Capítulo 3

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Daniel llevaba alrededor de 45 minutos peinándose en el espejo. No sabía de qué lado lucía mejor su cabello, por lo que cada vez que terminaba de acomodarlo hacia la derecha, a los pocos segundos cambiaba de parecer y lo peinaba hacia la izquierda. Eso pasaba una y otra vez, lo cual era absurdo, pues se suponía que iba a hacer ejercicio.

—Ay ya, despeinado me da un aire jovial —Se dijo a sí mismo, dándose una última revisada en el espejo de cuerpo completo antes de tomar sus llaves y salir a paso apresurado hacia el parque.

El camino fue algo aburrido, aunque en menos de lo que esperaba se topó con un cuerpo muy bien trabajado calentando en la entrada del parque.

— ¡Vaya! Creí que llegarías tarde como siempre —Dijo Daniel colocándose a su lado para hacer algunas flexiones. No pudo evitar ver la ropa ajustada que llevaba puesta el otro, dándole una muy buena forma a su atlético cuerpo.

—No cuando se trata de algo que me importa —Respondió Víctor mirándolo de reojo —O de alguien —Susurró, pero Daniel no lo escuchó.

— ¿Cuánto correremos? No soy muy atlético, ya sabes.

—Lo que sea necesario, no te preocupes —Víctor paró de calentar y esperó a que Daniel terminara también —Podemos comenzar con un trote ligero y ya después aceleramos el paso.

—Me parece bien.

Cuando Daniel terminó de hacer su calentamiento, miró hacia el fondo del parque. Había una que otra farola que alumbraba el camino de asfalto, pero no todas funcionaban, así que debido a eso y a que ya había terminado de oscurecer, todo tomó un tono algo siniestro. Víctor notó la mirada nerviosa de Daniel y no dudó en dedicarle una sonrisa para tranquilizarlo.

—No pasa nada.

—Está bien —Contestó el mencionado y suspiró para prepararse. A decir verdad... le temía un poco a la oscuridad. Ridículo, ¿no?

Ambos hombres comenzaron a trotar uno junto al otro, sintiendo poco a poco como se les aceleraba el corazón por el paso medio que llevaban. Daniel no fuera tan fan del deporte, pero una promesa era una promesa.

Trotaron más de 15 minutos y, después de que Daniel terminó de quejarse por el inicio, corrieron al fin. Víctor parecía todo un profesional a cada paso que daba. Se movía en tan perfecta sincronía que hasta podía ser placentero el sólo sentarse en algún lugar cercano y observarlo hacer ejercicio. Daniel hacía todo lo que podía por mantener el paso, pero cada vez que planeaba acelerarlo, sentía que se le iba la respiración. En verdad fue un milagro el que aguantara poco más de una hora sin tirarse a llorar, pero ya le urgía un descanso.

—Ví...Víctor... ya no puedo más...

—Por favor, un poco más rápido —Respondió Víctor agitado y sudoroso —Falta poco, no pares.

—Ah... ya... ya no puedo... en verdad... —Daniel paró de correr y apoyó sus manos en las rodillas para obtener más oxígeno pues sentía que se asfixiaba.

Víctor, preocupado de que a su amigo le fuera a dar un paro cardíaco, se detuvo y se acercó a él para averiguar cómo estaba.

—Danny, ¿te sientes mal?

—Un poco... me siento mareado.

Al escuchar eso, Víctor hizo que Daniel se sentara en una banca que estaba a su alcance y le hizo tranquilizarse.

—Inhala y exhala... tranquilo.

Daniel hizo lo que le indicó Víctor pero no funcionaba del todo.

—Aún me siento mareado.

—Rayos —Víctor sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su short y se secó la frente —Te llevaré a mi casa para que reposes un poco y... también para darte algo para el mareo, probablemente se te bajó el azúcar.

—No es necesario, puedo irme a casa —Daniel trató de levantarse, pero al momento en que dio un paso hacia delante, casi se cayó. Víctor impidió que ocurriera eso y puso uno de los brazos de Daniel en sus propios hombros para ayudarlo a caminar.

—No, yo puedo, déjame.

—No.

—Que sí.

—Si quieres te cargo.

—Ay no —Daniel puso una mano en su frente en un intento de que su cabeza parara de dar vueltas, pero no funcionó.

—Tranquilo, no falta mucho.

Caminaron algunos minutos hasta que la casa de Víctor pudo divisarse. Era una casa mediana, algo descuidada pero bonita. Daniel conocía aquella casa desde hace mucho tiempo, pues casi siempre iba a comer o a ver televisión los fines de semana.

En fin, Víctor abrió la puerta y ayudó a Daniel a sentarse en el sofá.

—Te traeré un vaso de agua y un caramelo, no tardo.

Daniel sólo logró asentir lentamente con la cabeza. Se sentía muy mal, y no tanto por su mareo, sino porque había arruinado la tarde perfecta con su mejor amigo. << ¿Deberé recompensarlo?>>, pensó una y otra vez angustiado, pero el regreso de Víctor le hizo centrarse en su propio malestar nuevamente.

—Ten, te traje un caramelo de cereza... tu sabor favorito —Víctor iba a metérselo en la boca pero Daniel se lo impidió.

—No soy un niño pequeño —Dijo quitándole el caramelo de las manos —Gracias.

Víctor alzó los hombros con indiferencia y se sentó en el sofá de enfrente. Le daba gracia como su amigo cambiaba de humor de un momento a otro, cosa que le hacía recordar a una ex–novia que había tenido en la preparatoria.

—Qué tiempos...

— ¿Disculpa? —Preguntó Daniel mientras le daba pequeños tragos al vaso de agua, sintiéndose un poco mejor.

—Ah, nada.

Daniel no le dio importancia y mejor recargó su cabeza en el sofá para descansar. La casa de Víctor le daba tanta tranquilidad que podría dormirse ahí mismo en ese sofá por varios días. Muchas veces estuvo tentado a proponerle a su amigo a que vivieran juntos por el ambiente tan pacífico, pero ahora era demasiado tarde como para llevar a cabo esa fantasía de estudiante. <<Si tan sólo pudiera regresar el tiempo para que estas horribles arrugas y ojeras se desvanecieran... ah, daría todo lo que fuera por vivir lo que no viví por mojigato...Un momento ¿por qué huele a menta?>>. Daniel abrió los ojos confundido, llevándose después una gran sorpresa al ver el rostro de Víctor a escasos centímetros del suyo, degustando una goma de mascar sabor menta.


Un Amor VectorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora