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Uriel pasó por varias pruebas de laboratorio y físicas para poder ser aprobado para la quimioterapia. En ese momento ni con todo el dinero del mundo podíamos resolver algo clínicamente. Solo era cuestión de tiempo y paciencia para que los especialistas iniciaran con el procedimiento necesario para realizarle el tratamiento.

Junto a mi madre tuvimos que pasar el resto del día en el hospital a esperas de los resultados de las pruebas realizadas a Uriel y del veredicto final, lo cual se convirtió en un calvario porque nunca habíamos pasado por una situación similar y era muy acongojante ese sentimiento de angustia. Realmente era una situación muy tediosa. Por momentos mi madre caminaba por el pasillo y luego se sentaba en el sillón de la sala de esperas y de ahí era yo quien iba a caminar por el pasillo mientras los minutos pasaban al son de tortuga lisiada.

Lo primero que le hicieron a Uriel fue un estudio por imágenes para saber en dónde se había originado el cáncer, luego una biopsia de médula ósea para saber con total seguridad de qué se trataba este y finalmente el hematólogo y oncólogo concluyeron que de hecho Uriel necesitaba la quimioterapia porque los factores de riesgo que se presentaban en él para realizar una cirugía eran muy fuertes.

Mientras esperábamos recibí una llamada de Thomas; el médico de cabecera de Uriel; se había enterado de la situación por medios de comunicación del pueblo. A esa hora era lógico que todo San Sebastián debía haberse enterado. Era cerca de media noche y el noticiero estelar recién había culminado en el canal local.

Puse al tanto de toda la situación a Thomas. Le conté cada detalle del suceso y mencionó haber sabido ya de eso, pero que Uriel le había prohibido terminantemente que comentara algo a la familia. Me molesté al saber eso. Como siempre él actuando egoístamente sin tener en cuenta a mi madre y Alina.

Thomas también recomendó que un oncólogo debía tener primicias en el caso de mi padre. Le dije que eso ya lo estaban resolviendo ahí mismo en el hospital.

La llamada con Thomas no duró mucho y terminó con un "mañana por la mañana iré al hospital".

A las once de la noche le pedí a mi madre que se fuera a la casa en un taxi. Se encontraba muy agotada. Le pedí que tratara de descansar lo que más pudiera y si tenía ánimos regresara al siguiente día, tomando en cuenta que no debía mencionar el hecho tan explícitamente a Alina.

Mi madre se fue después de haberle insistido varias veces. A la realidad, ella no quería irse sabiendo que Uriel continuaba mal. Pero yo no quería que ella trasnoche en ese lugar tan frio e incómodo. Pensé que dormir abrazando a Alina sería más reconfortante que amanecer en la sala de espera de un hospital.

Yo sí que me quedé dormido allí a pesar de que el doctor Giler me dijo que no necesitaba hacerlo —que podía volver al amanecer—, no quise irme, sentía que estaba abandonando a una de las personas más importantes en mi vida y aunque ya no llevábamos una buena relación entre padre e hijo, mi amor hacia él no había cambiado en lo absoluto, él no dejaba de ser mi padre por nada, simplemente que yo ya no era el niño de diez años que pegaba saltos y gritos de felicidad al ver llegar a su padre a casa, ya no... ya era un joven que razonaba y actuaba ante los malos actos o decisiones de una persona.

Al siguiente día, al despertar, saqué el celular de mi chaqueta, quería revisar si tenía algún mensaje, pero este estaba apagado.

«Quizá y se le terminó la pila» pensé.

Minutos después de haber despertado mi madre llegó.

—¡Hijo! —se inclinó a abrazarme—. Ve a casa, aséate, descansa y vuelve, creo que a estas horas ya no alcanzaste a ir a la empresa, yo hablé con Lorena, no te preocupes. Yo te llamo en caso de presentarse alguna urgencia.

Inevitable TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora