La princesa olvidada de Agyacel

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En una apacible tarde de primavera, Azim, un profeta viejo y jorobado que servía a la corona de Agyacel, fue al salón principal del Castillo en busca de la reina.

En la entrada del salón, los guardias lo escoltaron al interior, donde la reina reposaba en su trono, junto al rey Milos. Se dirigieron al hombre con saludos cordiales y le preguntaron a qué se debía su visita. Azim permaneció un momento con la mirada confundida, pero después se incorporó y les dedicó una perfecta reverencia. Caminó hacia la reina y puso sus manos rugosas sobre su vientre, abrió la boca y habló con palabras firmes.

—Su majestad, he tenido una visión.

—¿Qué has visto? —preguntó la reina.

—En algunos años, tendrá a una niña junto con las otras reinas. Ellas vendrán a este mundo con poderes extraordinarios, y serán fuertes y poderosas —respondió Azim.

Pasaron los años y la reina Zenda tuvo a una hermosa niña, con los ojos ligeramente azulados y mirada hipnotizante. Días después llegaron noticias de los otros reinos, y tal como había dicho el viejo Azim, las otras reinas dieron a luz a 4 niñas. La reina de Hyacel llamó a su hija Faryn. A la princesa de Ayrel, la llamaron Ixia. A la de Tyecel, Ivka. A la de Fegacyel, Anya. Y la reina de Agyacel, llamó a su hija Kyria.

Las princesas crecieron con sabiduría, belleza y gracia. Demostraron que no eran ordinarias, que eran diferentes y especiales. Podían hacer cosas que se creían imposibles, cosas impresionantes y magníficas, excepto una princesa. Kyria.

La princesa Faryn tenía el poder de controlar el hielo. Ixia manejaba el aire. Ivka dominaba la tierra. Anya manipulaba el fuego, y Kyria, no tenía ninguno.

Las princesas de Fegacyel, Tyacel, Hyacel y Ayrel fueron alabadas y admiradas, mientras que la princesa Kyria y su reino fueron quedando en el olvido, por no poseer un poder y ser fichada como débil.

Con cada día que pasaba, la habilidad de las princesas se volvía más fuerte y poderosa, y con ello, la ambición y sed de gobernar todo. Ansiaban el poder absoluto. Sus corazones se volvieron oscuros, fríos y vacíos. Querían reinar cada rincón del mundo, a cada alma existente en la tierra y eliminar a quien se opusiera en su camino. Por ello, se unieron y formaron una alianza, y con el paso del tiempo conquistaron todo a su paso. Hogares saqueados, campesinos despojados de sus tierras y ejecución inmediata a protestantes. Aldeas hundidas en miseria, esclavitud y pobreza. Sus manos estaban llenas de sangre inocente, y su camino estaba lleno de pura destrucción. Las princesas que al inicio fueron amadas y admiradas, se volvieron temidas, odiadas y repudiadas.

Con el paso del tiempo, creyeron al fin que todo lugar estaba bajo su mandato, pero se dieron cuenta de que faltaba un lugar, Agyacel.

Había pasado mucho tiempo desde que tuvieron noticias de ese reino, pero no les importó. La codicia les nublaba todo pensamiento y uso de razón.

Reunieron su ejército, a sus mejores soldados, su mejor armamento y emprendieron marcha a la guerra. El camino era largo y duradero, pero a las princesas nada ni nadie las detendría. Cuando al fin llegaron, la sorpresa se reflejó en sus rostros. Frente a ellas se encontraba una mujer hermosa y de rubia cabellera, portando una armadura roja y una corona en la cabeza. A su lado, se encontraban no más de 50 soldados, con una armadura similar. Las princesas se burlaron de ella por querer proteger su reino y sonrisas siniestras se dibujaron en sus rostros, pues estaban seguras y conscientes de que Kyria no tenía poder ni oportunidad para enfrentarlas.

—Soy Kyria, princesa de Agyacel. No les temo en lo absoluto. Les haré pagar por todo lo que han hecho, y no permitiré que tomen mi reino —gritó Kyria con voz dura, mientras que en su mano izquierda se formaba una perfecta esfera de fuego, en la derecha una de agua y detrás de ella un enorme pedazo de tierra ganaba altura.

Las princesas cometieron el error de subestimarla, pues ella tenía todos sus poderes e iba a destruir a cada una.