaz de retenerla. Besos lentos fluían entre sus bocas. Besos suave, besos finos, besos fugaces, besos felices y sinceros. Dos cuerpos de alfiler, dos esqueletos aun con vida, que en los huesos, no cesaban de pincharse, sin normas, sin frenos. Unidos en su miseria, refugiados en su propia ruina. Comenzó poco a poco a chispear, fresca lluvia remojaba sus pálidas mejillas. Aquello a ellos no les parecía importar. Como un baile, el feroz chocar de las hojas de aquellos enormes árboles se coordinaba con los movimientos desenfrenados de sus dedos entre sus, ya húmedos cabellos, tan oscuros como aquel cielo.

Vuelan palabras lentas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora