2: lo que no te mata, te hace mas fuerte o te rompe el corazón.

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Una mañana soleada me quiso hacer creer que aquel día podría ser uno bueno. De pronto supe que no lo seria. Una imponente lluvia comenzó a caer mientras hacia mi camino a casa. Sin tomarle mucha importancia busque el paraguas que siempre llevaba conmigo —conociendo esas épocas del año donde una impredecible lluvia me pudiera atacar de la nada—. Sin embargo, no encontré ningún paraguas dentro de mi mochila.

A lo lejos mi mirada pudo enfocar aquel local al que había unas cuantas veces. Conocía perfectamente a la Señora Thomson y sabía que viéndome toda empapada iba a dejarme pasar un rato —o al menos hasta que la lluvia cesara un poco—, así que sin dudarlo camine a toda prisa por el asfalto evadiendo los pequeños charcos de agua que comenzaban a formarse, un estruendo proveniente de un auto me hizo hacer correr más rápido hacia la otra acera.

Al abrir la puerta sonaron las típicas campanas que en los restaurantes anticuados aun usaban, aunque no culpo a la Señora Thomson, su restaurante a pesar de tener 40 años abierto aún seguía conservando aquel estilo ochentero, lo que no venía mal para los adolescentes que en aquel entonces creían que ese estilo los haría ver más cool.

Para ese entonces yo ya tenía 28 años, pero seguía usando la misma ropa de adolescente que consistía en unos jeans negros ajustados y unos converse —al parecer nunca pasarían de moda— y el mismo cabello enredado de siempre, aunque había mejorado con los años.

—Pero, ¿Que te ha pasado Maia? —dijo la Señora Thomson cuando me vio e inmediatamente saco un par de toallas del almacén y las puso sobre mí.

—Olvide mi paraguas en casa —dije mirándola a los ojos y noté su genuina preocupación por mi estado—, solo me quedare en lo que la lluvia pasa.

—No te preocupes mi niña, puedes quedarte el tiempo que desees —sacudió un poco su cabeza en negación— ¿Quieres algo de tomar? Puedo traerte un café.

De manera automática negué, sabía que no podía costearme algo más por el día, o seguramente no me alcanzaría el dinero para la semana, y apenas era martes. Ella pareció entender mi preocupación, trajo para mí una taza de café y un par de galletas, en seguida aclaró que eso iba por su cuenta. Siempre pensé que se preocupaba demasiado por mí. 

Mientras tomaba el café observe cada una de las personas que estaban en el restaurante, algunas parecían disfrutar que la vista del gran ventanal les daba. Otras estaban más inmersas en sus teléfonos y había alguien en particular, y sentí eso que suelen llamar deja vu. Pero realmente es como si el universo fuese tan pequeño, como para que por alguna extraña razón pudieses sentir los mismo en dos momentos diferentes en la vida. O que al menos incluso nuestra mente sea engañada por la naturaleza a través del tiempo —que ilógico sonaba aquello—.

Después de cinco años era casi imposible encontrarse con la misma persona del otro lado del mundo. Aun incrédula volví a mirar al chico que sostenía un periódico tan alto que pereciera estar escondiéndose de alguien. El cielo se había tornado un poco más negro que antes y los truenos se hicieron presentes. La luz del restaurante de la Señora Thomson parecía entonces insuficiente para iluminar todo el local.

Solo para hacer un recuento de los cinco años pasados, había terminado la preparatoria y con la efusividad de una adolescente, decidí salir de Nueva York para mudarme con mi mejor amiga Trish a la ciudad del amor: París. Un trabajo de medio tiempo y los trabajos finales de la Universidad consumían todo mi tiempo. Trish y yo coincidíamos en que con esfuerzo podríamos demostrarles a nuestros enojados padres de Nueva York que nos los defraudaríamos. Aun que vivíamos en un pequeño departamento cerca de los lugares de atracción de aquella ciudad, no nos costaba mucho en arrendamiento.

Ladeé mi cabeza tratando de tener una vista más amplia, pero no tuve éxito, aquel chico subió el periódico más alto. La lluvia cesó, y me levante de la mesa.

—Señora Thomson gracias por dejarme quedar un rato —dije mirando de reojo al chico— pero tengo que irme.

—No tienes de que preocuparte querida, sabes que puedes venir siempre que quieras.

Me acerqué un poco a ella y dije:

—¿Usted conoce al chico del periódico sentado en aquella esquina? —pregunté en voz baja, la Señora Thomson miro hacia donde mi mirada estaba y asintió un poco preocupada.

—Lo he estado vigilando muy de cerca, tiene viniendo dos semanas seguidas a la misma hora, y siempre lee la sección del clima en ese periódico.

—¿Qué es lo que hace siempre que viene? —pregunté.

—Solo hace eso, mirar el periódico y el reloj de la pared.

—Bueno Señora Thomson —le dediqué mi mejor sonrisa—, muchas gracias, vendré a verla el sábado.

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⏰ Última actualización: Feb 04, 2017 ⏰

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